El 17 de diciembre de 2017 será una fecha crucial para los chilenos. ¿Por qué? Porque ese día se realizará el ballotage, que permitirá determinar dos cosas íntimamente relacionadas entre sí: por un lado, quién será el próximo presidente de Chile; y por el otro, si esa nación sudamericana logró la madurez política o no.
Como es sabido, el domingo 19 de noviembre se realizaron las elecciones nacionales. La mayor cantidad de votos— 36,6%,— la obtuvo el expresidente Sebastián Piñera. Sin embargo, no sería apropiado decir que “ganó”, dado que las encuestas previas le atribuían una intención de voto de alrededor del 45%. Si se hubiera cumplido ese pronóstico, Piñera sería hoy el presidente electo de Chile. Por tanto, no “triunfó”. Por lo menos no ganó si evaluamos el resultado a la luz de las expectativas previas.
Pero también caeríamos en error si creyéramos que Piñera “fracasó” y que ahora le resultará más difícil obtener la presidencia. Asimismo, si asumiéramos que esos comicios han demostrado que la mayoría de los chilenos están renegando de las políticas que convirtieron a Chile en una tierra de oportunidades.
Un análisis riguroso de las cifras exige “ver” el panorama completo. En Chile el voto no es obligatorio. Por tanto, sólo votan aquellos que tienen un fuerte estímulo para hacerlo. En estos comicios sufragó el 46% del padrón electoral. O sea, menos de la mitad de la población habilitada para hacerlo.
En este caso, podríamos pensar que muchos de los potenciales votantes a favor de Piñera se abstuvieron porque estaban convencidos de que su triunfo estaba asegurado. De ser así, lo lógico es que voten en el ballotage, dado que ahora hay una amenaza real de que una izquierda retrógrada acceda al poder.
Lo bueno, lo malo y lo feo de las elecciones en #Chile https://t.co/pR5pe5sELq Por @AndreaKohen pic.twitter.com/5WsY2B5S7i
— PanAm Post Español (@PanAmPost_es) November 24, 2017
La misma causa— pero en sentido contrario,— sería la razón de la “inexplicable” buena votación que tuvo Beatriz Sánchez, periodista que lanzó una candidatura de izquierda y obtuvo el 20,3 % de los votos depositados. Sánchez por poco le arrebata el segundo puesto al candidato oficialista por la Nueva Mayoría, el senador Alejandro Guillier, quien obtuvo el 22,6% del escrutinio total.
Sánchez fue la candidata por el Frente Amplio, un partido de extrema izquierda de reminiscencias allendistas. Su base electoral la constituyen los jóvenes de los sectores populares de la Región Metropolitana de Santiago, principalmente universitarios. Eso no es extraño dado que esa coalición es fruto de las masivas protestas estudiantiles— de raigambre marxista,— que comenzaron en 2011. Esos muchachos— influenciables y manipulables,— se perciben a sí mismos como una alternativa al bipartidismo que gobernó Chile durante los últimos 27 años.
En consecuencia, tienen poderosos incentivos tanto para votar como para hacer una intensa campaña a favor de sus candidatos.
Por otra parte, como ya mencionamos, el contrincante de Piñera para el ballotage será el oficialista Guillier. Su mediocre votación podría interpretarse como el rechazo ciudadano al cambio de orientación impulsado por la mandataria Michelle Bachelet.
Bachelet renegó de la línea de acción de sus antecesores, incluso de su propio partido, para retroceder a políticas estatistas que en el pasado tanto mal le hicieron a Chile. Entre sus reformas más perniciosas están la tributaria, la laboral y la educativa. Como era previsible, la consecuencia de las modificaciones realizadas— de la puesta en marcha de la “retroexcavadora” como declaró el senador oficialista Jaime Quintana,— fue que la producción se paró en seco y se redujo en forma sustancial el crecimiento económico.
