EnglishEl domingo 17 de noviembre hubo elecciones en Chile. En esa jornada se debía elegir al futuro presidente de la república y también habría una renovación parcial del parlamento. Desde el punto de vista de la calidad democrática, esos comicios constituían otro paso adelante, ya que está en pleno vigor la inscripción automática en el padrón electoral y el voto pasó a ser voluntario. Esas innovaciones se habían estrenado en octubre del 2012 para las elecciones municipales.
Otra cosa llamativa de estos comicios, fue la cantidad de candidatos a la presidencia que se presentaron. Hubo figuras integrantes de los partidos tradicionales, pero también los que se postulaban por “fuera del sistema” (“outsiders”). La lista es la siguiente: Evelyn Matthei (“Alianza”, el partido oficialista), Michelle Bachelet (“Nueva Mayoría”, el nuevo nombre para la ex “Concertación”), Marco Enriquez-Ominami (PRO), Franco Parisi (Independiente), Marcel Claude (“Movimiento Todos a La Moneda” y “Partido Humanista”), Ricardo Israel (PRI), Roxana Miranda (“Partido Igualdad”), Alfredo Sfeir (“Partido Ecologista Verde”) y Tomás Jocelyn-Holt (también Independiente).
Estas elecciones han acaparado la atención mundial. La razón de tanto interés reside, en que siendo Chile considerado desde el exterior como un ejemplo a seguir por otras naciones que procuren dejar el subdesarrollo detrás, los chilenos han manifestado de diversas maneras, su deseo mayoritario de realizar un cambio profundo en el modelo Y obviamente, esto causa perplejidad entre los observadores internacionales.
Ese sentir generalizado se había puesto de manifiesto en todos los sondeos de opinión previos. En ellos se reflejaba una intención de voto ampliamente favorable para la ex presidenta de orientación izquierdista, Michelle Bachelet. Esto de por sí no sería preocupante, ya que la alianza de partidos que integra la ex mandataria, gobernó exitosamente Chile por 20 años (1990-2010). Lo que denota un cambio muy pronunciado en las ideas de la ciudadanía, es el apoyo aplastante recibido a sus propuestas.
Bachelet afirma que el país se enfrenta a una “nueva etapa”. En consecuencia, hay que realizar cambios profundos en el modelo de desarrollo que se ha estado utilizando hasta el momento. Concretamente, ofreció iniciar un proceso mediante el cual en seis años, el Estado brinde una educación universitaria gratuita y de calidad. Asimismo, prometió acabar en forma progresiva con el sistema de copago en establecimientos escolares subvencionados por el Estado. Simultáneamente, propuso realizar una reforma fiscal para que paguen más las grandes empresas y se reduzcan los impuestos personales. También se mostró partidaria de redactar una nueva constitución que sustituya a la de 1980.
En una entrevista concedida en setiembre a BBC Mundo, refiriéndose a sus planes de gobierno, Bachelet declaró que “también contamos con la reforma de la educación, programas sociales, impulso a las pequeñas y medianas empresas y una política laboral que combata la gran brecha existente entre los salarios más altos y los más bajos”.
En cambio, la candidata oficialista Evelyn Matthei, ex Ministra del Trabajo del gobierno del saliente Sebastián Piñera, propone perseverar por el mismo camino -que con tanto éxito- se ha venido recorriendo hasta ahora. Reconoce que siempre hay que hacer ajustes, pero no está de acuerdo ni con la gratuidad de la enseñanza superior ni con redactar una nueva Constitución desde cero. Su propuesta es hacer algunas reformas a la actual para mejorarla, tal como se ha venido haciendo en los últimos 23 años.
Los resultados de las elecciones confirmaron los pronósticos previos. Bachelet ganó holgadamente el domingo pasado, obteniendo el 46,69 % de los votos. Para esta campaña fue apoyada por el pacto “Nueva Mayoría”, integrada por socialistas, demócrata-cristianos y el Partido Comunista. Sin embargo, no logró su aspiración de obtener el cincuenta por ciento más uno de los votos emitidos, lo que le hubiera permitido ganar en primera vuelta.
