Llamar a las cosas por su nombre importa. Toda economía política es necesariamente economía social porque en ausencia de sociedad no habría economía alguna. Y lo digo porque es una taimada perversión de la lengua denominar “social” lo que es realmente asistencial.O forzosamente redistributivo.
Despoja a “social” de su significado para imponerle otro menos claro. Envolviendo al segundo significado en la tradición y prestigio del primero. La primera vez que leí a Ludwig von Mises, me impresionó la precisión de su terminología y la fundamentación lógica formal tras su razonamiento. Hace tiempo deseaba dedicar una columna a la teoría central del economista austriaco atravesó media Europa, perseguido de cerca por el totalitarismo nacionalsocialista. Para llevar al otro lado del Atlántico lo que denominó praxeología. Dice Mises que:
“La praxeología tiene por objeto investigar la categoría de la acción humana. Todo lo que se precisa para deducir todos los teoremas praxeológicos es conocer la esencia de la acción humana. Es un conocimiento que poseemos por el simple hecho de ser hombres; ningún ser humano carece de él, salvo que influencias patológicas le hayan reducido a una existencia meramente vegetativa. Para comprender cabalmente esos teoremas no se requiere acudir a experimentación alguna. Es más; ningún conocimiento experimental, por amplio que fuera, haría comprensibles los datos a quien de antemano no supiera en qué consiste la actividad humana”.
Su Praxeología se puede, si no explicar en detalle, al menos describir razonablemente en pocas palabras. Su punto de partida es la acción humana como axioma lógicamente irreductible. De lo que deduce que todo ser humano consciente es un agente que deliberadamente usa medios –en períodos de tiempo– para alcanzar fines que desea.
Lo que nos dice se pudiera resumir inicialmente en cuatro puntos: 1. El hombre actúa. 2. Prefiere unos fines a otros. 3. Prefiere entre los medios disponibles aquellos de los que espera obtener más y mejor sus fines. Y 4. El tiempo influye en su acción.
Los intentos de negar carácter científico a la teoría de Mises se reducen a dogmáticos historicismos refutados en economía mucho antes. O a un muy mal entendido empirismo. Quienes aspiran a obtener toda la teoría de la experimentación empírica afirman que el conocimiento científico es el que confirman hechos empíricos, observables y medibles con precisión en condiciones controladas y repetibles.
Que única y exclusivamente es lo así confirmado conocimiento científico. Y todo lo demás –sea lo que sea– no es ciencia. Que sea imposible siquiera imaginar una hipótesis sin contenido teorético previo muestra la complejidad real del problema. Que gran parte de lo que estudia hoy la física teórica. Y casi todo lo que estudian las ciencias sociales entrarían necesariamente en la categoría de lo que no es ciencia con tales criterios parece un indicio empírico significativo de lo equivocado de tal aproximación.
Mises planteó una teoría axiomática deductiva para reducir a lógica formal la complejidad del orden espontaneo de los fenómenos de mercado. Su edificio lógico es axiomático y apriorístico. El axioma es autoevidente e irreductible. Y a partir de él infiere lógicamente una serie de teoremas que permiten la teoría universal en la economía. Como podrían permitirla en alguna otra ciencia de la praxeología.
Lo que busca Mises son leyes universales de la acción humana. Es decir, aplicables a todos los casos de actos humanos en que se verifiquen efectivamente las condiciones de la respectiva ley. Sus declaraciones y proposiciones no provienen de la experiencia a posteriori de cada acto en particular. Sino de la lógica deductiva que va de lo general a lo particular. Y en la que el razonamiento teórico general precede a cualquier comprensión de hechos particulares.
Su praxeología es una herramienta poderosa para entender la acción humana. Desde ahí se llega a la ciencia aplicada interpretando la realidad a la luz de una teoría previa. Y a partir de aquello se pueden agregar a la teoría hipótesis auxiliares observables en la realidad, aunque no se deduzcan necesariamente del sistema axiomático. Aunque hasta que punto hizo esto último el propio Mises en su tratado de economía, La Acción Humana, todavía se discuta.
Mises entendía que necesitaríamos sistemas apriorísticos, axiomáticos –y matemáticos en lo posible, que resulta desafortunadamente ser mucho menos de lo algunos economistas se empeñan en forzar– para aproximarnos a problemas sobre los que no podemos experimentar con variables controlables. Ni siquiera en términos de experimentos naturales estrictamente hablando. Pensaba que en la economía en particular –y las ciencias sociales en general– los órdenes estudiados resultan de actos volitivos. Por lo que en la economía aplicada obtendríamos indicios de la propia aplicabilidad de la teoría. Nunca confirmación o falsación de la teoría en sí misma.
Lo que revela Mises es que actuar es descubrir. Y en la capacidad humana de descubrir, innovar y diferenciarse del resto, encontramos lo que define al hombre como tal. Todo animal suficientemente inteligente como para aprender –que implica descubrir– será en algún grado consciente de sus fines –incluso instintivos– y descubrirá eventualmente medios nuevos para alcanzarlos. Los teoremas de la acción de Mises explican mucho de la conducta de especies con cerebros que les hacen capaces de aprender. Y de comportamiento social complejo. Pero la diferencia entre la transmisión inter-generacional de información pre cultural no-genética del chimpancé y la civilización humana es la que la praxeología esperaría del mucho mayor número de fines y medios en la segunda.
De la importancia de la metodología de Mises es buena muestra su teorema de la inviabilidad económica del socialismo de principios del siglo pasado. Aplicándolo al socialismo real esperábamos desde sus inicios que –salvo reintroduciendo lo suficiente de propiedad privada para que creara y difundiera información el sistema de precios– terminaría en el tipo de colapso a largo plazo que efectivamente sufrió la URSS. Lo que fuera del paradigma austriaco nadie esperaba, o podía explicar teóricamente al ocurrir.