En los detalles se descubre lo que anida en el interior de una persona. Son más reveladores que los grandes aspavientos. Esos “actos fallidos” traslucen los pensamientos y modos de ser que el sujeto encubre ante los demás. En consecuencia, si queremos saber cómo es auténticamente un sujeto y cuáles son sus intenciones, prestemos atención a esas señales.
Desde esa perspectiva, lo que exhibió la flamante vicepresidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, es muy preocupante.
En el show mediático que montó en la Plaza de Mayo, en esa mise-en-scène, afirmó ante su público de incondicionales, que “el amor es lo que siempre nos ha movido, por lo menos a nosotros, en esta plaza […] amor al pueblo, amor a la patria, amor a los que sufren”. Destacó el valor de la humildad; “humildad que debemos tener todos y cada uno de nosotros”. Proclamó teatralmente que “Yo no soy hipócrita, no lo voy a ser nunca”.
Su discurso es digno de estudio en las universidades, como paradigma de la incoherencia. Es decir, que en una misma frase se afirme y niegue la misma cosa. Una burla al principio de no contradicción. Es una retórica cuyo propósito es que la emoción sustituya al razonamiento lógico. Ergo, es terreno propicio para que las masas apoyen las barbarizadas más grandes.
Por ejemplo, dice que a ella la mueve “el amor” mientras implícitamente siembra el odio hacia los “otros”. Divide a la sociedad entre los “buenos” (sus partidarios) y los “desalmados” (aquellos que no aquilatan adecuadamente cuánto ella vale). Habla de humildad y su discurso fue un auto panegírico.
Esa incompatibilidad entre lo que dice y hace se manifestó con crudeza en estos días. En cierta manera nos da pena esa gente que la aplaudía y había depositado su esperanza en ella, porque su retórica delata que estaría preparando el terreno para “comerse crudo” a ese “pueblo” que tanto dice amar. ¿Por qué? Porque al proclamar que el individuo no es “nada”, que lo único que vale es esa abstracción denominada “lo colectivo” (que ella se encargará de definir), implícitamente confiesa su intención de anular los derechos individuales. Y ya se sabe que ese es el camino que conduce al infierno.
Su forma de comportarse en estos últimos días demuestra que es alguien enferma de odio, soberbia y vanidad. Asimismo, que lo que adora con amor incondicional, es al poder absoluto. Además, que no tiene la menor intención de aceptar la exhortación del presidente Alberto Fernández sobre “cerrar la grieta, respetar al que piense diferente”.
Por el contrario, son múltiples las señales que está emitiendo de que su propósito es ir en sentido diametralmente opuesto. Muchas trasmitidas frente a las cámaras, para que no quede la menor duda acerca de cuál es su postura al respecto.
Mencionaremos algunos de los hechos que fundamentan nuestra opinión.
Una de los más elocuentes fue su injustificada ausencia en la misa “por la unidad y la paz” que celebró la Iglesia Católica. La invitación fue hecha por el presidente del Episcopado, Oscar Ojea, y se realizó en la basílica de Luján (lugar emblemático para los argentinos). La convocatoria expresaba que el propósito era contribuir a cerrar la “grieta”.
En consecuencia, la finalidad iba más allá de lo estrictamente religioso. Se buscaba que desde las más altas esferas del país se diera una señal a la sociedad, para dejar atrás el odio y los desencuentros entre conciudadanos. Tal como lo expresó lúcidamente el presidente Fernández, no se trata de “pensar igual” sino de “respetarse” mutuamente.
El expresidente Mauricio Macri y Alberto Fernández respondieron a la convocatoria y participaron de esa misa. En el momento de la ceremonia en que el sacerdote invitó a los feligreses a “darse la paz”, Macri y Fernández se abrazaron, enviando un contundente mensaje de reconciliación, gesto que fue replicado por los principales integrantes de ambos equipos.
