En su discurso de asunción como presidente de la república en 2010, José Mujica sorprendió por la importancia que le atribuyó a la educación. Para muchos fue la parte más importante de su alocución porque parecía mostrar una faceta de su personalidad que hasta entonces había permanecido oculta.
Especialmente son recordadas estas palabras suyas:
“Permítanme un pequeño subrayado: educación, educación, educación y otra vez educación. Los gobernantes deberíamos ser obligados todas las mañanas a llenar planas, como en la escuela, escribiendo cien veces: ‘Debo ocuparme de la educación’”.
Mujica es un maestro en el arte de la seducción mediante la elocuencia. Su destreza es tan grande, que parece un encantador de serpientes. Y, en forma análoga a lo que acontece con esos espectáculos callejeros donde el público contempla crédulo la escena, los admiradores del Pepe también creen que todo lo que dice es sincero.
En la oratoria se coló una frase, que nos acerca más al verdadero sentir de Mujica con respecto a este tema. Señaló que “todas nuestras grandes declaraciones de amor por la educación no serán más que palabras de discurso político”, si no son acompañadas con hechos concretos.
Su accionar posterior demostró que su pretendido “amor por la educación” tiene más de “discurso político” que de compromiso serio. Para empezar, durante su presidencia la calidad de la instrucción pública decayó notoriamente. Por supuesto que Mujica no reconoció su incapacidad para que los hechos coincidan con sus palabras sino que, típico de él, les echó la culpa a otros.
Pero a nuestro juicio lo peor es, el desprecio que durante su presidencia exhibió hacia los que tenía educación superior, especialmente universitaria. Esa actitud quedó de manifiesto cuando expresó despectivamente que en Uruguay estamos “infestados de economistas, escribanos y abogados”.
A los abogados los tildó de “picapleitos que terminan robándole suculentas sumas al Estado”, “formas parasitarias” y “una de las peores patologías” que tiene el país.
Con su ética habitual de “así como te digo una cosa te digo la otra”, afirmó que “Hago votos por un Uruguay mucho más instruido y culto, pero no hago votos por un país académico, arrogante”. Ergo, uniendo implícitamente una cosa con la otra. Agregó, que “es un alivio” que la mitad de los integrantes del nuevo Parlamento no tengan título universitario.
Lo que no parece preocuparle, es que la calidad de las normas legales bajó sustancialmente en ese período, conteniendo errores y horrores brutales, que significaron varias declaraciones de inconstitucionalidad por parte de la Suprema Corte (que por cierto sulfuró a Mujica). Incluso, significó la aberración de que hubiese que aprobar nuevas leyes para subsanarlos, como ocurrió a raíz de la redacción de la ley del matrimonio igualitario que fue tan descuidada, que hubo que aprobar otra ley para corregirla….
Esa forma peyorativa de referirse a aquellos que son más educados es muy inquietante porque lo hizo siendo presidente. Esa alta posición sumada a su innegable carisma, lo torna en modelo a imitar por las masas populares. El mensaje que transmite es claro: la cultura no es algo valioso en sí mismo sino que nos torna en peores personas. ¡Patético e insidioso!
El colmo es que Mujica sabe bien que eso no es cierto. La prueba es que en un momento de lucidez afirmó, que de “la educación dependen buena parte de las potencialidades productivas de un país, pero también la futura aptitud de nuestra gente para la convivencia cotidiana […] Porque allí se anticipa el rostro de la sociedad que vendrá”.
Actualmente el “rostro” que presenta la sociedad uruguaya es uno donde casi no nos reconocemos. Uno donde predomina la fractura social, la violencia, la falta de interés por estudiar…. Total, ¿para qué hacerlo cuando desde las más altas esferas se denigra al estudio y a pesar de ello, se llega tan lejos? Aparentemente, con ser “vivo” alcanza…
Aunque pueda parecer extraño, no sería de sorprender que detrás de ese menosprecio del “Pepe” hacia los más cultos, ostentando un lenguaje vulgar y aspecto físico desprolijo, se esconda un terrible complejo de inferioridad…
Un mal que parecen compartir muchas autoridades izquierdistas.
El caso más sonado fue el del exvicepresidente Raúl Sendic. Se presentaba a sí mismo en entrevistas y publicaciones oficiales como licenciado en genética humana, título supuestamente obtenido en Cuba. Pero no conforme con mentir acerca de un título que no poseía, ¡encima se jactaba de haberse graduado con medalla de oro!
Eso no es todo. Parece que una medalla de honor le parecía poco. Así que en una entrevista televisiva realizada en diciembre de 2014, ante la pregunta: “¿Es cierto que te recibiste de Genética Humana con una medalla de oro?”
Sendic respondió: “[…] hice una licenciatura en Genética. Es cierto que tuve una medalla de oro dos o tres años seguidos.”
Cuando se armó un escándalo por ese motivo, y el supuesto título de Sendic no aparecía, Lucía Topolanski -actual vicepresidente de la república y esposa del Pepe Mujica- primero mintió descaradamente diciendo que ella lo había visto. Pero al quedar en evidencia que tal documento no existía, se expresó en estos términos:
“Faltó la tesis final. Desde el punto de vista de genética humana pienso que es de los que sabe más, aunque no tenga ese cartoncito”…
Desde entonces, en avalancha se descubrieron casos de funcionarios que ocupaban altos cargos en el gobierno izquierdista, que no poseen la formación universitaria con la cual se presentan en documentos oficiales.
El último de ellos se conoció en estos días y tiene como protagonista nada menos que a Lourdes Galván Lasarte, la principal asesora en medicamentos de Jorge Basso, ministro de Salud Pública (MSP). Ella era quien fiscalizaba y asesoraba en las compras, autorizaciones y controles de remedios a nivel nacional.
Firmó como licenciada varias resoluciones pero de verdad no posee ese título. Incluso, en decretos recientes del presidente Tabaré Vázquez y el ministro Basso la designan como “licenciada”, al nombrarla para integrar las direcciones del Instituto de Regulación y Control de Cannabis y del Fondo Nacional de Recursos como miembro alterno o participar en misiones oficiales en representación del MSP.
Al igual que Topolanski con respecto a Sendic, cuando se consultó a Jorge Quian, subsecretario del ministerio, sobre ese descubrimiento, su reacción fue decir: “Lourdes Galván sabe mucho de fármacos”.
Otros casos son los de Gustavo Bellara, subdirector técnico del Instituto Nacional de Rehabilitación que se hacía pasar por sociólogo sin serlo; la hermana del exdirector de Asuntos Sociales del Ministerio del Interior, Leonardo Anzalone, que fue contratada como psicóloga sin que hubiera revalidado un título del exterior; y una asesora jurídica y representante del Ministerio de Industria, Energía y Minería que firmó como “abogada” muchos documentos oficiales, y ni siquiera terminó el liceo…
Los casos mencionados, así como la actitud de Mujica y su mujer Topolanski, denotan una turbia relación con la educación por parte de muchas personas que ocupan altos cargos de gobierno. Parecería haber una mezcla de complejos, descaro y sensación de “todo vale”.
La macana es que estas cosas no son gratuitas. Tienen un precio: el mal ejemplo se va extendiendo sobre amplias capas de la sociedad produciendo efectos nefastos, tanto a nivel de gente capacitada para producir como para la convivencia ciudadana.