La crisis sanitaria y económica que el coronavirus desencadenó puso en jaque a los Gobiernos mundiales y, en prácticamente todos los casos, tal fue la magnitud del problema que sirvió para evaluar su capacidad de respuesta ante situaciones completamente extraordinarias y anómalas. El coronavirus, en este sentido, contribuyó tanto a la consolidación de líderes políticos que necesitaban ese empujón final (verbigracia, el alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida) como a hacer caer, definitivamente, la careta a líderes que ya tenían un pasado manchado por la toma de malas decisiones políticas. Y es en este segundo caso donde se encuentra Andrés Manuel López Obrador (AMLO).
Su popularidad ya estaba en descenso desde las movilizaciones feministas del 8-M, marcadas por los actos violentos que grupos radicales llevaron a cabo a las puertas de la residencia de AMLO. La epidemia, por tanto, no hizo más que profundizar la caída que muy posiblemente se materializará en las próximas elecciones del 2021. Algunos gobernadores, sobre todo los del norte rico, han resucitado un debate pasado, aunque no solventado, al exigir la revisión del pacto fiscal que, grosso modo, beneficia con recursos a los estados más poblados y no a quienes mejor recaudan. A este debate se le unió la rotunda crítica por el desabastecimiento de medicinas y falta de personal sanitario. Según múltiples encuestas, se estima que tan solo el 37 % de la opinión pública aprueba la gestión de AMLO y la aprobación del presidente desciende, en tan solo un mes, del 52 % al 46 %. Analicemos el porqué.
En primer lugar, debemos recordar que el primer caso de coronavirus (COVID-19) que se registró en México fue el 28 de febrero de 2020, mientras que la primera muerte fue informada el 19 de marzo. Pocos días más tarde, el 23 de marzo, las autoridades comenzaron a implementar acciones preventivas para disminuir el riesgo de contagio. El día 31 de marzo, con más de 1 000 contagios y 20 muertes por coronavirus, el Gobierno mexicano declaró la “emergencia sanitaria por causa de fuerza mayor” y se suspendieron, por tanto, todas las actividades no esenciales, aunque se determinó que tanto empleos como salarios debían mantenerse. Esta misma semana, con casi 30 000 contagiados y cerca de 3 000 muertos, se estima que se alcanzó el pico álgido de casos y hospitalizados. Como podemos comprobar, la progresión de contagios y muertes que sufrió México ya denota, de por sí, una gestión poco plausible. Detrás de estas cifras, empero, se esconden una gran cantidad de polémicas que, de seguro, le pasarán factura a AMLO en las próximas elecciones.
La OCDE concluyó que México es el país que menos pruebas está realizando. Concretamente, realiza tan solo 0,4 pruebas por cada 1 000 habitantes. Asimismo, el personal sanitario ya ha salido a la calle a denunciar la falta de equipos de protección individual y de protocolos para responder de una forma eficaz a la crisis sanitaria. Los hospitales, además, no cuentan con ventiladores suficientes para atender a los múltiples pacientes que requieren de una atención más intensiva y, por tanto, AMLO ha decidido comprar de una forma prácticamente opaca material sanitario a China y a EE. UU. A todo esto hay que sumarle una auténtica falta de seriedad del Ejecutivo ante la amenaza del virus y su falta de previsión, teniendo en cuenta que su país vecino, EE. UU., confirmó el 21 de enero el primer positivo por COVID-19. Debemos recordar que el 19 de marzo, con la primera muerte confirmada, su primera medida para luchar contra el virus fue enseñar estampitas religiosas que se presentaba como sus “guardaespaldas”. Por esa fecha, las medidas adoptadas en el propio Palacio de Gobierno se reducían a la aplicación de gel antibacterial previa entrada al Salón de Tesorería. López Obrador no se reprimía, en absoluto, de dar besos o en mantener una distancia de seguridad prudente. A principios de marzo, el propio AMLO aseguraba que los abrazos no se tenían por qué reprimir, ya que México contaba con recursos y hospitales suficientes. Sin embargo, lo cierto es que la tasa de camas UCI y personal sanitario por número de personas es mucho menor que en países como Italia, Corea del Sur o EE. UU.
En cuanto a la economía, múltiples expertos esperan una caída del 7,27 % del PIB este año. Los pequeños empresarios se han quedado sin una red de seguridad ante la falta de un plan de ayudas. Se estima que tres millones de empresas se verán afectadas por el decreto de emergencia -que paralizó toda actividad no esencial-, por lo que 28 millones de trabajadores (lo que supone el 47 % de la fuerza laboral) podrían ver reducidos sus ingresos en una recesión que ya muchos catalogan como la más severa de la historia moderna de México. Para frenar esta debacle económica, AMLO, en vez de favorecer la flexibilización y el cambio, pone como requisito para entrar en el programa de créditos (de 25 000 pesos) que las empresas no despidan a ningún trabajador en los meses de la crisis. Una medida que conllevará muy probablemente, ante la imposibilidad de despedir trabajadores por el encarecimiento del despido, al cierre masivo de empresas y, por tanto, la potenciación de la crisis económica.
La mala gestión que Ejecutivos, a nivel mundial, están llevando a cabo para luchar contra el coronavirus (verbigracia, el caso de España con Pedro Sánchez) se estima que dejará, según Oxfam, en torno a 500 millones de nuevos pobres en el planeta. Concretamente, entre 12 y 50 millones de esos nuevos pobres quedarían por debajo de los 5,50 dólares diarios en América Latina. La conclusión es clara, además del coronavirus, hay otro gran virus: los múltiples gobernantes ineptos que en todo el mundo están tomando soluciones nefastas.