Entre tantas cosas malas que están sucediendo en América Latina, hay una sumamente positiva. Nos estamos refiriendo al auspicioso, aunque incipiente, movimiento dentro de los países, que sería indicio de que la sociedad civil está ocupando el lugar que por naturaleza le corresponde.
Precisamente, el mayor obstáculo para el progreso de las naciones latinoamericanas ha sido, el haber interpretado erróneamente el significado de “autogobierno” y “libertad”.
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Esa circunstancia no fue fortuita sino que se originó en las culturas imperantes en España y Portugal, que fueron quienes nos colonizaron. Muy diferentes por cierto a la prevaleciente en Inglaterra. Y ahí radica la raíz de la abismal diferencia en el posterior desarrollo de Norteamérica y Latinoamérica respectivamente. Además, el impulso colonizador tuvo motores diferentes según la metrópolis.
Los pioneros anglosajones que fueron al norte del continente americano, eran familias de clase media, religiosas y con algún capital. Llegaron en busca de libertad individual y tierras para cultivar. Su objetivo era instalarse en forma definitiva y evitar las taras de la ancestral Britannia. Es decir, la sociedad estamental, los privilegios y el autoritarismo de las clases dirigentes.
Esos colonos lo primero que hacían era construir ellos mismos una escuela y la iglesia, según la religión que profesaran los habitantes. Los asuntos locales como la contratación del docente, su sueldo y los tributos a pagar se decidían conjuntamente. Asimismo, contaban con un periódico local.
En cambio nuestra América fue colonizada desde y a favor de los intereses de la Corona. Ergo, no hubo colonos propiamente dicho sino conquistadores. Generalmente eran funcionarios, militares y sacerdotes. O sea, hombres solos que venían a hacer fortuna para luego regresar a sus respectivas metrópolis.
Por consiguiente, lo primero que hacían era mandar construir ostentosos edificios gubernamentales y monumentales catedrales, que eran financiados mediante tributos exigidos a los habitantes. Las decisiones se tomaban desde “arriba” y en forma inconsulta. La sociedad civil como tal no existía, era un simple factor de expolio y trabajo cuasi esclavo para enriquecer a las clases dirigentes.
Los colonos ingleses antes de independizarse estaban adiestrados en el autogobierno y tenían plena conciencia de que al hablar de “libertad”, hacían referencia a la autonomía individual.
Diferente es la historia en América Latina. Los criollos no tenían ninguna experiencia en el autogobierno y por tanto, tampoco tenían claro su significado real. Estaban acostumbrados a obedecer órdenes y que como individuos eran insignificantes.
Con las independencias lo único que cambió fue quiénes utilizaron al Estado en beneficio propio. La sociedad civil siguió siendo poco valorada y era opinión dominante que los actores principales del progreso nacional deberían provenir del Estado.
Juan Bautista Alberdi afirma que Uruguay tuvo la gran suerte, de que a su primer presidente, Fructuoso Rivera, no le interesara gobernar. Lo que le gustaba era el prestigio asociado al cargo. Por tanto dejó a la gente vivir “a su aire”, sin regimentar sus existencias. Eso fue un impulso formidable para que enraizara en nuestra tierra una sociedad civil vigorosa y pujante, que provocó que hacia fines del siglo XIX nos situáramos entre las naciones más ricas del momento.
Pero todo cambió con la “modernización” que a principios del siglo XX impuso José Batlle y Ordóñez. Fue el gran impulsor de que el Estado se entrometiera en la vida de las personas. Asimismo, de que paulatinamente se volviera a sumergir a la sociedad civil en la insignificancia. Cada vez que alguien en forma independiente se destacaba, el Estado lo integraba a sus filas y de ese modo neutralizaba su “perniciosa” influencia.
Otro mecanismo que utilizó Batlle para adormecer las conciencias, fue centralizar a la educación popular. De ese modo sus ideas eran inyectadas a cada nueva generación, con el resultado de que el batllismo pasó a formar parte del “ADN” uruguayo.
Mecanismos similares han sido utilizados en otras partes de nuestro continente, por ejemplo por Juan Domingo Perón en Argentina.
Sin embargo, algo está empezando a cambiar. Por doquier hay gran malestar con la casta política, sea del signo que sea. Prevalece la convicción de que está muy alejada de las preocupaciones de la gente común. Además, se está tomando conciencia de que el progreso no viene de “arriba hacia abajo” sino a la inversa.
El uruguayo Ernesto Talvi -director académico del Centro de Estudios de la Realidad Económica y Social (Ceres)- fue uno de los que arribó a esa conclusión. En una reciente entrevista declaró, que “llegó el momento en que sean los ciudadanos quienes impulsen los cambios que se necesitan”. Subrayó que “no alcanza con hablarles solo a las élite” porque ellas están “trabadas”.
Talvi expresó, que “como no nos interesan los votos podemos decir lo que tenemos que decir”. Por esa razón, está impulsando un movimiento para que haga sentir la presión de “abajo hacia arriba”. En función de esa premisa, desde hace un año está recorriendo el país y dialogando con gente perteneciente a las más diversas áreas de actividad, en una gira denominada “Encuentros Ciudadanos”.
También ha resurgido con fuerza el centenario Instituto de Estudios Cívicos (IEC). Fue fundado en 1916 por el escritor Juan Zorrilla de San Martín para contrarrestar la nefasta influencia de Batlle y Ordoñez en Uruguay. Su objetivo era contribuir mediante el diálogo fecundo, al fortalecimiento de las instituciones democráticas y del sistema republicano de gobierno. Asimismo, difundir los principios del humanismo y de la libertad.
Pero dado el poder impresionante detentado por el batllismo mediante los mecanismos señalados, el IEC durante largo tiempo tuvo poca influencia. No obstante, en los últimos años se reconfiguró, siendo dirigido por gente joven muy activa que le ha dado nuevo impulso y visibilidad. A su objetivo inicial se le ha sumado el de “promover en la ciudadanía y especialmente en la juventud, inquietudes sociales y políticas que lleven a una acción cívica responsable con afán de generosidad y servicio, reivindicando el verdadero significado de la Alta Política”.
El IEC ha establecido alianzas con centros extranjeros que están buscando promover los mismos valores. Entre ellos están: la Fundación Konrad Adenauer (Alemania), Instituto Acton (EE.UU.), Instituto Hannah Arendt (Argentina), Instituto Hans und Sophie Scholl (Argentina), Forma (Venezuela) y Libera (Bolivia).
Otros emprendimientos uruguayos muy nuevos, pero que están marcando esta alentadora tendencia son “Libertad y Compromiso Ciudadano” y “Movimiento Ciudadano Oriental”.
Por su parte en Perú está muy activo el Centro de Liberalismo Clásico. Alberto Mansueti denuncia que tenemos “un Estado obeso, porque ha usurpado funciones en economía y finanzas, educación, salud, arte y cultura, ciencia, deporte, jubilaciones, etc., que son privadas por derecho natural. Y con el pretexto de cumplirlas, nos ha usurpado potestades y recursos que son también de naturaleza privada, que no le corresponden”. Por consiguiente, debemos presionar para que los gobernantes devuelvan a la sociedad civil “todas las funciones y actividades, poderes, libertades y recursos actualmente usurpados por el Estado”.
Si esta saludable corriente a nivel regional llegara a consolidarse, las personas se tornarán libres y soberanas. El autogobierno será una realidad porque ya no tendremos más la libertad en las constituciones, pero las cadenas en los reglamentos.