Odio repetirme en títulos. Pero para tratar de España, Pedro Sánchez no me deja alternativa. Porque hoy, el problema político de España no está en los cambios de opinión de sus votantes, elevando a un partido ayer y a otro mañana, sino en sus políticos. Pedro Sánchez no puede ser otra cosa que lo que es: un ignaro pero astuto oportunista resentido que elevó a la izquierda de la izquierda al control del PSOE, aunque esto sea mérito más de Rodríguez Zapatero que de él.
Iglesias no puede ser sino un comunista más resentido que Sánchez –llorando el derribado muro de Berlín y añorando el caído imperio soviético–, pero también es una imitación barata de caudillo socialista sudamericano, progresando –mansión incluida– en la fértil idiotez milenial europea. Rivera no puede ser sino un socialista moderado que perdió las banderas de la unidad de España, y con ellas el voto a la derecha del PP, ante una auténtica derecha, a la derecha del PP (lo que es Santiago Abascal, quien tampoco puede ser otra cosa).
Y eso importa, porque si algo cierto dijo un político español la noche de la elección por la que torpemente apostó Pedro Sánchez –y que denominó mentirosamente “automática”– fue lo que resumió Rivera sobre la debacle de su partido “los españoles han querido menos Ciudadanos y más Vox”. Ciudadanos fue, en su mejor momento, ante el separatismo la única fuerza “a la derecha del PP”, y en todo lo demás a su izquierda. Aspira a un centro para el que no hay mucho espacio inmediato en España, con derecha conservadora real, a la derecha del PP. En todo, del combate al separatismo, pasando por reducción de impuestos, gasto y desmontaje de excesos regulatorios, es una reingeniería del Estado de bienestar, la defensa del conservadurismo sociológico y cultural contra la izquierdista “multiplicación de los sujetos revolucionarios”. Representa un centralismo frente al fracaso del “café para todos” de las autonomías que pudo funcionar en otras manos, pero no las tuvo.
Y eso, nos guste o no, es lo que son. Y por eso han votado sus electores. Ellos, a diferencia de los tertulianos de TV, no se engañan. No en cuanto a lo que son sus políticos, pero sí, y mucho, sobre la existencia de la magia los de izquierda –que no, no existe–. Y no, no se puede repartir lo que no se produce, ni vivir sin producir (al menos, no con otro resultado que terminar más pobres).
A la derecha, se engañan sobre las capacidades de un Estado del bienestar que ahorrase el dispendio autonómico y se soportase sobre moderadas reformas fiscales y regulatorias en crecimiento económico real (no en crédito y gasto). Pero no, no es suficiente. El Estado de bienestar es la estafa de Ponzi. Necesita más que moderadas reformas fiscales. Aciertan, eso sí, en que en un Estado del bienestar –con economía ralentizada– la inmigración sin regulación –escasamente productiva y culturalmente hostil e inasimilable– es inmanejable.
Dieron, otra vez y como era de esperar, los electores españoles a sus políticos, un parlamento en que “los números no dan” para otra alianza de gobierno estable, que una Gran Alianza, trasversal a la alemana. PP y PSOE sufrirían un coste político con eso. Ambos tienes fuerzas a su extremo. Pero Casado lo insinuó. Aunque en los únicos términos que le permiten los resultados –su partido y su liderazgo fortalecidos, pero no demasiado–. Para pactar con un Sánchez indistinguible de la ultraizquierda, no puede sino exigir un programa común más cercano al suyo que el de Sánchez. Debe apelar más a otras fuerzas dentro del PSOE que a Sánchez, que es a lo que apostaría el lado estadista de Casado.
Pero Sánchez no puede girar al centro, para él está muy a la derecha. La militancia que lo elevó a la cabeza del PSOE se largaría a Unidas Podemos. No es el partido, es su posición a la cabeza del partido. Su presidencia, el avión. También que es casi un comunista. En eso es tan sincero como en nada más. Hijo político de Rodríguez Zapatero, filocastrista y filochavista. La gran alianza se le atraviesa en su estabilidad como líder del partido. Le importa más que la estabilidad política del país y se le atraviesa en sus afectos rojos, como descartando lo único lógico, los números no dan para otra cosa. Apuesta por lo único para lo que pueden darle, para lo que le dieron antes: a mayor costo, porque son peores. Un gobierno débil, rehén de la ultraizquierda. Ahora sí, con vicepresidencia, ministerios y “frente popular” y del separatismo, el mismo que ya lo hizo perder la frágil mayoría parlamentaria previa.
Y por eso apostará. Ya pagó lo que exigía ahora la ultraizquierda. Le queda pagar al separatismo. Y tendrá gobierno. Nuevamente un gobierno débil rehén de ultraizquierda y separatismo. Más débil y a mayor costo que antes, hasta que no pueda pagar lo que exigirán unos y otros. Y otra vez veríamos elecciones adelantadas en España. Es de esperar –aunque nunca es seguro– que darían un escenario cerrado, forzando la inestabilidad o la Gran Alianza a la que estaría dispuesto este PP, no este PSOE. O que entre tanto se recupere el centro o crezca la derecha, y que la ultraizquierda se desgaste en el gobierno. Es realmente incierto. A diferencia de lo que han telegrafiado los electores a sus representantes como única alianza estable posible. Pero eso de políticos españoles comportándose como alemanes, con Sánchez a la cabeza del PSOE, no parece posible. A menos que su ambición oportunista le obligue mañana a cambiar el disfraz de cuasi-comunista –que le queda a la medida– por el de estadista moderado –que le quedaría demasiado grande–. El tiempo dirá.