En los años 1970 el Club de Roma puso de moda la idea del futuro en que los recursos naturales se agotan, mientras sus precios suben sin límite, colapsando así la economía, en medio de la miseria y la hambruna. La idea todavía tiene seguidores, y no pocos.
En teoría económica es una insensatez. Los bienes económicos –recursos útiles y escasos– no subirían de precio exponencialmente mientras se explotan hasta desaparecer. Jamás se venderá en infinidad de millones el último barril de petróleo que salga del último yacimiento. Los yacimientos se dejarán de explotar mucho antes. La sustitución tecnológica en el mercado de bienes de orden superior –mientras existan precios, en cuanto tales– será previa al agotamiento físico de insumos, porque cuando un recurso se torna relativamente escaso y su demanda cae menos que proporcionalmente, se eleva su precio y con ello se generan oportunidades que ilustraremos con el ejemplo del combustible en el transporte:
A corto plazo la sustitución de vehículos no sigue al incremento del precio del combustible. La reducción del uso de vehículos, por su parte, es limitada por el alto costo subjetivo marginal de sustitución. Hay muchas cosas menos valiosas a las que renunciar antes que a la mayoría de desplazamientos en un vehículo propio. La demanda de combustible no cae significativamente a corto plazo por aumentos del precio, ni sube significativamente corto plazo la demanda de vehículos más eficientes.
A mayor plazo todo cambia. Crece la demanda de motores más eficientes. Las existencias, en términos de remanente disponible para un tiempo determinado, dependen de la eficiencia relativa de los procesos en que se utilizan. Con vehículos, la sustitución de viejos motores por nuevos más eficientes, equivale al incremento virtual de reservas de combustible. La dinámica es clara, si la respuesta inicial a incrementos del precio del combustible tiende a ser menor uso –en lo posible– de los vehículos, lo que en algún grado tiende a implicar menor demanda de combustible, la eventual sustitución por vehículos de más eficiencia, a su vez impulsaría un mayor uso comparativo de los mismos, que implica mayor demanda de combustible. Debido al alto costo y consecuente retraso relativo en la sustitución de vehículos, este mayor uso tendería a incrementar la demanda por debajo del umbral del consumo total previo al cambio tecnológico.
Generalmente, el inversionista estima que de agregar nueva oferta, la venderá a precios más altos cuando los incrementos de demanda le parecen causados por su escasez relativa, a cuando son causados por nueva demanda. Un menor riesgo percibido en mayores inversiones para la explotación económica del recurso antes submarginal incrementa las existencias al sumarse a la oferta la nueva producción, lo que eventualmente puede bajar los precios y regresar a submarginal parte de las reservas explotables del bien. Y eso es con la tecnología existente, pero por otro lado hay un estímulo económico para la innovación tecnológica que haga posible el acceso al recurso sub-marginal potencial inaccesible con la tecnología existente. En ambos casos la reservas marginales crecen, lo que tiende a bajar los precios relativos, se incrementaría la demanda, y esta última empuja el precio al alza nuevamente. A mayor volatilidad cualquier período de precios bajos incrementa notablemente el riesgo percibido en la inversión de largo plazo para la incorporación del producto submarginal –y como para refinación– lo que ocasiona desinversión en la transformación. Agregaría el riesgo de eventuales cuellos de botella, ante incrementos futuros de demanda.
En términos de oportunidad se incrementa la demanda potencial para otros combustibles –o energías– de menor costo. Es decir, en tanto su precio se eleva, el costo relativo de su sustitución de un bien se reduce, sea más o menos que proporcionalmente. Consecuentemente, es mayor el estímulo empresarial hacia la búsqueda del bien alternativo. Tal oportunidad, en nuestro ejemplo, pudiera ser descubierta en un combustible sucedáneo para los mismos motores, o en nuevos motores que puedan lograr equivalentes resultados, a igual o menor costo, con otra fuente de energía. Incluso sin considerar otros cambios posibles en la oferta y demanda de transporte a diferentes plazos por el escenario tratado, ya podemos ver es que las señales económicas impulsarían inversión en fuentes de energía diversificadas competitivas, mientras en el proceso de sustitución las oportunidades superen los riesgos.
La demanda de bienes de orden superior se origina realmente en la de bienes de primer orden, con lo que la demanda de combustible y vehículos para el transporte depende de la demanda para trasladar, cosas o personas, de un lugar a otro, más rápida, cómoda y eficientemente. Esta naturaleza de la demanda es la clave. En nuestro ejemplo el dato relevante es que desde 1970 aparecen esas señales de agotamiento de reservas marginales, seguidas de descubrimientos de nuevas reservas marginales, y de la transformación económica de reservas submarginales en marginales por variaciones de costo-beneficio y nuevas tecnologías, en un mercado petrolero que a su vez está sujeto a los ciclos económicos de las grandes economías consumidoras.
La “era del petróleo” es el período durante el que combustibles derivados del crudo prevalecen en el transporte y la industria. Empezó con el siglo pasado y sigue hoy, es incierta su duración futura. No lo es que eventualmente concluirá, y concluirá mucho antes del agotamiento físico del recurso y sin que ello signifique que no tenga otro valor económico cuando deje de ser la fuente de combustible dominante. Aunque para entonces, la demanda de petróleo como fuente no primaria de combustible y para otra infinidad de procesos será menor que la que tenía como combustible dominante. En ese sentido, los precios relativos del recurso serían menores entonces y lo mismo aplica a cualquier otro recurso natural cuya utilidad y escasez relativas hagan de él un bien económico.