La izquierda uruguaya aglutinada en el Frente Amplio por quince años consecutivos tuvo en sus manos el poder estatal. Este lapso de tiempo fue suficiente como para realizar su disección con el fin de explorar su anatomía, es decir, investigar su estructura, forma y las relaciones entre los diferentes grupos que integran ese conglomerado político.
Del examen realizado surge que la izquierda está integrada por dos grandes sistemas de “órganos”: uno representado por Tabaré Vázquez y el otro por José “Pepe” Mujica.
Ambos expresidentes son muy diferentes. Los móviles de sus accionar, el fin que persiguen, la escala de sus valores y hasta su forma de ser, son prácticamente opuestos. Ambos -aunque traten de disimularlo- tienen un talante autoritario, son egocéntricos, vanidosos y les gusta figurar. Y se sabe que dos “reyes” no pueden coexistir pacíficamente en el mismo reino. Por esa razón en lo personal, no se tienen ninguna simpatía.
No obstante, hay un potente factor que los une, que es la ambición de poder. Y para lograrlo, se necesitan mutuamente. Por lo menos, por un tiempo hasta que uno de los dos sistemas logre imponerse sobre el otro.
No hay que perder de vista que en este artículo, más allá de los nombres, lo que estamos auscultando es al organismo de la izquierda uruguaya. Vázquez y Mujica vienen a ser “tipos ideales”, en el sentido que Max Weber le otorga a ese concepto.
A juzgar por su conducta durante los años que gobernó, el dinero es el motor más poderoso en la vida de Vázquez. El poder es tan solo un medio pero no un fin en sí mismo. Hagamos un repaso de su trayectoria.
En marzo de 2005, cuando Vázquez alcanzó la presidencia por primera vez, lo celebró sin escatimar en gastos (por supuesto que a costa del erario público). Realizó un megaespectáculo en la explanada del Palacio Legislativo, más propio de un país opulento que de uno que recién se estaba recuperando de una terrible crisis económica-financiera.
El estrado era en tres niveles, de 11 metros de largo por 9 de ancho. Un gran despliegue de luces iluminaba con diferentes colores la fachada principal del monumental edificio. Allá arriba, un Vázquez solitario, con un foco que resaltaba su figura. Gigantescas pantallas ampliaban y multiplicaban su imagen. La música que acompañó el final de la función fue el “Aleluya” de “El Mesías” de Haendel. El pueblo fue mantenido lejos.
Vázquez es millonario. Su fortuna se originó en el área de la oncología. Era uno de los dueños del Consultorio de Oncología y Radioterapia (COR). Al asumir le cedió sus acciones a su hijo Álvaro, oncólogo como él. Actualmente, Álvaro Vázquez es gerente general de esa clínica.
A poco de asumir, Vázquez comenzó a acosar a su competencia empresarial, los hermanos Leborgne, y a sembrar dudas sobre su conducta ética. José Honorio Leborgne -galeno muy prestigioso y querido- fue destituido de su cargo como Director del Instituto de Radiología y Lucha contra el Cáncer del Hospital Pereira Rosell. Su superior le explicó que había recibido “una orden de arriba”. En su lugar, Vázquez nombró a la doctora Blanca Tasende, exfuncionaria COR.
Pedro Kadorf –socio de Vázquez en COR– fue designado director del Servicio de Radioterapia del Instituto Nacional de Oncología del Ministerio de Salud Pública. Asimismo, coordinador de Radioterapia pública y director del Servicio de Radioterapia del Instituto Nacional del Cáncer (INCA). Junto con Miguel Torres (otro socio de COR) se le asignó la tarea de desarrollar las pautas de radioterapia en centros públicos, y Álvaro Luongo (también de COR), fue nombrado director del INCA. En los servicios públicos de oncología hay varios médicos y exfuncionarios de COR.
Sergio Israel en Tabaré Vázquez, compañero del poder (2018), señala que “la llegada del Frente al gobierno permitió al grupo vinculado a COR no solo pasar a controlar todos los cargos del Estado, sino a Álvaro Vázquez Delgado presionar para conseguir más contratos con privados”.
