Poco antes de concluir la segunda guerra mundial, uno de los máximos pensadores liberales del mundo, Friedrich Hayek, dedicó gran parte de sus esfuerzos intelectuales al tipo de problemas sobre el Estado y el gobierno de cuyo análisis se concluye teoría política.
El imperio “antimperialista”
El mundo en el que actuaba Hayek era tan prometedor como aterrador. Uno de los grandes totalitarismos socialistas había sido derrotado en la guerra. Sus crímenes expuestos y castigados al tiempo que la relación entre su ideología y prácticas quedaba a la vista. Pero el otro gran totalitarismo criminal del siglo emergía entre las potencias victoriosas. Ocultaba exitosamente sus crímenes genocidas y extendía por el mundo sus ideas y prácticas.
Además, el socialismo en sentido amplio prevalecía en la cultura política de las grandes democracias reclamando extender a la paz, como solución permanente, los mecanismos de gestión económica centralmente planificada y controles que la guerra justificó como medidas temporales. Los soviéticos adoptaban de buena gana la teoría de sus adversarios derrotados, los nacionalsocialistas, sobre el socialismo nacional y el conflicto dialéctico entre naciones como clave de la revolución mundial, rehaciendo la cruda teoría de los derrotados en algo de apariencia más amable. La teoría leninista del imperialismo como etapa final del capitalismo, para extender su influencia —y en lo posible su modelo totalitario— en lo que pronto se denominaría el tercer mundo. Los viejos imperios coloniales estaban condenados y el nuevo imperio soviético tenía una teoría socialista revolucionaria sobre la liberación nacional y el futuro de las colonias. Occidente no tenía nada nuevo que decir.
La teoría política liberal
Hayek tenía claro que la teoría política liberal había emergido en el siglo XVIII —aunque sus fundamentos teóricos se remontaban claramente al giro del pensamiento político occidental entre el siglo XVI y XVII— y que de aquello emergieron las nuevas repúblicas y las nuevas democracias parlamentarias de América y Europa. El más exitoso de aquellos experimentos fueron los Estados Unidos de América. Pero tras más de un siglo, comenzaban a ser superados por la practica política los esfuerzos de sus padres fundadores por dividir el poder del Estado para evitar la deriva democrática hacia la tiranía. Nuevas prácticas políticas sobrepasaban ya los pesos y contrapesos de la mejor república moderna, advertía Hayek.
Su tesis partía de su comprensión de la sociedad como un orden espontaneo evolutivo de usos y costumbres institucionalizadas en constante competencia, de la que se deduce necesariamente que ningún arreglo constitucional para dividir, contener y controlar al poder será definitivo. La evolución de ideas y prácticas políticas encontrará eventualmente como superar, rodear o burlar todas las murallas que el constitucionalismo y la doctrina liberal opongan a la concentración del poder para establecer la tiranía. La misión de la teoría política liberal para Hayek no era otra que la estudiar esos nuevos mecanismos de centralización del poder y la influencia en las viejas repúblicas liberales, para imaginar e implementar —con toda la prudencia que la intervención sobre el orden espontaneo exige al ideal de libertad— nuevas barreras institucionales a la centralización del poder y la influencia.
Lo que Hayek nos dijo ha sido muy mal entendido por más de un liberal. No fue que los esfuerzos de la teoría política del liberalismo clásico habían finalmente fracasado, sino que —al menos en algunos casos— había tenido todo el éxito que era posible en un mundo que no deja de cambiar. Las barreras para proteger la república había funcionado por más de un siglo, y muy lentamente se habían erosionado tras enormes esfuerzos intelectuales y políticos por encontrar y aprovechar en ellas debilidades que sus creadores no podía siquiera imaginar, mucho menos prever y adelantar.
Así que de ser exitosos los nuevos teóricos políticos liberales al imaginar y materializar nuevas barreras efectivas a las nuevas astucias de los enemigos de la libertad, sucedería lo mismo, una y otra vez, porque así funciona el orden espontaneo, para bien y para mal.
Un liberalismo sordo
A pesar de le enorme influencia de Hayek en la salvación y extensión de una tradición liberal que en aquél momento parecía condenada a desaparecer del campo de las ideas vivas —tanto en la economía, como en la teoría política, las ciencias sociales y el derecho— y que gracias a sus esfuerzos por integrar los de los pocos liberales influyentes que quedaban entonces en el mundo, no solo no desaparece, sino que crece y se diversifica hasta emerger en nuevos proyectos políticos liberales que desmontan en gran parte, hacia finales de siglo, los grandes socialismo moderados de occidente —justo al momento del inevitable colapso del imperio soviético— en cuanto a la teoría política y sus desafíos de largo plazo, el liberalismo fue casi completamente sordo a esas advertencias de Hayek.
Tras el colapso soviético las herejías del marxismo crecieron en influencia hasta articularse en una dúctil nueva ortodoxia neo-marxista que tenía mucho que decir en teoría política. Uno que haría de los nuevos proyectos constitucionales una de sus herramientas claves para ir de la democracia al totalitarismo mediante votos –no era tan nuevo en realidad, ya los nacionalsocialistas alemanes había encontrado la ruta mucho antes– y encontrar nuevas fuentes de agitación sociocultural para desafiar con la violencia revolucionaria a un occidente que aspiran e forzar a destruirse a sí mismo.
En tanto, nada nuevo había entre la teoría política que conocían y defendían los liberales sobre la institucionalidad del sistema republicano. En lugares afortunados defendían la república democrática. En otros muy desafortunados aspiraban a establecerla algún día. Pero había y hay mucho y muy nuevo que estudiar y proponer en teoría política liberal. Y el no haberlo hecho —fuera de escasas aunque notables excepciones, como la del Príncipe Hans-Adam II de Liechtenstein— es una de las mayores fallas del liberalismo contemporáneo. Una que nos ha salido tan cara en coste humano que es hora de poner manos a la obra, tomando el problema en serio.