La película Mr. Jones es un revelador drama histórico que muestra al socialismo como lo que es, una fuerza genocida brutalmente explotadora sin otro efecto que la destrucción material y moral. Estrenada en la primavera de 2020, arrojó luz sobre uno de los peores crímenes del poder soviético. Pero más importante, arrojo luz sobre la temprana, amplia y consciente complicidad de la intelectualidad socialista en sentido amplio —generalmente autodenominada progresista y/o izquierdista— de occidente con los peores crímenes soviéticos.
Dirigida por Agnieszka Holland, la producción conjunta polaca, ucraniana y británica profundiza tanto en el crimen genocida de la hambruna ucraniana —Holodomor— en el marco de la propaganda soviética empeñada en ocultarlo, como en la complicidad en el crimen del grueso de la intelectualidad “progresista” occidental. Y lo más importante, refleja perfectamente la forma de pensar y sentir de quienes creyéndose infinitamente buenos y moralmente superiores fueron entonces —como son hoy— cómplices o agentes del brutal totalitarismo genocida en que inevitablemente termina el absurdo sueño de opio socialista.
El héroe
Gareth Jones fue un periodista galés de ideas vagamente “progresistas” y el único en el círculo de Lloyd George que entendió tempranamente el verdadero peligro tras el nacionalsocialismo alemán: que los altos mandos nacionalsocialistas creían fanáticamente en su ideal totalitario. Poco escuchado asesor y famoso periodista independiente —tras entrevistar Hitler— viaja a una Unión Soviética —de la que comprendió cómo los números de propaganda de la economía planificada no cuadraban— a principios de la década de 1930 con la remota esperanza de repetir la hazaña entrevistando a Stalin.
El acertado retrato del carácter moral y agudeza intelectual de Jones es clave en la película. El galés fue un periodista comprometido con la verdad. Incluso cuando le empujaba contra sus propias simpatías políticas e ideológicas. En busca de la verdad en el falso paraíso soviético escapó al estrecho control de la inteligencia comunista, para descubrir uno de los peores secretos del poder soviético, la hambruna provocada por el Kremlin en Ucrania. Y ahí es destacable que la película dibuje en pocas y veraces pinceladas la magnitud y la crueldad de aquel espantoso genocidio.
El canalla
También muestra la película muy claramente el carácter inmoral de un gran propagandista de la mentira, el corresponsal en jefe del New York Times en Moscú, Walter Duranty, cuyo talento para desinformar legitimando al agitprop soviético en occidente fue galardonado con un premio Pulitzer. Tras la miseria moral de Duranty, vemos otra peor. El compromiso consciente de la gran prensa y la intelectualidad izquierdista de occidente, cerrando filas en defensa de la mentira para el asesinato moral de quien revela la verdad. Jones y Duranty son retratados como lo que fueron, un héroe comprometido con la verdad y un canalla corrupto comprometido con la mentira, el totalitarismo y el genocidio. Ya con eso la película sería más que recomendable. El Pulitzer del canalla jamás fue revocado. La responsabilidad —en realidad complicidad— del New York Times en los crímenes morales de Duranty nunca ha sido admitida. Y otros como Duranty hacen hoy el mismo trabajo sucio, ahí donde él lo hizo entonces. La prensa que cerró filas contra la verdad en defensa del ideal socialista entonces, es la que por los mismos medios sigue defendiendo hoy el mismo ideal. Más o menos disfrazado.
La ceguera voluntaria de los cómplices
Pero el tercer personaje, secundario e importante en la historia, es el del escritor socialista británico que alcanzaría la fama bajo el seudónimo literario George Orwell. A través de sus ojos vemos el choque entre la brutal verdad de lo que el socialismo realmente es. Y los sueños de opio de la intelectualidad socialista en sentido amplio. El futuro autor de Granja Animal, magnifica fábula moderna que retrata la destrucción material y moral tras la grandilocuente idea socialista, reacciona inicialmente a la verdad de Jones, no negándola —entiende que Jones no miente, ni exagera—, sino intentando justificarla en favor del “noble ideal”.
El hombre que luego escribió Rebelión en la granja ya no era el idiota útil que fue. Vio demasiado de la verdadera cara del poder soviético en la guerra civil de España. Había visto el asesinato moral que dirigió Duranty desde Moscú para callar a Jones. Y que precisamente William Randolph Hearst —padre del amarillismo moderno— fue el único que osó dar tribuna en su cadena a esa verdad que negaba la gran prensa occidental. Y la cómplice intelectualidad de izquierda.
Periodistas, políticos e intelectuales de izquierda se unieron como jauría defendiendo rabiosamente la mentira de Moscú. Las que querían creer cerrando los ojos a la verdad. Eventualmente Orwell empieza a revelar la verdad tras la mentira soviética en Rebelión en la granja. Y termina de revelar la verdadera naturaleza del totalitarismo socialista en 1984. Jones murió muy joven, asesinado por agentes soviéticos en Mongolia. Duranty vivió muchos años. Y murió disfrutando un inmerecido prestigio. La mentira y el totalitarismo ganaron. El Holodomor todavía es apenas conocido por el gran público. Los herederos legítimos de Duranty siguen hoy en los mismos periódicos, las mismas universidades y los mismos partidos, tan comprometidos con la mentira y el agitprop socialista como entonces.
Pero hoy el mundo es otro. Dos totalitarismos socialistas cayeron y otro se alza. Del enfrentamiento entre el nacionalsocialismo alemán y el socialismo soviético por la hegemonía sobre el socialismo en el mundo, pasamos a la guerra frían entre las superpotencias americana y soviética. Y finalmente al nuevo poder totalitario emergente del astuto totalitarismo socialismo chino ante un occidente asediado por enemigos internos empeñados en su destrucción. Hoy el socialismo en occidente se ha revestido de nuevo maquillaje. Pero como siempre, hay canallas al servicio del totalitarismo genocida. Canallas haciéndose pasar por la luz humanista de la liberación humana. Lo que fingen ser depende, hoy como ayer, de la mentira. Y eso queda muy claro en la citada película de Agnieszka Holland. Lo que la hace una película indispensable.