Cerraba la anterior entrega advirtiendo que en un escenario de incertidumbre como el actual la Unión Europea apuesta por el gasto improductivo keynesiano para impulsar una demanda que posiblemente no responda a sus estímulos con más consumo. La crisis económica será lenta y prolongada, no un shock agudo y corto. Y hay tres problemas sin solución a la vista:
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El riesgo moral
Todo sistema de transferencias implica riesgo moral, y mientras mayor sea el imperativo político para gastar dinero rápidamente, mayor será el riesgo moral. Incluso si no las considerásemos agentes activos de captura de rentas —que lo son— lo cierto es que las burocracias —comunitarias y nacionales— están en desventaja técnica ante operadores políticos, grupos de interés y criminales a la caza de ese dinero. El problema no se limita a que el crimen organizado use beneficiarios falsos para capturar buena parte del apoyo. Y las propias burocracias tienen incentivos para maximizar complejos controles ineficaces que hagan más costosas y corruptas las transferencias, y las empresas para invertir en lobbies para satisfacer a políticos y burócratas que les garanticen la captura de rentas, en lugar de invertir en productividad y competitividad para satisfacer a los mercados, mientras los políticos en el poder tienen estímulos para desviar los fondos hacia la creación —o el crecimiento inmediato— de clientelas políticas de largo plazo, creando cada vez más dependientes crónicos de la asistencia pública.
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Costos ocultos
El fondo de rescate tiene costos ocultos. El más obvio es que la propia maquinaria burocrática necesaria para administrar el fondo consumirá recursos que podrían destinarse a la actividad productiva. Muchos economistas afirmarán que los costos de transacción a corto plazo se compensan con los efectos positivos de evitar las consecuencias de una ola de quiebras. Lo cierto es que la ola no se ha evitado sino retrasado y en el mejor de los casos reducido. Y que hay costos de largo plazo más perjudiciales todavía por ver.
Con tales magnitudes de fondos públicos disponibles para los rescates, Bruselas está incentivando al máximo actividades improductivas con fines de lucro. Ganancias por actividades que no producen bienes ni servicios. Y cuando esas actividades son más lucrativas que la actividad empresarial productiva, las empresas dejan de competir por el mercado y se especializan en competir por recursos del presupuesto. En Europa las relaciones con políticos y burócratas desplazarán a las relaciones con los clientes en las prioridades de las empresas. Y como la crisis no será corta, se privilegiaran las habilidades que den frutos con políticos y burócratas, y descuidarán las que lo daban en la competencia por el mercado. Caerá la eficiencia a largo plazo. Las economías de la Unión Europea ya estaban sufriéndolo, y fortalecer así la burocracia de transferencias lo empeora exponencialmente.
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Política y burocracia por sobre economía y mercado
El fondo de rescate pone a políticos y burócratas, en lugar de a los mercados, a cargo de la asignación de fondos. Pase lo que pase con transferencias directas a hogares —y mucho de lo que pasará será corrupción y clientelismo— los rescates a las empresas en quiebra lo único que lograrán es evitar que las empresas más eficientes desplacen del mercado a las menos eficientes, asegurando que el capital y el trabajo sigan atados a las peores inversiones. La intervención gigantesca para proteger puestos de trabajo a corto plazo sostendrá empresas que deberían haber fracasado. La reestructuración y revitalización de la economía europea se detendrán porque los incentivos políticos a los que responden los burócratas son generalmente opuestos a los incentivos económicos que guían a los banqueros para conceder préstamos a empresas.
La Europa anti-mercado
El futuro de la Unión Europea depende de la solidez de su divisa y la competitividad de sus empresas. Mientras Beijing busca como incrementar la competitividad internacional de grandes corporaciones privadas comprometidas políticamente con su tiranía, los EE.UU. responden al desafió chino atacando las ventajas de país subdesarrollado a las que se aferra el totalitarismo de Beijing para manipular su moneda y proteger su mercado interno de la competencia mientras exige que se le habrán los mercados del mundo, al tiempo que roba descaradamente propiedad intelectual; como también con reformas fiscales y regulatorias para recuperar capitales y la competitividad empresarial estadounidense. Los fondos de ayuda aprobados aceleradamente por el Congreso fueron la oportunidad de oro de los lobbies, pero la economía estadounidense pasó por recientes reducciones de impuestos y desregulaciones, y está en mejores condiciones que Europa para absorber y neutralizar lo peor de esa inyección de grasosa improductividad. El colosal rescate COVID-19 únicamente aumentará la centralización, intervencionismo, proteccionismo, clientelismo y cultura anti-mercado que lastran a Europa.
Se suele decir que los rescates en el sur son el precio que pagan los contribuyentes alemanes por la ventaja de una moneda infravalorada. Pero como explica el economista Philipp Bagus la moneda infravalorada reduce el salario real de los alemanes respecto a su productividad todavía creciente. Y debilita el incentivo de las empresas para mantenerla. Cuando las facturas del rescate venzan y la recuperación económica resulte, en el mejor de los casos, lenta, los gobiernos de los países frugales enfrentarán críticas feroces por haberse vendido y crecientes exigencias de salir de la UE. Al sur los políticos clientelares combatirán y burlarán las restricciones impuestas sobre cómo se puede gastar el dinero. En Francia Macron enfrentará a Marine Le Pen cuando los costos sociales de la pandemia sean más evidentes. Y en Italia Salvini, puede volver al poder.
El paquete traerá debilidad del euro, pérdida de competitividad de las empresas, creciente clientelismo y gasto, más presión fiscal y creciente euroescepticismo. Tal vez estemos ante el “momento más importante de la UE desde la creación del Euro” pero en el sentido inverso al que pretendió Macron. Porque este paquete irresponsable bien podría ser el primer clavo en el ataúd de la UE.