
Marx reveló –quizás involuntariamente– en Trabajo Asalariado y Capital que entendía, cómo y por qué, la resentida envidia es lo único que hace atractivo al socialismo. Afirmó que:
“Sea grande o pequeña una casa, mientras las que la rodean son también pequeñas cumple todas las exigencias sociales de una vivienda, pero, si junto a una casa pequeña surge un palacio, la que hasta entonces era casa se encoge hasta quedar convertida en una choza. La casa pequeña indica ahora que su morador no tiene exigencias, o las tiene muy reducidas; y, por mucho que, en el transcurso de la civilización, su casa gane en altura, si el palacio vecino sigue creciendo en la misma o incluso en mayor proporción, el habitante de la casa relativamente pequeña se irá sintiendo cada vez más desazonado, más descontento, más agobiado entre sus cuatro paredes”.
Esa “desazón” es envidia. Y la clave para el socialismo –en ese revelador párrafo de Marx– es como esa envidia permanecerá –y crecerá– aunque mejore la condición material de los envidiosos. La envidia no es hija de la pobreza. Aunque todos y cada uno superasen ampliamente la pobreza, le basta y sobra la riqueza –e incluso el talento– de los menos para exigir la destrucción del orden social. E imponer la miseria material y moral.
A justificación y revancha de resentida envidia se reduce la dogmatica religión atea en que resumió Marx la vieja tradición comunista, expresión a su vez del anhelo atávico de retorno al más primitivo igualitarismo colectivista. Como teoría económica fue temprana y completamente refutado. Como creencia irracional –autodenominándose única y verdadera ciencia– es inmune a la realidad.
Que, en sus casi infinitas variantes, siga siendo marxismo el fundamento de las corrientes principales del socialismo –del siglo pasado a nuestros días– da cuenta de su eficacia para repetir lo mismo sonando novedoso. Y aunque hay socialismo fuera del marxismo, ya no hay socialismo sin influencias marxistas.
Piketty, académico de gran prestigio, trabajó duro con muchísima estadística para apuntalar una débil teoría que depende de imaginar al capital indestructible y de eterno rendimiento. Nueva y original teoría de la explotación –por supuesta desigualdad de rendimiento– justificando expolio fiscal e insostenible redistribución. Sin importar sus inconsistencias estadísticas. O la temprana refutación de su endeble teoría. Se sostendrá entre creyentes. Piketty le dio a cada envidioso un barniz de teoría económica reciente, para reclamar que quien tenga más que él mismo, no puede merecerlo.
En las sociedades primitivas, la envidia atribuye a la hechicería las desigualdades. Acusar de hechicero a quien envidie permite al envidioso atacar al que le supere, justificándose ante sí mismo y el resto. En sociedades en que ya no se cree en la hechicería, la resentida envidia requiere teorías económicas o filosóficas al mismo propósito. Poco importa que sean tan falsas como la hechicería. No están para explicar la realidad, sino para apoyar creencias falsas. Igual sirve Marx o Piketty; Dewey o Rawls, para racionalizar la envidia.
En Europa occidental está de moda reciclar viejas exigencias socialistas radicales como supuesto reformismo moderado. Algo de eso hay en Piketty. Mucho más el filósofo alemán Christian Neuhäuser. Profesor de la Universidad Técnica de Dortmund, todavía no llega en su propio campo el prestigio académico del francés en economía. Pero su libro, Reichtum als moralisches Problem –La riqueza como problema moral– al mercado por editorial Suhrkamp éste año, despertó el interés de los medios europeos.
Quien se tome la molestia de revisar las declaraciones de Neuhäuser sobre su libro difícilmente pudiera considerarlo “reformista” o “moderado”. Propone incautar a “los ricos” su riqueza y distribuirla. Creyentes de groseras manipulaciones estadísticas de la corrupta ONG Oxfam sobre el 1% acumulando 82% de la riqueza, supondrían que a ese 1% incautaría el alemán. En realidad propone robar a muchos más, sin otro objeto que desposeer a quien se destaque. Que incautar a tal escala capital invertido destruiría completamente esa riqueza, dejando poco a nada a repartir, le importaría poco a Neuhäuser. Le importa desaparecer a los ricos.
Él afirma que la existencia de riqueza es un problema para la vida en sociedad. Exige prohibir la existencia de ricos. El problema dice, es que algunos tengan “más dinero del que se necesita para vivir dignamente”. Quiere prohibir “disponer de 300% más de lo que percibe la media del país en el que se viva”. A quien pueda “disponer de 300% más de lo que perciba la media” del país en que viva, exige castigarle con “impuesto del 100%”.
La desigualdad es indispensable para reducir la pobreza. Pero a Neuhäuser le importa poco la pobreza. Explica que “mirar quiénes son los pobres y ayudarles (…) no es verdadera solidaridad”. Para él “verdadera solidaridad sería evitar que la desigualdad aumente (…) mayores impuestos a las rentas altas (…) Y (…) unos impuestos más altos al patrimonio y las sucesiones”. Como cree que “Piketty ha mostrado que los ricos siempre van a ser más ricos sin necesidad de trabajar (…) porque su capital crece” afirma que toda riqueza es inmerecida y “el Estado (…) tiene que reducirla”.
Pero más que la riqueza le molesta el éxito. Afirma que “no se nos juzga por nuestro trabajo, sino por el éxito” Y cree que “el éxito es un juego de azar”. Invocando tal azar racionaliza la envidia del que fracasa, negando cualquier merito al exitoso.
Es la voz de los fracasados exigiendo reconocimiento por lo que no lograron. En realidad Neuhäuser no quiere entender que la diferencia entre trabajo productivo y esfuerzo improductivo depende de producir lo que otros demandarán. Y que descubrir acertadamente qué producir y que no, rara vez será producto del azar. Es trabajo de empresario. Su función económica y moral. Y al fundamento moral –y material– de la prosperidad de las sociedades libres apunta el ataque de éste filósofo alemán.