Es por esta razón que el nombre del futuro presidente de Chile surgirá del ballotage, a realizarse el 15 de diciembre próximo entre los que han salido en los dos primeros puestos.
En segundo lugar se posicionó la candidata oficialista, Evelyn Matthei, obteniendo el 25,01% de los sufragios. Ese apoyo fue muy superior a lo que manifestaban las encuestas previas, que le otorgaban tan solo 14 % de intención de voto.
También es de destacar que la abstención fue muy alta. Más de la mitad de los votantes habilitados para votar no lo hicieron. Las últimas cifras oficiales lo situaban en torno al 53%.
Con respecto a la candidatura por la centro-derecha, es bueno recordar que la misma sufrió varios traspiés. La aspirante oficialista Matthei, asumió ese puesto a tan solo cuatro meses de las elecciones. Anteriormente hubo dos partidas de campaña que se truncaron por diferentes razones. Los candidatos que en principio estaban mejor posicionados para ocupar esa posición, eran los ex Ministros Laurence Golborne y Pablo Longueira. Pero ambos renunciaron.
Golborne lo hizo a pedido de su partido, en momentos en que era cuestionado por el escándalo originado por la “tarjeta Jumbo” y por las cuentas bancarias de una empresa suya en las Islas Vírgenes. No obstante, por aquel entonces la encuesta CEP lo situaba como la figura mejor valorada dentro de la derecha. Incluso con buenas posibilidades de hacerle competencia a Michelle Bachelet.
Por su parte, Longueira resultó ganador en las primarias partidarias. Sin embargo tiempo más tarde dimitió, aduciendo que sufría una aguda depresión.
Recién entonces fue que surgió el nombre de Matthei, cuando la campaña electoral ya estaba muy avanzada. No obstante también es justo recordar, que cuando Bachelet dejó la presidencia, las encuestas le otorgaban un 84.1 % de aprobación.
A pesar de las circunstancias mencionadas, creemos que no estamos muy desacertados al suponer, que en esta ocasión lo que en esencia se enfrentaban, eran dos proyectos opuestos para la sociedad chilena. Los nombres de las personas, en cierta medida, era algo secundario. Aunque obviamente que también tenían su influencia. Pero insistimos, que lo primordial estaba en el orden de las ideas.
Las dos alternativas que se enfrentaron eran las siguientes: Perseverar por la senda que están recorriendo y que tanto ha elevado el nivel de vida general de la población. O, retroceder hacia el estatismo socializante, camino que también la sociedad chilena ha transitado en el pasado con traumáticas consecuencias. Los datos hablan por sí solos.
En el período que va desde 1950 hasta 1975, Chile fue campeón mundial en la destrucción del papel moneda. El porcentaje de descenso del poder adquisitivo fue de 99%. El aumento del coste de la vida fue de 11.318.874 %, según nota Friedrich Hayek en “Denationalisation of Money: The Argument Refined“.
En la década de 1980 – según cifras del Banco Mundial- el porcentaje de pobres rondaba el 45%. La indigencia giraba en torno al 17,6%. La inflación se situaba entre el 20 % y el 30% anual. El desempleo estaba en el orden del 13%. El crecimiento económico era de un insignificante 0,7% anual.
Desde la década de 1990 en adelante, la pobreza ha venido descendiendo así como el nivel de vida general ascendiendo. Ambas variables lo han hecho en forma persistente. Las cifras actuales son las siguientes: el índice de pobreza es de 15% y la indigencia se sitúa en el 3%. La inflación anual es de 6% y el desempleo se sitúa en torno al 6,6%. A partir de 1985, la tasa media anual de crecimiento ha sido superior al 7%, ubicándose actualmente alrededor del 5,5%. La conjunción de estos factores ha dado como resultado, que los salarios reales hayan venido creciendo en promedio, entre 4% y 5% por año.
