El expresidente uruguayo José “Pepe” Mujica había demostrado hasta ahora olfato político. Desde que pasó a ser mundialmente famoso, había tenido mucho cuidado en sus declaraciones. En público se presentaba como una especie de “filósofo” que enseña como ser feliz y tener una vida buena.
Su auténtico pensamiento e intenciones lo conocían tan solo sus seres más cercanos porque es muy hábil para camuflarlos.
Sin embargo, parecería que los años le están pasando factura. No es tan cuidadoso en sus exposiciones como antaño. Quizás sea por razones biológicas; quizás, porque ya no le importa ofender a otras personas o manifestar, a sabiendas, medias verdades o le tiene sin cuidado lo que piensen de él. Quizás, sea porque el confinamiento por el coronavirus no le permite desahogarse de las formas que solía hacerlo.
Sea cual sea el motivo, en recientes entrevistas ha presentado una imagen muy alejada de aquella que cultivó tan esmeradamente en los últimos años. Si bien es cierto que expresa las mismas ideas que antes, también lo es que actualmente las dice de un modo que provocan rechazo. Ego, lo que antes podría atraer, se torna abyecto.
En declaraciones al medio argentino Filo News, Mujica -situándose a sí mismo en un pedestal- afirmó que “Los líderes mundiales son una consecuencia de lo que hoy estamos viviendo, y no te hablo ni de izquierda ni de derecha, hay una tendencia a ser una manga de chantas porque no miran un poco más lejos, salvo un poco la vieja (Ángela) Merkel que se está por ir”.
La palabra “chanta” proviene del vocablo italiano “ciancia” que significa “burla”, “mentira”. Aplicado a una persona significa alguien que habla mucho, que parlotea, que tiene poca credibilidad.
Aparte de las mentiras lisas y llanas, hay otras formas de deformar a la realidad. Una de ellas es la media verdad. Tal vez la más engañosa porque se asienta en algo que es verídico, pero tan solo en parte. Por eso en los juicios por jurados se les exige a los declarantes que “digan la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad”.
Es allí donde Mujica patina y delata hacia donde quiere desviar la atención (¿y el rencor?) de los ciudadanos. Por ejemplo, hablando sobre el coronavirus manifestó, que “en mi país, la contaminación empezó por los acomodados, algunos que viajan. Hubo unos que fueron a un casamiento importante, de gente bien y con mucho recurso; vino una señora que había ido a Milán y ahí se armó. La quedaron como 80 y se desparramó”.
Es exacto que una señora que había viajado a España y a Italia en febrero -cuando en Europa reinaba el caos por el coronavirus- y que al regresar asistió a una fiesta de casamiento y contagió a muchos.
Eso está probado. Sin embargo, no fue la única que viajó y contagió a otros. Su caso se detectó simultáneamente junto con otros tres que no pertenecen a las “clases acomodadas”. Además, si viajar es señal de “gente bien y con mucho recurso” -como Mujica alegremente expresa- entonces él y su mujer, Lucía Topolansky, integran esa categoría. Incluso, por esas mismas fechas, ellos también estuvieron en España.
En los primeros días de febrero el matrimonio viajó a Valencia (España) donde Mujica recibió un premio. Al día siguiente de la ceremonia ofreció un coloquio. Así que sociabilizó con bastante gente. No sería una fiesta de casamiento pero desde el punto de vista de circulación y contagio del virus, las situaciones son análogas.
Su viaje tuvo bastante repercusión en redes, debido a que se viralizaron imágenes suyas y de Topolansky viajando en Business Class de Iberia.
En una de las entrevistas siguió exhibiendo su torcido modo de actuar. Expresó muy suelto de cuerpo: “después están las pobres trabajadoras domésticas que se contagian y es una cadena. En nuestro país, el contagio tiene un origen en clases acomodadas, pero las consecuencias las padecen los pobres. Son los que tienen un salario, viven al día y esperan hacer un pesito. Esos son los más golpeados”.
También confrontemos esos dichos que -en apariencia- exhiben preocupación por los más vulnerables, con su actuación cuando era presidente de la república.
Mujica fue un “capo” concibiendo emprendimientos estatales fallidos, despilfarrando a manos llenas recursos públicos que obviamente -vía impuestos- salieron de los bolsillos de los habitantes, los pobres incluidos. Es relevante recordar que durante su presidencia se benefició de un excepcional período de bonanza que no se veía desde la Segunda Guerra Mundial, gracias al boom de los precios de las materias primas y del ingreso de capitales extranjeros. En esa época, el dinero entraba a “paladas” a las arcas públicas.
Pero el “genial” Mujica dejó el peor déficit fiscal desde la crisis económica-financiera del 2002. Al entregarle en 2015 el poder a su correligionario Tabaré Vázquez, las cuentas públicas del gobierno saliente cerraron el 2014 con un rojo de 3,5 % del PIB, déficit insostenible para el Estado uruguayo, que lo dejaba en una situación muy vulnerable. Además, una elevada inflación (impuesto oculto que impacta especialmente en los más pobres) que en febrero de 2014 amenazó con sobrepasar los dos dígitos.
Vázquez incluso se quejó del “caos” en que Mujica entregó el gobierno en términos financieros, de transparencia en los procesos licitatorios y en cantidad de funcionarios públicos.
A la gente común los datos macroeconómicos no les suele decir nada. Atraen más las “pompas de jabón” verbales de personajes carismáticos como Mujica. Sin embargo, están empezando a palpar en carne viva la diferencia entre “realidad” y “espejismo”.
El economista de Harvard, Ricardo Hausman, recalca que “la falta de margen fiscal se paga con vidas”. Es una frase que en otras circunstancias pasaría desapercibida. Pero en medio de esta crisis provocada por el cornavirus, golpea con fuerza y obliga a despertar. Los gobiernos tienen que comprar insumos médicos a granel: equipamiento para proteger al personal de la salud, que diariamente se expone al cumplir sus tareas; miles de tests de diagnóstico; decenas de respiradores para los posibles pacientes en estado delicado; aumento de camas y funcionarios para dar cuidados intensivos y otras tantas cosas por el estilo.
Ahora los uruguayos perciben que el déficit fiscal no es tan solo un número: significa angustia que se podría haber evitado y vidas que se podrían haber salvado de haber sido más prudentes los mandatarios anteriores.
Mujica muy a la ligera expresa, que “estamos peleando para que le gobierno ponga algo, y los hombres más fuertes pongan algo para hacer una vaca nacional y para que la gente más débil pueda comer. Es bravo, porque la solidaridad y la compasión no arreglan el mercado, pero el agujero es tan grande que necesitamos un margen de medidas para que la gente de clase media para arriba pongan ‘el huevo’ para que banquen esto. Pero esto es si el Estado se pone, porque si se hace el indiferente y empieza con el discurso de la economía, entonces estamos fritos. Hay que golpear con una responsabilidad colectiva”.
Frente a las palabras de Mujica , a uno le quedan las ganas de decir: “¡Pero vo, no seas tan chanta!”.