La interferencia sobre el dinero es antigua, diversa y creciente. No hay el menor indicio de consenso sobre cuáles serían las mejores condiciones institucionales para el resurgimiento de un dinero de mercado realmente libre. Explicaba Hayek que: “considerado como requisito indispensable para el funcionamiento de un extenso orden de cooperación entre seres libres, el dinero, casi desde su aparición, ha sido tan desvergonzadamente manipulado por los gobiernos, que se ha convertido en la principal causa de perturbación del proceso mediante el cual se auto-organiza el orden extenso de cooperación humana. A excepción de unos pocos periodos afortunados, la historia del tratamiento del dinero por parte del gobierno ha sido un incesante ejemplo de fraude y decepción. A este respecto, los gobiernos se han mostrado mucho más inmorales que cualquier institución privada que haya podido ofrecer dinero competitivo”.
Hablamos de la tasa de interés como “precio” del dinero en el tiempo porque el proceso por el que se establecen las tasas de mercado es análogo al de formación precios. Pero no hay realmente un precio del dinero.
Resumiendo a Böhm-Bawerk sobre formación de precios, digamos que partiendo de sus escalas de preferencia subjetivas ordinales dinámicas los individuos deciden qué intercambios realizar y cuáles no. En el proceso de mercado los precios a los que la abrumadora mayoría de los agentes realicen transacciones se establecerá en un intervalo entre las valoraciones marginales de compradores y vendedores más próximas. Ese intervalo –representando por un precio de equilibrio para efectos matemáticos– se desplazará en la medida que cambien las valuaciones subjetivas de los sujetos que actúan, junto con infinidad de factores cambiantes que las condicionan.
Quedarán fuera del mercado quienes no están dispuestos a comprar o a vender en este rango e ingresarán a él en la medida que el cambio de sus valoraciones, del intervalo de precios de mercado, o de ambos, lo permita. Pero la aplicación de la teoría de precios al dinero, lo que nos dice de una parte es que, entendiendo precio como razón de intercambio entre dos bienes, el bien dinero presente se cambia por el bien dinero futuro en el intervalo de una tasa de interés intersubjetiva que emerge –en principio– de un proceso similar al de un precio. La gran diferencia es que en lugar de un precio de cada bien o servicio en dinero, tenemos un intercambio de bienes presentes por bienes futuros por la valoración de ambos en unidades monetarias. Eso no es un “precio del dinero” que pueda servir de medida de su poder de compra.
De hecho, el dinero que se cambia por bienes y servicios, en cuanto bien cuya utilidad es la de ser medio universal de intercambio indirecto, no presenta nada similar a un precio propio respecto de los bienes. Es decir, si el precio de todos los bienes se expresa en dinero, el precio de dinero únicamente lo pudiéramos expresar en bienes. Eso no significa que lo podamos expresar realmente en una cesta o promedio de bienes, principalmente porque las escalas de valores subjetivas de las personas no solo difieren de unas a otras, sino porque simplemente no son estables.
Como explica Rothbard: “supongamos, por ejemplo, que la oferta de dinero aumenta un 20 %. El resultado no será, como da por sentado la economía clásica, un simple aumento general del 20 % en todos los precios. Imaginemos, a título de suposición, el caso más favorable, que podríamos denominar el modelo del Arcángel Gabriel, según el cual el Arcángel Gabriel desciende de las alturas y de la noche a la mañana incrementa el saldo de caja de todo el mundo precisamente en un 20 %. Ahora bien, no todos los precios aumentarán simplemente un 20 %, porque cada individuo tiene una escala de valores diferente, un ordenamiento ordinal diferente de las utilidades, incluso las utilidades marginales relativas de los dólares y de todos los otros bienes de su escala de valores. A medida que aumenta el stock de dólares de cada persona, sus adquisiciones de bienes y servicios variarán de acuerdo con la nueva posición que éstos ocupan en su escala de valores respecto de los dólares. Por lo tanto, variará la estructura de la demanda, al igual que los precios relativos y los ingresos relativos de la producción, y se modificará también la composición de la gama de bienes y servicios que constituyen el poder adquisitivo del dólar”.
En una economía monetaria el dinero es el único bien que se encuentra en estado de trueque con los demás bienes y servicios, por lo que en el estricto presente no tenemos ni un precio monetario del dinero, ni un emergente cardinal equivalente, como sí sería la tasa de interés para su intercambio intertemporal. Y como es, en este sentido, que el poder de compra resulta ser el concepto con el que identificaríamos un “precio del dinero”, ese poder de compra del dinero en realidad no equivale a un nivel de precios que podamos representar mediante un número índice.
Cuando un ama de casa se sorprende del que lo que estimaría como la variación del índice de su personal cesta de compra –una cesta real– suele estar muy por encima o muy por debajo de la variación de índice de precios estadístico al que normalmente se le atribuye la medida simultánea de inflación y poder de compra. Su sorpresa refleja algo más profundo que la simple diferencia entre un caso y un promedio. La estadística revela cosas importantes. Pero entre ellas no está un precio del dinero sin el que toda aproximación a la idea de medir su “poder de compra” será incompleta y problemática.