Cristina con su ausencia también emitió uno potente: no a la paz, ni a la reconciliación, ni a la unidad. Que la grieta siga agrandándose por aquello de que “divide y reinarás”.
Otra muestra de cómo borra con el codo lo que escribe con la mano fue cuando en su discurso, con aparente inocencia, utilizó la siguiente expresión: argentinos “bien nacidos”. Esos vendrían a formar parte del “pueblo”. Y los “mal nacidos”, solo merecerían el repudio, lo que es una forma velada de incentivar la violencia.
Esta es una posición que pretende desplazar las voces que, como las del arzobispo de Luján-Mercedes en la misa mencionada, alertan: “Ninguna persona o grupo en soledad o aislado es la Patria. La Patria somos todos. La comunión entre nosotros no es una cuestión estratégica, hace a la esencia de lo que somos en el origen y a lo que podemos ser en el destino común”.
Pero es evidente que Cristina pretende seguir fomentando la grieta.
Otro ejemplo: Los medios pusieron el foco en la mueca desagradable que puso al saludar a Macri, imagen que recorrió el mundo entero. No creemos que eso le haya molestado mucho a Cristina ni que haya sido un gesto espontáneo; por el contrario, nos inclinamos a pensar que fue una “pose” largamente meditada e incluso, podría haber sido ensayada frente a un espejo. Es decir, habría proyectado la imagen que conscientemente pretendía: transmitir odio y desprecio.
Otro hecho muy destacado por la prensa fue que al momento de firmar la toma de posesión de su cargo, no quiso hacerlo con la misma lapicera que “Macri”. El “detalle”, es que momentos antes la había utilizado Alberto Fernández. Ergo, es todo un símbolo que no haya querido tocarla y le pidiera a uno de sus ayudantes su bolígrafo de “oro”. A buen entendedor, significa que se puso por encima del propio presidente.
Un nuevo ingrediente se acaba de sumar, que plantea serias dudas acerca de la “rectitud” en el accionar, no solo de Cristina sino también del flamante presidente. Es el tema dos del decreto que acaba de emitir, para que se apruebe una ley que autorice al presidente “a ausentarse del país durante el año 2020 cuando razones de gobierno lo requieran”. ¿Está planificado para que Cristina asuma la presidencia? ¿Un engaño vil a los votantes?
Eso nos recuerda las sabias palabras de Alexis de Tocqueville: “Es mentira que los tiranos no amen la libertad. Por el contrario, la aman tanto que la quieren solo para ellos”.
Por último, no queremos dejar de mencionar otro “detalle” revelador del verdadero sentir de Cristina, en este caso, hacia los que sufren. Algo que permite medir cuánta verdad hay en lo que expresó en su discurso en la Plaza de Mayo: “Nos importaba lo que le pasaba al que estaba al lado aunque nosotros estuviéramos bien”.
Pues bien, hubo ocasión de ver en vivo y directo cuanta sinceridad hay en sus palabras. La situación ocurrió cuando Alberto Fernández –en un gesto que lo enaltece– empujó la silla de ruedas de la ex vicepresidente Gabriela Michetti de camino al recinto de Diputados. En esas circunstancias, Micchetti estiró la mano hacia Cristina y esta no correspondió a ese gesto. ¿Acto fallido?
Alberto sabe que es el momento de los gestos, Cris no entendió nada…#10D pic.twitter.com/oBbj84ApA7
— monica peña (@moka_sin) December 10, 2019
Alguien inválido despierta empatía en cualquiera que tenga un mínimo de humanidad. Si así reacciona Cristina frente a alguien que está frente a ella, con nombre y apellido, ¿es creíble que sienta “amor” por personas anónimas, sin rostro ni identidad individualizable?
La conjunción de los “detalles” mencionados conforma un cuadro preocupante para el futuro de los argentinos. Incluso, para aquellos ciudadanos de a pie que el otro día aclamaron a Cristina.