Algo que ha dejado claro como pocos Thomas Sowell es que las certezas políticamente correctas a las que se aferra el izquierdismo estadounidense –ampliamente compartidas y repetidas por la mayor parte de la izquierda en todo el mundo– son simplemente mentiras con consecuencias económicas terribles.
Sowell ha tratado sobre falacias económicas a lo largo de su carrera, poniendo en evidencia las consecuencias no intencionadas de políticas, regulaciones, legislación y jurisprudencia basadas en sofismas vendidos como certezas políticamente correctas. Gran parte la resumió en su polémico libro de 2008, Economic Facts and Falacies.
Aclara Sowell que muchas cosas son creídas no porque sean ciertas, sino porque pese a ser contrarias a los hechos, “son consistentes con una visión sostenida de forma generalizada que se acepta como sustituto de hechos concretos”. Que tales falacias suelen tener efectos devastadores y ver a través ellas “puede revelar muchas oportunidades insospechadas para mejorar realmente la vida de las personas”.
Sowell le revela a quienes abogan activa, organizada y denodadamente por intervenciones del Estado con las que se prometen la salvación de quienes consideran víctimas a proteger y el castigo a supuestos opresores, que lo que exigen ocasiona los peores efectos a quienes pretenden proteger y se traduce en ventajas y ganancias fáciles para nuevos privilegiados a costa del resto.
Y lo odian por eso. Como odian todo lo que les contradiga. Más que cualquier otra cosa, a la realidad. Y la realidad de los hechos contra los mitos de la izquierda es el estandarte de Sowell. Pone ante el espejo de la realidad a quienes se juzgan a sí mismos, a sus políticas, regulaciones, legislación y jurisprudencia por sus declaradas intenciones. Sowell los enfrenta con los efectos reales, siempre peores y casi siempre opuestos de esas declaradas intenciones.
La respuesta suele ser el insulto y la negación de la realidad. Entre otras cosas porque, como aclara el economista, algunas de esas personas realmente creen estar haciendo el bien. Descubrir que sus esfuerzos dañan a quienes pretenden ayudar pone en duda su autoestima. Es fácil negarlo e insistir en el error negando los efectos negativos, o atribuyéndolos a falsos motivos, y sentirse moralmente superiores haciendo más y peor daño a quienes afirman proteger.
Muchos han basado en tales falacias carreras políticas, académicas y negocios. Las falacias políticamente correctas suelen crear clientelas políticas dependientes, fortalecer al Estado y sus burocracias, y crear oportunidades de captura de rentas a quienes pasan por benefactores. Odian ser puestos en evidencia.
Sowell explica que muchas veces lo que falta en la falacia económica es una definición porque “las palabras no definidas tienen poder especial en política, sobre todo cuando invocan algún principio que compromete las emociones humanas (…) la palabra indefinida (…) constituye una inmensa ventaja política (…). Personas con criterios muy diferentes sobre cuestiones esenciales se pueden unificar y movilizar tras un vocablo que disimula sus ideas distintas y en ocasiones mutuamente contradictorias”.
Clasifica la mayoría de falacias económicas en cuatro grandes grupos: falacia sin resultados, falacia de composición, falacia de piezas de ajedrez y falacia de composición abierta.
Falacia sin resultados: Es la difundida suposición del que las transacciones económicas son un proceso sin resultados positivos –lo que una gana otro pierde– pero transacciones voluntarias “no continuarían teniendo lugar a menos que ambas partes estuvieran en mejores condiciones al efectuarla que no haciéndola” aclara Sowel. Y pretender ayudar prohibiendo una gama de transacciones voluntarias resulta en menos transacciones voluntarias, lo que es peor para todos. Regulaciones y congelaciones de alquileres para proteger arrendatarios logran minimizar la oferta de nuevas viviendas en alquiler, junto a cada vez peor mantenimiento y finalmente salida del mercado de viviendas atadas a la regulación. Ventajas temporales para privilegiados arrendatarios protegidos y peores condiciones de vivienda para el resto. Pero congelaciones y regulaciones de alquileres se aplicaron y aplican en infinidad de ciudades, siempre con equivalentes efectos “no intencionados”. Y lo mismo pasa en cualquier otra actividad regulada desde tal falacia.
Falacia de composición: La creencia del que lo válido para la parte lo será para el todo. Buen ejemplo son políticas para revitalizar zonas urbanas degradadas, su éxito suele limitarse a desplazar personas con problemas y atraer otras personas con ventajas.Sowell cita el desplazamiento de barrios bajos de Washington D.C., que logró que dejaran de aparecer embarazosas fotos de degradación urbana con la cúpula del Capitolio de fondo. Pero no mejoró la condición de los habitantes, los barrios bajos y sus habitantes fueron desplazados lejos de la vista. Donde estaba esa gente, están otros de mayores ingresos en mejores viviendas. No la misma gente en mejores condiciones. Porque desplazar problemas afirmando solucionarlos es una falacia políticamente rentable.
Falacia de las piezas de ajedrez: Arrogante creencia de políticos y científicos sociales en la posibilidad de manipular a personas reales como piezas de ajedrez –por su propio bien– ignorando sus preferencias y valores subjetivos para someterlas a un gran diseño que los haga “felices” por decreto. Es la fatal arrogancia del socialismo. Y a las escala de cada caso, no produce otra cosa que desperdicio material, daño moral y sufrimiento innecesario.
Falacia de composición abierta: La idea de que hay cosas tan deseables e importantes como para dedicarles recursos sin atención alguna al coste. Es fácil prometer salud, educación, seguridad o espacios abiertos “gratuitos” y abundantes para todos, porque siempre querríamos más, aclara Sowell, pero no a cualquier coste, porque los recursos son limitados y lo que dedicamos a unos fines los restamos a otros.
Sowell se pasea por estos tipos de falacias y sus nefastas consecuencias en urbanismo, género, academia, ingresos, raza y tercer mundo, dándonos un trágico tour por la mentira, maldad e hipocresía disfrazada de superioridad moral que caracteriza a la izquierda, revelando las consecuencias de una empecinada insistencia en el error por las que los “buenos” hacen el mal, en un libro que todo interesado en el bienestar humano real debe leer.