Frente a estos resultados, que no pueden ser calificados de otro modo que sumamente beneficiosos para los chilenos, la pregunta que muchos se hacen es: ¿Por qué razón una porción importante de los habitantes quieren cambiarlo por otro, que ha fracasado en todas las partes donde ha sido puesto en práctica, incluso en el propio Chile?
Una de las posibles respuestas podría ser, que ese estado de ánimo está muy relacionado con las protestas multitudinarias de los últimos años: las de los estudiantes, los defensores del medio ambiente, los miembros de la comunidad gay y los indígenas.
Frente a esa hipótesis se podría replicar, que en realidad esas protestas callejeras no son una causa, sino la manifestación visible de móviles más complejos. Entre ellos se podría pensar, en un estado de frustración en amplias capas de la sociedad.
Por otra parte, se ve a la izquierda radical trabajando activamente para sembrar ideas y captar agentes útiles para su proyecto mundial. No es por casualidad que la mayoría de los dirigentes estudiantiles pertenezcan al partido comunista. También se teme que muchas de las agitaciones indígenas estén fomentadas desde la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA). Desde la época de la ex Unión de la Repúblicas Socialistas Soviéticas, la táctica ha sido “sembrar agentes” funcionales a su proyecto político. En las propias directivas emanadas de la ex “Comintern” (“Internacional Comunista” o “III Internacional”), se especificaba que los agentes de agitación en los diferentes países “a conquistar”, o sea, los “revolucionarios profesionales”, debían ser “jóvenes, decididos y ciegamente devotos a la causa”.
Sin embargo, el “comunismo” de estos grupos de presión, parece limitarse a querer que otros paguen por los servicios -en este caso la educación universitaria- que ellos usufructuarán. No hemos visto que hayan ofrecido a cambio ninguna contrapartida “social” por parte de ellos. Quieren que “otros” paguen por la educación que obtienen, pero que los honorarios que cobren una vez recibidos, sea todo de ellos. Aquí hay un tema moral de por medio, que nadie parece tener en cuenta. Lo que sus demandas traslucen es este pensamiento: “lo tuyo es mío, y lo mío es mío”.
Los chilenos en general, no parecen rechazar los beneficios que el capitalismo les ha traído. Llenan los shoppings, compran autos buenos, tienen mayores comodidades en sus casas, viajan. Sin embargo, parecen menos dispuestos a tener la conducta que hace moralmente legítimo tener ese standard de vida: el trabajo duro, el emprendurismo y el ahorro. Quieren esos bienes y esos servicios sin esforzarse demasiado para obtenerlos. Y el canto de sirenas de gente interesada, los conduce al estatismo…
Otra respuesta podría ser, que Chile ha caído en lo que se denomina “la trampa de la países de ingreso medio”. Samuel Huntington en su ensayo “El orden político en las sociedades de cambio”, opina que la explicación para el auge de los movimientos sociales y la inestabilidad política en los países en vías de desarrollo, se originan en el surgimiento de masivas clases medias, con acceso a la educación y muy conscientes de sus derechos. Se producen esas inestabilidades sociales cuando las instituciones políticas no han evolucionado en forma suficientemente rápida, como para colmar las expectativas de una nueva clase media empoderada.
Posiblemente la respuesta a la interrogante que nos planteamos anteriormente, sea una combinación de todas estas hipótesis.
Finalmente, al hacer este análisis, no debemos perder de vista que más de la mitad de los ciudadanos se abstuvieron de votar. Eso podría interpretarse como un signo, de que están cómodos con el estado actual de las cosas. Cuando la gente siente la imperiosa necesidad de cambiar el “modelo”, va a votar masivamente. Ese es un signo alentador.
Por el bien de los chilenos y su bienestar futuro, deseamos que tanto los gobernantes electos como los habitantes recobren el buen juicio. No sea que les vaya a pasar como a la Argentina, que estando a un paso de ser un país desarrollado, sus élites y su gente optó por el camino contrario. Si los chilenos quieren saber a dónde conduce la vía que tanto parecen desear, no tienen más que mirarse en el espejo argentino.