El mensaje de fondo del ecologismo oscuro –hoy de moda– es el viejo fantasma maltusiano de la sobrepoblación. Este es un sinsentido que disfrutó de éxito político y comunicacional, una y otra vez, pese a que siempre le refutasen la teoría económica y los hechos. Para explicar esa parte de la “nueva” cubierta verde del viejo totalitarismo rojo, citaré una conferencia de 2007 en que el economista Gabriel Calzada –actual rector de la Universidad Francisco Marroquín– explicó la utilidad de clasificar en paradigmas enfrentados a teóricos de la relación entre recursos y población.
Sistematizando los paradigmas a los que es razonable adscribir autores relevantes –de científicos a divulgadores–, podemos analizar separadamente las diferencias entre quienes quedan adscritos a uno u otro paradigma –el debate interno del paradigma– de las diferencias radicales entre los paradigmas –el gran debate entre paradigmas– que es el que más importa. Coloquemos de un lado lo que Calzada define como “paradigma del equilibrio”, y del otro, lo que denominó “paradigma de la armonía”. Sistematizando a teóricos y teorías en paradigmas mutuamente excluyentes, obtenemos la mejor explicación posible.
El paradigma del equilibrio entre seres humanos ilimitados y recursos limitados se remonta a Malthus, pero reapareció con fuerza entre finales de la década de 1960 y comienzos de la de 1970. La reintrodujo el Club de Roma al publicar en 1972 Los límites del crecimiento.
El argumento central del libro, explica Calzada, se resume en que afirmaban “que si continúa el actual modelo de crecimiento económico, demográfico, industrial, de producción alimenticia y de uso de los recursos alcanzaremos los límites del crecimiento en menos de 100 años, de hecho, no sólo los alcanzaremos en menos de un siglo, sino que los alcanzaremos de forma repentina y probablemente en mucho menos de 100 años; añadían los autores que se podía disminuir el peligro de alcanzarse lo que denominaban un ‘estado de equilibrio’ tal que satisfaga todas la necesidades de los seres humanos […] Argumentaban de la siguiente forma: La población no puede crecer sin un aumento de la comida, el aumento de la producción alimenticia no se puede dar sin aumento del capital, pero ese aumento del capital requiere de más recursos naturales, y esos recursos usados cada vez en mayor cantidad se transformarán, de una parte en contaminación y problemas medioambientales para el hombre, y de la otra en problemas económicos […] el colapso lo predecían de ésta forma: El aumento de stock de capital conducirá a un aumento del usos de los recursos naturales, ese aumento de usos de los recursos naturales, como presión sobre la demanda de tales recursos se traducirá en aumento del precio de los mismos y por lo tanto, más y más capital será necesario para obtener los mismos recursos disminuyendo así el capital que queda disponible para el futuro. Tal es el argumento principal del Club de Roma. […] que se llega a un punto en que la inversión ya no compensa, se torna demasiado cara por el precio en alza de los recursos naturales; y […] se produce un crash económico […] tras el cual la población sigue creciendo, y al seguir creciendo la población tenemos ‘un gran aumento en la tasa de mortalidad por la falta de comida y servicios de salud, todo esto en el mejor de los casos'”.
El problema del paradigma del equilibrio empieza en el error del diagnóstico. Hay errores gruesos de teoría económica e ignoraron olímpicamente todas las fallas previas de toda especulación teórica que obvió –como ellos– la naturaleza creativa del ser humano. Pero negarse a ver el significado económico –y ecológico– de la capacidad humana de descubrir y crear fue lo que les permitió entonces –y hoy– justificar conclusiones autoritarias (en ruta al totalitarismo) en sus propuestas de “solución”.
El totalitarismo –o algo muy próximo– sería indispensable para adelantar lo que exige con desesperada urgencia el paradigma del equilibrio, ayer y hoy. Ya en Los Limites del Crecimiento exigían, para evitar el apocalipsis que profetizaban:
- Disminuir drásticamente la natalidad.
- Estabilizar el stock de capital, de modo que las inversiones fueran exactamente iguales a la depreciación.
- Ajustarlo de tal forma que el alto total al crecimiento de capital ocurriera en 1985 y el alto total al crecimiento de población en 1975.
Afirmaban que “o bien nos imponemos tales restricciones o nos las impondrá la naturaleza” por lo que para alcanzar esos tres objetivos, exigían a su vez:
- Hacer que los índices de consumo general sean los más bajos posibles.
- Afinar la regulación de los Estados sobre la relación de población y capital, para planificar la introducción de mejoras tecnológicas.
Profetizaban la hambruna donde no hicieran lo que exigían. No obstante, las hambrunas no ocurrieron donde les ignoraron, sino donde mucho de lo que exigían se implementó. Su emergencia global no prosperó. La economía centralizada y el racionamiento siguieron donde ya estaban. El control forzoso de la natalidad se adoptó en totalitarismos como el de Mao. Luego China pasó de las hambrunas del socialismo revolucionario a la relativa prosperidad del totalitarismo neomercantilista –tan limitada adopción de soluciones capitalistas alcanzó para sacar a cientos de millones de la pobreza extrema– pero todavía sufren consecuencias no intencionadas del control poblacional.
El objetivo, decían, era la libertad para la sociedad, no para el individuo. Aspiraban a un “estado global de equilibrio”, el cual reconocían “requiere poner en tela de juicio muchas libertades humanas”. De haber tenido éxito, las hambrunas de los totalitarismos revolucionarios habrían seguido. Los millones que salieron de la miseria en la actual globalización habrían muerto en pobreza extrema. El mundo desarrollado estaría ya en medio de un colapso peor que el soviético.
Pero hoy regresa la misma idea falsa. Con nuevo discurso, es hoy más popular que antes. La alternativa, afortunadamente, existe. Es el paradigma de la armonía del que trataremos en la próxima columna.