América Latina es una región donde gran parte de la población vive en la pobreza y las diferencias socio-económicas son abismales. Asimismo, una zona donde por lo general, la corrupción alcanza proporciones dantescas.
Con el objetivo de remediar esa situación, los organismos internacionales han elaborado innumerables informes con recomendaciones, dirigidas a atemperar la penosa realidad del continente. Se han gastado miles de millones de dólares en esos estudios, en asistencia técnica y préstamos a los gobiernos y no obstante, la situación permanece incambiada o va empeorando. ¿Por qué ocurre eso?
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La explicación es que si bien el cuadro de situación que elaboran esas instituciones – Banco Mundial, FMI, Cepal y el BID- son acertados, le erran en el diagnóstico. Es decir, en descubrir las raíces que nutren y sostienen los males antes descriptos. En consecuencia, también sus “soluciones” son desacertadas.
En esos organismos multilaterales trabajan burócratas suculentamente pagos, cuyas remuneraciones están libres de impuestos y que no sufren en carne propia las consecuencias de sus pifias. Bajo esas condiciones, sería casi un milagro si pudieran comprender a cabalidad la fuente de los graves problemas que aquejan a los latinoamericanos.
Sus “recetas”, suelen ir por el lado de promover la intromisión del Estado en la economía y las relaciones sociales, cuando precisamente ésa es la causa de tanta pobreza, corrupción e injusticias. Frecuentemente aconsejan que les aumenten los impuestos (sí, esos mismos que ellos no pagan) a los que más ganan, que precisamente son los que cuentan con mayor capacitación, trabajan más horas o son los más creativos y emprendedores. Por tanto, los individuos que más aportan al aumento de la riqueza del país, emigran hacia los lugares donde esas cualidades sean valoradas. Es por esa razón que el capital humano de los países latinoamericanos no aumenta, empobreciéndolos, y paradójicamente enriqueciendo a los países desarrollados que es a dónde emigran.
Simultáneamente los gobernantes, políticos y burócratas latinoamericanos aprueban leyes que hacen que a ellos no les afecte tanto esa suba impositiva.
Para poder interpretar correctamente la situación latinoamericana es necesario escrutar bajo la superficie, detectar la dirección de las fuerzas subterráneas y no conformarse con las estadísticas oficiales que muchas veces enmascaran la realidad. Por ejemplo, en Uruguay las cifras dicen que la pobreza bajó cuando en rigor no es así. Numéricamente descendió porque el gobierno le da dinero a esa gente y luego cuenta como “ingresos” esa regalía. Por tanto, parecería que ya no son pobres. El gobierno les regala plata sin exigirles nada, lo que provoca los siguientes efectos: clientelismo, estado-dependencia, esas personas no tienen incentivos para salir adelante por sí mismas y por tanto, estructuralmente siguen siendo pobres.
Ernesto Talvi describió con gran lucidez lo acontecido en los últimos años, cuando los commodities alcanzaron altísimos precios internacionales: ha habido crecimiento económico sin desarrollo. Sus palabras estaban referidas específicamente a Uruguay, pero se ajustan perfectamente para toda América Latina.
Por tanto, la alharaca de los gobernantes izquierdistas y de los burócratas internacionales afirmando que el continente está mejor, en nuestra opinión, no resistirá la prueba del tiempo.
Lo que mantiene a nuestro continente en el subdesarrollo es de índole cultural. Arranca con nuestra herencia hispana, donde el Estado (la Corona) no estaba para servir a la población sino que la gente era utilizada para satisfacer los intereses de las autoridades. El principal objetivo de los gobernantes era el enriquecimiento personal. Las colonias fueron usadas para extraer recursos en beneficio de las élites. Los derechos individuales no estaban sustentados en instituciones libres sino en la voluntad arbitraria de quienes ostentaban el poder. Se les otorgaba privilegios a ciertos estamentos para así asegurar su lealtad.
América Latina no fue concebida como una tierra de libertad, un lugar de oportunidades donde los sujetos se diferenciaran únicamente por sus virtudes y talentos. Por el contrario, el lugar que cada uno ocupaba en la pirámide social estaba determinado por el grado de conexiones políticas que tuviera.
En gran medida, ese andamiaje cultural e institucional continuó luego de las respectivas independencias. Cambiaron los grupos privilegiados y los “amos” pero la situación se mantuvo sin cambiar; para los políticos, el Estado es un “botín”.
Los sistemas de instrucción pública han venido cimentando esa nefasta herencia cultural. En ellos, el centro de la educación no es el estudiante, ni el objetivo es darle las herramientas para que florezca como persona. El alumno no es concebido como alguien único, con deseos y gustos que lo distinguen de los demás.
Nuestros sistemas educativos están estructurados para “formar buenos ciudadanos”. Por eso queda a la discreción de cada gobernante el contenido con que rellenará ese concepto. Y, para colmo de males, se “moldea” a toda la población bajo esa orientación. Pero, ya sea que se trate de Fidel Castro o de un gobernante democrático, lo cierto es que en todos se endiosa al Estado (a la “Corona”).
A los estudiantes se los forma para que sean funcionales a los intereses del partido gobernante. Por consiguiente, no debería sorprender que no exista una cultura emprendedora en Latinoamérica porque eso implicaría individuos autónomos, conscientes de su propio valer, personas que no dependan del Estado. Sujetos que lo único que exigen es que las autoridades no les impongan barreras arbitrarias a su desarrollo personal y empresarial.
Los resultados de las pruebas Pisa muestran que la mitad de los jóvenes latinoamericanos escolarizados de 15 años, no cuentan con las competencias requeridas para vivir en el siglo XXI. Si le agregamos la de los chicos no escolarizados, entonces la cifra aumenta al 66 %. Las mayores carencias se dan en ciencias y matemáticas que son, precisamente, las áreas del conocimiento fundamentales para la innovación.
Friedrich Hayek observa que el pensamiento lógico se ha desarrollado en aquellas naciones donde los individuos saben que su mayor o menor fortuna en la vida dependerá de sí mismos. En Latinoamérica esa nunca ha sido la tónica general. Entonces, ¿es de sorprender que nuestros países nunca hayan podido desarrollarse?