Es difícil explicar los ciclos económicos porque demasiados economistas se niegan a aceptar que la tasa de interés no es el precio del dinero. El dinero es un bien cuyo valor subjetivo depende de su utilidad y escasez relativas. Por otro lado, el precio del dinero es su poder de compra, porque siendo su utilidad la de servir de medio de intercambio indirecto en el que se expresan los precios de todos los bienes, su propio precio puede expresarse única y exclusivamente en bienes. Insistir en que la tasa de interés sería el precio del dinero es, en cierto sentido, como insistir en que el canon de alquiler de los inmuebles fuera el precio de los bienes raíces.
Hay un mercado de alquiler de bienes raíces como hay uno de préstamos –alquiler de dinero– y la tasa de interés es lo que pagamos por usar ese capital liquido que nos prestan durante cierto tiempo, al momento de retornarlo. Es pues producto de la preferencia temporal. En iguales cantidades todos prefieren los bienes presentes sobre los bienes futuros, mientras alguna mayor la cantidad de bienes futuros la preferirán a una menor de bienes presentes en diferente magnitud, diferentes personas. Algo que tenía claro ya en 1285 Giles Lessines quien en De usuris in communi et usurarum contractibus, Opusculum LXVI, explicaba que: “Bienes futuros no se valoran tan altamente como los mismos bienes disponibles en un momento inmediato del tiempo, ni permiten lograr la misma utilidad a sus propietarios, por lo que debe estimárseles el valor reducido que les corresponde en acuerdo a la justicia”.
El único sentido en que la tasa de interés es precio de algo, no del dinero, sino de su alquiler como capital líquido para inversión o consumo presente, es a cambio de retornar mayor cantidad futura. Y sí, obviamente está sujeta a la misma distorsión de un control de precios, que produce escasez en la medida que se fija un precio menor al de mercado, generando una demanda artificialmente alta, en respuesta a la que no crecerá la oferta porque un precio artificialmente bajo no la estimula, lo que causa escasez, mercados negros y racionamientos.
Con el dinero ocurre algo equivalente cuando se baja artificialmente desde los bancos centrales la tasa de interés y se incrementa la demanda de crédito, pero consecuentemente no aumenta el ahorro, y en la medida que los bancos centrales no pueden realmente producir dinero del mismo precio –esto es, del mismo poder de compra, pues éste también depende de su escasez relativa– pero sí introducir de la nada dinero de menor precio relativo. Cubren así la demanda con un circulante cuyo precio relativo bajará con el incremento de su cantidad. Y esto implicará que los agentes económicos decidirán en base a información de precios esencialmente falsa.
El economista Peter Boettke explica que “La expansión del crédito, posibilitada por la caída artificial de las tasas de interés, guía engañosamente a los empresarios: son conducidos a involucrarse en proyectos empresariales que de otra forma no hubieran parecido rentables. La falsa señal generada por la expansión del crédito lleva a una mala coordinación de los planes de producción y consumo de los actores económicos. Esta descoordinación se manifiesta primero en un ‘boom’ y posterior recesión en que el patrón temporal de la producción se ajusta al patrón real de los ahorros y el consumo de la economía”.
A grandes rasgos, una crisis cíclica es crédito barato y abundancia de circulante que producen el auge de demanda y producción orientadas al consumo e inversiones estructuralmente artificiales. Son seguidas de una contracción en la que el equilibrio dinámico natural se debería recuperar, más o menos rápidamente, dependiendo del grado en que los factores detonantes de la crisis se traten de repetir como ilusoria salida de la misma. Esto sin olvidar que la inflación afecta a diferentes bienes en diferentes momentos y magnitudes lo que confunde más las señales del sistema de precios.
Como explica el economista Mark Skousen “el boom inflacionario no solamente ocasiona que los precios aumenten, sino que crea desbalances estructurales en la economía, especialmente en los mercados intensivos de capital. Eventualmente las tasas de interés deben subir y el boom de inversiones se convierte en un fracaso”. Lo importante es que una vez que se comprende el origen monetario del ciclo y sus efectos en los precios y producción, se puede notar que en realidad no existe ninguna combinación de política monetaria y cambiaria capaz de evitar o controlar tales ciclos. No mientras el dinero que usamos lo emita el monopolio de un banco central y su utilidad dependa de una ley de curso legal.
El problema, como explica el economista Jesús Huerta de Soto, es que “La crisis y la recesión económica ponen de manifiesto que un número muy importante de los proyectos de inversión financiados con cargo a los nuevos créditos creados por la banca no son rentables […] desaparición de muchos procesos de inversión que termina afectando profundamente al sistema bancario […] en forma de devolución generalizada de préstamos […] así como de morosidad muy incrementada y atípica en los préstamos […] Todo esto lleva a que, de la misma manera que se expandió la oferta monetaria […] la expansión económica artificial producida por la creación de la nada de créditos dé lugar en última instancia a una contracción endógena de carácter inevitable”.
Manipular la tasa de interés para abaratar artificialmente el crédito ocasiona prosperidad temporal meramente aparente que concluye en contracción, quiebras y desempleo. Es en la recesión que los capitales se reasignan a usos realmente rentables. Y esto sucede porque los bancos centrales pueden distorsionar la oferta monetaria por un medio tan simple como la manipulación de la tasa de interés –y tienen incentivos políticos para hacerlo– que las economías estarán sujetas a ciclos. Al menos, mientras la emisión monetaria fiduciaria sea monopolio territorial de cada gobierno.