Tras el colapso del imperio soviético, sobrevivió en el mundo –como bestia sin amo– el gigantesco aparato internacional de desinformación, agitación y propaganda que dicho imperio creó para su servicio desde que el poder bolchevique se limitaba materialmente al dudoso control de Petrogrado. Su influencia (tanto sobre el presente activismo socialista revolucionario en el mundo como sobre la evolución de la destructiva religión marxista, sus ideas y sus tácticas) sigue siendo determinante. Y más importante incluso, es hoy tan poderosa sobre en pensamiento socialista en sentido amplio como para no llegar a servirse de sus oponentes como tontos útiles, inadvertidos e involuntarios.
Lo comenzamos a ver temprano, recién colapsado el poder soviético, en afirmaciones tan ridículas como que las tesis “mencheviques” se estuvieran de pronto sobreponiendo a las “bolcheviques”; u otras más sofisticadas, pero no menos falsas, sobre alguna rocambolesca síntesis dialéctica hegeliana de la historia, en la expansión del Estado del Bienestar fungiendo de economía de libre mercado globalizada. La verdad es que en la izquierda rusa de principios del siglo pasado, los llamados mencheviques fueron simplemente la corriente ortodoxa dentro de la minoría que el partido socialdemócrata ruso representó ante la mayoría populista de los socialistas revolucionarios. La real oposición socialista al bolchevismo fue el multifacético eserismo verde, la más numerosa fuerza izquierdista en Rusia hasta que fueran exterminados por la dictadura bolchevique (no sin antes haber llegado a poner en armas más hombres que los blancos y los rojos en la guerra civil, y obtenido una clara victoria electoral frente a bolcheviques, mencheviques y constitucionalistas en la elección de la asamblea constituyente de 1917, disuelta por la dictadura bolchevique tras su golpe de estado fundacional de la URSS).
Del otro lado, el caso es que Hegel no postuló realmente lo que para llegar a esas conclusiones parece atribuirle Fukuyama –y al mismo Fukuyama se le lee e “interpreta” con inusitada ligereza en estos temas– mientras que las novedades más significativas en el marxismo postsoviético ya las hemos tratado más de una vez. Lo cierto es que hay muy poco y muy tamizado de la supuesta retoma por la intelectualidad socialista de teorías descartadas en el auge del leninismo. Para entenderlo más que suficiente, basta tomar nota del hecho evidente que tras el colapso soviético, quedan en pie algunos formalmente leninistas gobiernos marxistas en Asia y el Caribe. Siguen siendo abierta o mal disimuladamente reverenciados el grueso de intelectuales y políticos socialdemócratas europeos, más inspirados por el marxismo de Bernstein que el de Kausty, así como por sus equivalentes fabianos anglosajones.
Lo más importante quizás es la persistencia al interior y periferia del poder político y burocrático de un confuso sincretismo internacional de populismo con amalgamas de diversas capas históricas de pensamiento socialista, que es lo que se puede entender como la cultura común de la intelectualidad socialista en sentido amplio, con sus adherentes activos y pasivos. Más de una vez traté las tendencias del marxismo en el presente siglo. Si algo podíamos sacar en claro desde el primer momento es que la lectura de la intelectualidad izquierdista sobre el colapso soviético no sería una revaloración de las tendencias mencheviques identificadas con la doctrina de la línea de sucesión ecuménica del marxismo ortodoxo de Kausty, sino con el sincretismo de las tesis de Bernstein y el leninismo en un el amplio populismo socialista de inspiración primitivista, armado en torno a la síntesis neomaltusiana que probablemente tomaría como punto de partida de sus líneas más sofisticadas a la escuela de Frankfurt.
Era tan obvio cuando lo afirmaba hace años que el que así haya sido es apenas digno de mención. Pero sí es importante recordar que para entender esa forma de socialismo esencialmente cultural es inútil y confusa la referencia al ala derrotada de partido marxista ruso o sus equivalentes prevalecientes en los partidos marxistas de Europa occidental, resultando por el contrario las referencias históricas más útiles del siglo pasado a tal efecto, las enormes similitudes —aunque cada grupo respecto a su propio entorno cultural— entre los socialistas revolucionarios, populistas rusos del gran reparto negro, como última expresión del colectivismo tradicionalista pan-eslavo; y los nacionalsocialistas alemanes del III Reich como expresión política del pensamiento volkisch.
Mientras que una natural tendencia conservadora en la imitación de los valores morales prevalecientes, conjugada con la aceptación que se logra fácilmente al repetir acríticamente la falsificación histórica comúnmente aceptada (incluso cuando se pretenda refutar en algo a sus autores y beneficiarios) explica en mucho que una alta proporción de los liberales terminen por aceptar inconscientemente la apropiación socialista de la ética mediante el mito del bien común, como su propia medida inconsciente de moralidad inherente a las acciones humanas.
El asunto es que estamos llegando a un punto en que un socialismo de niños ricos, que creen que todos los bienes y comodidades de los que disfrutan en el primer mundo son mágicamente independientes de la economía de libre mercado que los produjo, se atreve cada vez más abiertamente a renunciar a prometer una capacidad de producción superior a la del capitalismo –lo que jamás pudo ni podría lograr– y construye una teoría ecologista de la reducción del consumo mediante la planificación central de la distribución. Lo paradójico de eso es que equivale a justificar la apropiación estatal de los medios de producción y la planificación central de la economía como mecanismo indispensables, no de la justicia redistributiva o la supuesta superioridad racional de la planificación, sino como mecanismos para imponer un racionamiento que garantice la drástica reducción del consumo, en función de la dudosa reducción del impacto ecológico. Se proponen alcanzar la pobreza universal como objetivo. Es lo único que, socialismo mediante, indudablemente podrían lograr. Este resulta ser uno de los aspectos más sorprendentes y peligrosos de la compleja herencia viva del desaparecido imperio soviético en el mundo de hoy.