El mundo históricamente ha estado dominado por los hombres. Esa innegable realidad ha tenido consecuencias políticas, económicas y sociales. Se trata de una situación injusta que se ha perpetuado mediante la cultura en sus diferentes vertientes, principalmente la educación.
Por ejemplo, se consideraba que la mujer era incapaz de administrar sus propios bienes y por consiguiente, quedaba esa función en manos de su marido o hermanos. No pocas mujeres quedaron en la calle debido a esa absurda teoría jurídica.
El feminismo es una doctrina cuyo fin es lograr que se reconozca que la mujer es tan competente como el género masculino para dirigir su propia vida y realizar aportes valiosos a la sociedad. O sea, exige el reconocimiento de sus capacidades.
Como movimiento social, se originó a causa de la Revolución francesa. Ellas participaron activamente del proceso que culminó en la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Sin embargo, la alegría inicial pronto se tornó en desilusión. Con amargura descubrieron que la palabra “Hombre”, era tomada por los revolucionarios en sentido estricto. Es decir, que tan solo abarcaba a los varones; no al conjunto de los seres humanos. Por tanto, una “universalidad” bastante paticoja.
Eso significa que el feminismo nació como una corriente generosa, que lucha contra la discriminación y reclama que se garantice la igualdad -tanto en las normas jurídicas como en las prácticas sociales- entre todos los miembros de la raza humana. En otras palabras, se reconozca la dignidad intrínseca de todo ser humano y por tanto, merecedor de respeto.
Una de las formas más efectivas de oscurecer las capacidades de las mujeres ha sido mediante el expediente de “borrarlas” de la historia. Si nos guiáramos por lo que ha quedado escrito, parecería que los grandes gobernantes, pintores, músicos, escritores e incluso, héroes, han sido únicamente los hombres.
Un ejemplo es Eugenia Vaz Ferreira. Esta poetisa uruguaya fue una de las creadoras líricas más importantes de Hispanoamérica. Sus poemas escandalizaron en su época porque hablan sobre la fuerza del impulso erótico como contrapuesto a la pureza, que a su entender, es la máscara de indiferencia sexual que se le exigía a la mujer “honesta”.
Dadas sus inquietudes, corrió la misma suerte que tantas otras mujeres que quisieron hacer valer sus capacidades. Con o sin justificación, fue internada en un manicomio donde murió a los 48 años. En vida no pudo publicar ni uno solo de sus libros. Fueron publicados recién 40 años después de su muerte por iniciativa de un hermano suyo. Tuvo suerte, porque la mayoría de las obras de las artistas talentosas se “esfuman” sin dejar rastro.
Hay muchas mujeres que son “feministas” sin ponerse esa etiqueta; mientras que hay otras que no lo son genuinamente, por mucho que vociferen y realicen ruidosas y en ocasiones violentas manifestaciones callejeras.
Un ejemplo del primer tipo, lo constituye Sophie Scholl, una universitaria alemana en la Alemania Nazi. Junto con su hermano Hans, integraron el movimiento clandestino Rosa Blanca. Muchos de sus integrantes habían combatido en el frente ruso y fueron testigos de las matanzas de judíos, gitanos, discapacitados y prisioneros de guerra. Este movimiento repartía folletos con consignas anti Hitler. Ella y su hermano fueron descubiertos por la Gestapo y ejecutados en la guillotina.
Una demostración cabal de que el feminismo valioso no es violento y mediante hechos -no palabras- prueba que en heroísmo, no hay mayor diferencia entre un hombre y una mujer, sino que los incluye a todos. A Sophie le habría parecido un contrasentido prescindir del aporte de su hermano por el simple hecho de que era varón. Más aún si consideramos que el feminismo benéfico lucha contra la discriminación.