Para poder calibrar en su justa medida la magnitud de lo que está en juego en este ballotage, es oportuno refrescar la historia de esa nación trasandina:
Durante el siglo XX, Chile llegó a tocar las puertas del infierno. El proceso se inició en las primeras décadas de esa centuria, con las políticas populistas que aplicaron diferentes gobiernos, especialmente los de izquierda. Con Salvador Allende se llegó al cenit de esa locura. En esa época— al igual que hoy en Venezuela,— escaseaban hasta los productos más básicos como el papel higiénico y la crema dental. La política económica aplicada provocó que entre 1950 y 1975 la inflación fuese de 11.318.874 % (!!!). En ese período, Chile ostentó el lamentable récord de “campeón” mundial de la destrucción del valor de la moneda.
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Obviamente que esa situación trajo aparejada un notable descenso en la calidad de vida de los habitantes y, principalmente, de los sectores más pobres.
La dictadura de Pinochet fue tan sólo el desenlace lógico de esa situación. Fue de derecha como podría haber sido de izquierda, dado que la intención de Allende era implantar una al estilo cubano. Por cierto, en Cuba hay una autocracia que ya dura 58 años sin que los cubanos se la puedan sacar de encima…
Pero a partir de Pinochet— y principalmente tras el retorno de la democracia,— los sucesivos gobiernos, tanto de derecha como de izquierda, aplicaron políticas saludables. Se redujo la intervención del Estado en la economía, Chile se abrió al mundo y propició la actividad empresarial. El resultado fue que se convirtió en el país latinoamericano con el mayor ingreso per capita y, desde 1990, fue el que más disminuyó la pobreza.
Es relevante recalcar que causa admiración la autocrítica realizada por los políticos de la Concertación: reconocieron los errores cometidos en el pasado y tuvieron la firme determinación de no volver a repetirlos. Comprendieron que es la sociedad civil y no el Estado quien produce riqueza. Por tanto, tuvieron claro que, para disminuir la pobreza y la indigencia, hay que permitirle al espíritu emprendedor manifestarse, sin que lo encorseten obstáculos legales arbitrarios. En vez de denigrar a los empresarios y doblarles las espaldas con impuestos, aceptaron que ellos son los verdaderos héroes nacionales porque con su esfuerzo diario, impulsan al resto de la población.
Esa visión de la realidad y las políticas gubernamentales que la acompañaban fueron abandonadas por Bachelet en su segunda presidencia.
Por eso fue que, en la campaña electoral, Piñera prometió revisar las reformas tributarias, laborales y educativas recientemente aprobadas, con el objetivo de modificarlas para así reactivar a la estancada economía nacional. Ha proclamado que su intención es “igualar hacia arriba y no hacia abajo”.
Además, ha prometido separar la política de los negocios y ha sido uno de los más férreos críticos de los escándalos de corrupción que sacudieron al actual gobierno. Sin embargo, sus adversarios señalan que él también ha sido salpicado por los casos Penta y SQM.
Más allá de esas acusaciones, lo concreto es que la corrupción es hija del intervencionismo político en la economía. Hay una relación directa entre ambos factores, como es fácilmente comprobable mediante la evidencia empírica (Venezuela, Argentina de los Kirchner, Ecuador, etc, etc).
En consecuencia, el antídoto para la corrupción y el “capitalismo de amigos” es ampliar al libre mercado. Liberalizar, liberalizar, liberalizar.
Pero el oficialista Guillier propone reformas para hacer estatista a la salud, al sistema privado de pensiones y para profundizar la reforma educativa iniciada por Bachelet. Por su parte el Frente Amplio pretende llevar a Chile al mismo punto en que lo dejó Allende.
En conclusión, en este ballotage los chilenos estarán ante un cruce de caminos: uno de ellos conduce a la prosperidad y el otro al precipicio económico, social y político.
¿Habrán alcanzado los chilenos la suficiente madurez política como para elegir al acertado?