Completamente diferente es el “motor” que impulsa al otro “sistema” de la izquierda, el encarnado por Mujica. Para ese sector, el poder no es un medio para alcanzar otros bienes (dinero u otras cosas) sino un fin en sí mismo. Y a no confundirse, que el “poder” es un afrodisíaco tanto o más poderoso que el dinero y potencialmente más nefasto.
Aparentemente, ese grupo está siguiendo la estrategia de Stalin. Como se recordará, ese personaje era muy tosco, bruto pero sagaz y meticuloso. En la puja por el poder tras la muerte de Lenin, para ganarle a León Trotski -mucho más preparado que él- Stalin fue pragmático: se alió con cualquiera que sirviera a sus propósitos. En consecuencia, estuvo dispuesto a “tragarse sapos y abrazarse a culebras” -al decir de Mujica- si eso servía para alcanzar su meta.
Stalin logró su propósito porque enquistó en el Estado a gente suya. Descubrió que cuando una organización es jerárquica, se la puede controlar desgastando primero y destruyendo después los apoyos de los adversarios, sin necesidad de un debate abierto. Esa fue su metodología para triunfar y entronizarse en el poder.
Lo mismo ha venido haciendo la izquierda uruguaya. El propio Mujica lo reconoció hace unos años. Declaró sin tapujos que se los partidos tradicionales volvían a gobernar, la iban a tener difícil. Afirmó que “los frentistas han copado lugares claves en la burocracia estatal y no tienen conciencia de Estado, primero son militantes”. Es decir, funcionarios que están al servicio del Frente Amplio y no de la nación.
Es una conducta anti-republicana y antidemocrática porque nuestra Constitución a texto expreso señala que “Los funcionarios están al servicio de la Nación y no de una fracción política”.
Desde que Luis Lacalle Pou asumió la presidencia en marzo de este año, son varios los episodios que prueban esa forma de perversión de la función pública.
La primera vez fue cuando desde Presidencia pidieron a los directorios -todavía con mayoría frentista- de las empresas públicas (Antel, UTE y OSE), información para poder calcular el ajuste tarifario que planeaba decretar el Ejecutivo en sus primeros días de gestión.
Los directores frentistas, en vez de acatar la orden ejecutiva como correspondía, pidieron instrucciones a la jerarquía del Frente Amplio, quien les ordenó no obedecerla. Así lo hicieron casi todos.
Una nota firmada por el entonces presidente de UTE y el secretario general de ese organismo, da la pauta de la confusión mental e institucional de esos jerarcas. Allí se expresa que “el actual Directorio de la administración se encuentra integrado en su mayoría por miembros del gobierno anterior” y que “no ha propuesto, al igual que el Poder Ejecutivo anterior, realizar un ajuste tarifario”.
Eso sí: sus sueldos los ha pagado la nación uruguaya y no el Frente Amplio.
Pero el caso más brutal sucedió hace poco, en medio del combate al coronavirus. Por no “compartir” el modo en que las actuales autoridades están luchando contra la pandemia -que por cierto es de las más exitosas a nivel internacional- hubo “renuncias masivas” de jerarcas de la Salud Pública. Los renunciantes fueron nombrados durante los gobiernos izquierdistas y ocupaban cargos políticos o de particular confianza dentro de ese ministerio. Permanecían en sus cargos porque la irrupción del coronavirus había retrasado el recambio.
Pero justo en el peor momento de la crisis sanitaria, tras consultar con los líderes frentistas, por razones políticas partidarias y “solidaridad compañera”, renunciaron masivamente. Claramente, la intención fue hacérsela difícil a las nuevas autoridades, aunque eso significara dejar sin atención a los sectores más pobres de la población.
En conclusión, esta es la descripción anatómica de la izquierda uruguaya. De los “sistemas” que la conforman, sus relaciones y funciones.