Con respecto al segundo tipo, abundan las muestras. En Uruguay, un ejemplo es la exministra de Industria Carolina Cosse. Ella expresó que “Si sos feminista y no de izquierda, no tenés estrategia. Si sos de izquierda y no sos feminista, no tenés profundidad”. Otras mujeres autodefinidas como “feministas”, enseguida retuiteando ese juicio de valor.
Pensamiento que denota discriminación y un talante autoritario. Por consiguiente, se bastardea al feminismo genuino. Eso sin mencionar que exhibe pereza mental porque ni siquiera expresó un pensamiento propio sino uno muy gastado, atribuido (parecería que falsamente) a Rosa Luxemburgo.
Un ejemplo paradigmático del feminismo nefasto lo constituye Irene Montero, ministra de Igualdad del gobierno español. Esta señora asistió y llamó a participar de la multitudinaria marcha del 8 de marzo por el “Día de la mujer”. Lo hizo a pesar de la expansión del coronavirus en su país y de que ella era portadora del virus. Igual responsabilidad le cabe al Ministerio de Sanidad que no canceló la marcha, pese a la situación sanitaria reinante en España.
Muestra de la estupidez de algunas manifestantes, son algunas de las pancartas que llevaban: “No hay virus peor que el patriarcado”. Incluso coreaban imprudentemente que “El machismo sí es un virus, y no el coronavirus”.
Es indudable que la expansión brutal de la enfermedad -con su secuela de dolor y muerte- en España, en gran medida es atribuible a ese feminismo nefasto. Un flaco favor a la causa de la mujer, dado que han exhibido poca responsabilidad social.
Pero por otro lado, tenemos muchas muestras de lo que es un feminismo benéfico. Ese que no vocifera ni es violento atacando iglesias ni a otros grupos sociales. Mediante sus acciones demuestra el invalorable papel que las mujeres pueden y de hecho cumplen, dentro de sus sociedades.
En medio de esta pandemia mundial del coronavirus, muchas gobernantes mujeres han sido las más efectivas luchando contra ese mal.
Angela Merkel, canciller de Alemania, ha llevado muy bien la situación en su país a diferencia de Italia, España y el Reino Unido. Habló pronto y claro sobre la amenaza del virus y tomó precoces medidas que surtieron efecto.
La presidenta de Taiwán, Tsai Ing-Wen, ya en enero puso en marcha un ambicioso plan para detener la pandemia. Solo tuvo 6 muertes y eso que no puso a su país en cuarentena obligatoria. Su estrategia se basó principalmente en el uso de los tapabocas.
En Nueva Zelanda, la Primer Ministra Jacinta Ardern, lanzó una temprana alerta cuando había únicamente seis casos. Murieron solo cuatro personas a causa del coronavirus. Además, hizo algo que muy pocos gobernantes masculinos han practicado: recortó 20% su salario y el de su gabinete durante seis meses.
En Islandia, bajo el liderazgo de Katrin Jakobsdóttir, se ofreció pruebas gratuitas a todos los ciudadanos, con síntomas o no, sin cerrar escuelas, negocios ni industrias.
En Finlandia, Sanna Marin difundió el mensaje de distanciamiento en las redes sociales usando a los influencers. Además, le puso coto a las fake news
La Primera Ministra de Noruega, Erna Solberg, explicó por televisión la situación y por qué estaba bien sentir miedo. Su mensaje ponía foco especial en los niños.
Dinamarca también fue exitosa en frenar la pandemia. Su Primera Ministra, Mette Frederiksen, cerró las fronteras y tuvo muy buena comunicación con la población. Fue el primer país de la Unión Europea en reabrir escuelas y colegios.
Por lo dicho, es posible apreciar que la mujer ha sido desvalorizada a lo largo de la historia. Pero simultáneamente, que hay caminos adecuados para enmendar esa injusta situación y otros que no lo son. En pocas palabras, hay pseudofeministas que han bastardeado esa lucha. En cambio otras, sin etiquetarse, mediante su conducta han hecho adelantar a pasos agigantados la causa de la mujer.