EnglishJeb Bush anunció el pasado lunes su candidatura para la presidencia de los Estados Unidos en un discurso que lo alejó de los demás candidatos en ambos partidos y resaltó su individualidad. Tomó el podio sin chaqueta ni corbata y comenzó su oratoria resaltando que los electores tendrán que tomar una decisión entre dos sistemas políticos totalmente opuestos: aquel del Partido Demócrata, progresista y enfocado en redistribuir la riqueza, y el Republicano, basado en mercados libres y en el crecimiento económico.
El nombre de Jeb Bush carga consigo parcialidades intrínsecas sobre el individuo, como miembro de la familia Bush y como Republicano. Sin embargo, estas se desvanecieron para quienes hayan escuchado atentamente su mensaje en el Miami Dade College. Primeramente, como político Republicano, su opinión acerca de la inmigración es única entre los miembros de su partido. Jeb quiere incluir un camino hacia la ciudadanía para los 11 millones de trabajadores indocumentados en los Estados Unidos, al tiempo que también desea que se refuerce la frontera y se reforme el proceso de inmigración legal. Incluso el senador de Florida Marco Rubio tiene una propuesta más gradual, en la cual se llega a un estado legal sólo después que la frontera haya sido reforzada y la inmigración legal reestructurada.
Jeb tiene un conocimiento profundo de América Latina, que va más lejos que aquel de otros candidatos, gracias a sus experiencias en el continente como joven y su matrimonio con la mexicana Columba Garnica de Gallo. Tanto así que dijo algunas palabras en español durante su discurso: “júntense a nuestra causa de oportunidad para todos, a la causa de todos que aman la libertad y a la causa noble de los Estados Unidos de América”.
También es uno de los únicos candidatos a la presidencia que ha hablado de manera contundente y definitiva sobre Cuba. Al mencionar el posible viaje oficial de Obama a la capital isleña, Jeb dijo que “no necesitamos a un turista glorificado que vaya a la Habana en apoyo a una Cuba fracasada”, y agregó,“necesitamos un presidente americano que vaya a la Habana en solidaridad con un pueblo cubano libre, y yo estoy listo para ser ese presidente”. Estableció así la tonalidad que pueden esperar los estadounidenses de su liderazgo en materia de relaciones internacionales.
Como miembro de la familia Bush, y tal como otros Republicanos, es de suponerse que sea proteccionista en cuanto a las grandes corporaciones nacionales. No obstante, sus palabras indicaron lo contrario: quiere disolver la influencia de los cabilderos e intereses especiales en la capital, al igual que limitar la intervención del Gobierno en el sector privado.
Jeb no tiene tendencias libertarias como las del Republicano Rand Paul, pero sin embargo mantiene ciertas convicciones que pueden al menos satisfacer a los seguidores de Paul, o que deberían hacerlo, ya que la alternativa demócrata es una mucho más intervencionista.
Aludió también al principio del poder gubernamental derivado del pueblo al mencionar que “la regulación federal ha ido más allá del consentimiento de los gobernados”, e identificando así la necesidad de limitar la usurpación de los derechos individuales.
En contraste con la campaña de su hermano mayor en el año 2000 el discurso de Jeb se centró en la importancia de alentar el crecimiento económico, aquel que “hace una diferencia para todos”, por medio de la empresa privada.
Sus palabras sobre los gastos del Gobierno corresponden a aquellas del partido Republicano en cuanto al llamado a reducir costos para lograr un balance de cuentas. Sin embargo, el énfasis de Jeb en la integridad fiscal trae a la mente las propuestas morales del expresidente Calvin Coolidge más que las de cualquier miembro actual del partido.
Su enfoque en el crecimiento económico, además de la reforma tributaria, también se asimila a las propuestas de otros miembros de su partido, aunque especificando aún más detalladamente que piensa lograr 4% de crecimiento en menos de cinco años. Su punto de vista ofrece un gran contraste a la retórica demócrata del “99%” que alienta la desunión social. No hay áreas grises en ese discurso demócrata, y sus premeditadas palabras alejarían incluso a demócratas de centro-derecha.
Jeb también mencionó la importancia de recuperar la superioridad militar durante el regreso de Estados Unidos al estatus de poder económico mundial. Esta postura la comparten algunos del Partido Republicano pero sin duda atraerá críticas del lado libertario. Sin embrago, es imposible estar en desacuerdo con Jeb en que la inferioridad militar presenta un enorme riesgo a la seguridad nacional, más aún como resultado de la violencia religiosa y extra-estatal que está ocurriendo alrededor del mundo.
El discurso de campaña de Jeb, como el del expresidente Ronald Reagan, tiene expectativas positivas para el futuro, las cuales él cree poder alcanzar por medio del espíritu trabajador e innovador de los americanos, apoyados por sus planes de reforma, que reducirán los obstáculos burocráticos. Jeb está preparado para ser líder y promete ser responsable de sus propias acciones en lugar de esconderse detrás de una multitud legislativa: Un político que quiere rendir cuentas y es suficientemente seguro de sí mismo y de sus habilidades para estar orgulloso de su pasado y hablar sobre cómo va a llevar al país hacia el futuro es un cambio refrescante al habitual discurso de campaña, insincero y ambiguo.
Dejar atrás las parcialidades ideológicas y estar abiertos a distintas opiniones es la única manera en la que los electores estadounidenses podrán escoger el mejor candidato para la nación. Sea Jeb Bush o no, merece igualmente ser escuchado como un individuo, y juzgado por sus ideas en lugar de por las suposiciones y los prejuicios.