EnglishEn el último discurso que brindó la presidenta de Chile, Michelle Bachelet, el pasado 21 de mayo, hizo alusión a la palabra “desigualdad” en diez ocasiones, marcándola una vez más como uno de los principales problemas en el país. Seguramente, a la mandataria le preocupa el tema, con la mejor de las intenciones, pero en el afán por intentar reducir la desigualdad, perjudica al pueblo chileno.
El mensaje y el espíritu de la presidenta fueron muy claros. Según sus propias palabras, “el mandato que recibí fue claro: conducir las transformaciones que nos permitieran ser una sociedad menos desigual, más cohesionada, en paz y con desarrollo, al servicio de cada hombre y mujer de la Patria”.
Más aún, las nuevas propuestas y reformas que se encuentra llevando a cabo el actual Gobierno giran en torno a combatir esta “desigualdad”. También fue clara Bachelet al respecto:
“Nuevas propuestas fueron construidas a partir de una mirada compartida: la urgencia de acabar con las desigualdades y sentar las bases para un nuevo impulso al desarrollo. Porque las desigualdades son éticamente inaceptables y un obstáculo al progreso”, afirmó.
La desigualdad es el motor del progreso y más aún, necesaria para el desarrollo de los países
La gravedad del asunto radica en que la presidenta da por sentado que la desigualdad es éticamente inaceptable o mala. Sin embargo, al contrario de lo que usualmente se cree, la desigualdad es el motor del progreso y más aún, necesaria para el desarrollo de los países. Por otro lado, es una falacia sostener que se ha incrementado la desigualdad, ya que la forma de medirla incurre en errores. Se comenzará primero por mostrar que la desigualdad puede generar crecimiento.
Al hablar de desigualdad se suele argumentar que es injusta, y existe la creencia de que la riqueza de los ricos es a costa de la pobreza de los pobres. La realidad es que la riqueza puede crearse, y esto genera que pueda ser preferible llevarse una menor porción de la torta, pero de una torta más grande. Este punto se encuentra muy bien analizado en el video del profesor Steve Horwitz, publicado por LearnLiberty.
Lo que realmente debería analizar el pueblo chileno es si la población más comprometida posee la oportunidad para salir de la pobreza. Es decir, si hay movilidad social, como señala el Dr. Horwitz. La buena noticia es que en Chile se ha logrado reducir la pobreza, como muestra el siguiente gráfico de los resultados de la encuesta Casen 2013.
Este gráfico derrumba la creencia de que si aumenta la desigualdad también se incrementa la pobreza, ya que esta última no hay dejado de caer. Esta cuestión nos lleva al segundo objetivo del artículo: ¿realmente se incrementó la desigualdad? La respuesta puede ser Sí o No, dependiendo como se la evalúe.
En primer lugar, si se buscaran estudios o datos empíricos que analicen la evolución de los sueldos de las personas, se podrán encontrar evidencias que muestren que la brecha se incrementó, y otros casos en los que disminuyó. Sin embargo, es un error medir la desigualdad en base a la evolución de los sueldos. La falla está en que se asocia al dinero como sinónimo de riqueza, cuando en realidad no lo es.
Como muy bien explicó reiteradas veces el economista austríaco Ludwig von Mises, el dinero es simplemente un medio de intercambio para que las transacciones se hagan con mayor eficiencia. Pero no es la cantidad de dinero lo que genera más riqueza. Dado que su objetivo es ser un medio de intercambio y, lo que se intercambia por dinero son bienes y servicios demandados, se concluye que la riqueza está en los bienes y no en el dinero. Si por alguna razón se dejarán de producir bienes, de nada serviría tener más dinero, ya que las personas no podrían adquirir una mayor cantidad de bienes.
¿Quién no se ha beneficiado o aumentado su eficiencia utilizando las computadoras creadas por Bill Gates?
De esta manera, una mejor opción para medir la desigualdad es analizando la satisfacción de necesidades, sobre todo las más elementales. Como muestra el gráfico superior, el hecho de que la pobreza disminuya es una prueba de que cada vez son más las personas que pueden satisfacer sus necesidades básicas. Y esto es lo realmente importante. En tiempos más antiguos, la diferencia entre los más ricos y los más pobres era que los primeros tenían acceso a agua potable, mientras los más carenciados no. Esta diferencia hoy en día es cada vez menor.
El sueldo de los multimillonarios puede multiplicarse “n” veces, pero la diferencia será que ellos jugaran al tenis en una cancha privada, mientras que el común de la gente lo hará alquilando una cancha. Pero ambos satisfacen la misma necesidad. Desde este punto de vista, la desigualdad ha disminuido. También es interesante resaltar que, cuando a los empresarios innovadores les va bien —y recaudan millones— favorecen a toda la sociedad y no sólo a ellos. ¿Quién no se ha beneficiado o aumentado su eficiencia utilizando las computadoras creadas por Bill Gates?
En conclusión, no es la desigualdad lo que debería preocupar a Bachelet, sino generar el escenario adecuado para que los privados vuelvan a confiar en los mercados para invertir y continuar reduciendo de esta manera la pobreza: este es el objetivo principal.