La orientación geoestratégica de Estados Unidos gira del Atlántico al Pacífico, les guste o no a sus dirigentes. Es efecto ineludible del que la nueva superpotencia ascendente que confrontan no encuentre vía de proyectar poder global que no pase por el Pacífico. Buscan contener a China con un arco entre Afganistán y Corea del Sur, pasando por India, Tailandia, Filipinas y Taiwán, apoyado en Diego García, Guam, Australia y Japón.
China presiona con esfuerzos que van de la creación de islas artificiales, bases militares y el rápido crecimiento de su poder naval a la influencia comercial y política en la nueva “ruta de la seda”, proyectándose en Pakistán, Sri Lanka y Malasia, más las con alianzas en Myamar y Laos. Norcorea es una “pieza suelta” en la maquinaría de ambas potencias. China intenta mantenerla controlada en su esfera de influencia y Estados Unidos, por su parte, neutralizarla como amenaza. El tercer Kim intenta mantener el poder de su tiránica dinastía comunista. Los chinos apuestan por influencia política mediante influencia comercial –e incluso cultural– a larga distancia en África y Sudamérica.
China transitó exitosamente el camino del más primitivo e irracional socialismo a un peculiar neomercantilismo sobre el que el aparato totalitario del partido comunista rige una potencia económica ascendente. Y que, sobre todo, es capaz de proyectar poder global desde una base económica a la que jamás se aproximaron los soviéticos. El mercantilismo tiene limitaciones y problemas que sorprenderán a pretendidos expertos en su momento. Pero la nomenclatura comunista china redescubrió que el mercantilismo es la expresión económica del absolutismo. Es un sistema económico mediocre. Pero como esperaban, ya es y siempre será muchísimo más productivo que el socialismo.
Para mantener lo que sus líderes desean del totalitarismo –lo esencial que garantizaría evitar la fractura al ceder en lo secundario– y crecer a la escala geoestratégica de una superpotencia global, no requieren alcanzar el PIB per cápita de una economía capitalista avanzada, ni su productividad. Tras las locuras genocidas de Mao, estiman que el neomercantilismo realmente les permitirá conserva el poder absolutista del comunismo –y lo que les sirva del discurso– mientras su enorme población un poco menos pobre y compitiendo realmente en la economía global basta y sobra para un superpotencia. Algo de capitalismo tutelado, no el mercado libre que debilitaría al poder totalitario. Poco capitalismo que ya es suficiente para sacar a miles de millones de la pobreza, crear una muy modesta clase media, y garantizar milmillonarias corporaciones para empresarios mercantilistas con estrechos vínculos al poder. Ni más, ni menos.
Desde el punto de vista que hoy prevalece en Washington, no hay una nueva guerra fría de superpotencias controlando bloques al viejo estilo, sino el desafío de una superpotencia global ascendente y potencias regionales con agendas propias. Entre las segundas, la principal es una Federación Rusa, cuya relativamente pequeña economía sostiene –y actualiza cuanto puede– los restos de la colapsada superpotencia soviética. Hay hostiles actores no gubernamentales con agendas políticas e ideológicas de proyección global desde un mínimo control territorial, mediante ejes de crimen organizado y terrorismo. La confrontación ideológica con el socialismo es vital porque su amenaza es más influyente que nunca en los propios Estados Unidos. Y hasta hace poco, avanzó como nunca antes el hemisferio.
Considere la nueva doctrina de política exterior que a la medida de los nuevos tiempos ha estrenado el Washington de Trump. Vea el escenario geopolítico en que la despliega y comprenderá inmediatamente que para girar al Pacífico necesitan reducir el coste de otros teatros de operaciones. Son complejas negociaciones de esferas de influencia con potencias regionales aliadas, enemigas y ambiguas. A eso, hay que sumarle reestablecer el control geoestratégico en su propio hemisferio. Son una democracia y todos los discursos de sus políticos tienen contenido electoral interno, pero no es la única clave para leer.
La administración Trump identifica como enemigos ideológicos al socialismo y al fundamentalismo islámico. Identifica como desafío global ascendente a China y como principal potencia regional hostil a Rusia; de ahí en adelante, las potencias a considerar van de ambiguos aliados como la Europa Comunitaria e India a potencias regionales aliadas confiables como Japón e Israel. Y un maremágnum de “alienemigos” en confusas coincidencias y confrontaciones parciales de intereses y culturas.
Es el mundo en que vivimos. Uno en que hay que tomar en serio la determinación de Washington de poner fin al socialismo revolucionario en Caracas, Managua y La Habana. Pero también al esfuerzo del rancio comunismo cubano por mantenerse y retener el control sobre un totalitarismo dependiente en Venezuela, la dictadura aliada de Ortega en Nicaragua. Hoy apuestan a exprimir al México de López Obrador como a la antes relativamente rica Venezuela de Chávez, y así rehacer el Foro de Sao Paulo. Necesitan resistir a la primera potencia del mundo y la segunda del continente –el Brasil de Bolsonaro– apostando por alcanzar el tiempo de otro Washington tan complaciente como el de Obama. Y otro Lula.
Ese el tablero, esos los grandes jugadores. Venezuela está en centro por mero accidente. Victima de no menos de 60 años de economía socialista y 20 de dictadura socialista. A medio camino entre Estado fallido y colonia totalitaria de una potencia menor. Ya casi el más pobre, violento país del continente, con la garantía de futuro mucho peor al trágico presente mientras gobierne el socialismo totalitario actual, con pocas esperanzas de que su colapso conduzca rápidamente al capitalismo de libre mercado que necesita abrazar. Es falso que nada pueda ser peor que el chavismo que hoy gobierna. El chavismo mañana será peor que hoy. Y una oposición socialista es más incertidumbre que esperanza: es el tablero interno. Y en ese tablero interno, condicionado por el global, debemos encontrar la manera de pasar de la hecatombe chavista a un futuro civilizado. Algo difícil a corto plazo. Imposible sin dejar de lado no solo el socialismo totalitario, sino toda forma de socialismo.