Se está por cumplir un año de la elección de Mauricio Macri como presidente y es difícil hacer un diagnóstico tajante. El gobierno de Macri será exitoso si logra al final de su mandato un crecimiento sostenido y con perspectivas de que esa sea la senda a continuar a partir del 2019. Hasta hoy, ese objetivo de largo plazo no parece muy plausible. Sin embargo, podría ocurrir que luego de las próximas elecciones (2017) se realicen cambios más profundos. Pero ¿cómo viene la situación hasta ahora?
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Empezando por lo positivo, sí se han realizado cambios para frenar el deterioro institucional que venía sufriendo Argentina debido a las malas políticas del gobierno anterior. En este marco, se ha dado una señal clara de integrarse al mundo, acompañada con la salida del default. Además, eliminó el cepo cambiario y redujo retenciones a las economías regionales, cuestiones que eran más que necesarias.
En este sentido, Argentina está muchísimo mejor de lo que hubiera estado de continuar la gestión anterior deteriorando aún más la calidad institucional. Desde el punto de vista de la calidad institucional, se ha dado un buen primer paso. Sin embargo, los resultados de la calidad institucional son a largo plazo y sólo se verán sus frutos si se acompaña con otras medidas.
La política monetaria también es de lo mejor que ha mostrado este gobierno. Aunque aún no se ven los resultados de la disminución de la inflación, la reducción en la cantidad de dinero en la economía mostrará sus efectos sin lugar a dudas en el 2017.
Por esa razón los resultados comenzarán a verse en el segundo año. Este apretón monetario fue acompañada de una política de reducción de la tasa de referencia y de emisión de bonos. En cuanto a la tasa de referencia, ésta venía descendiendo a medida que las expectativas de inflación también lo hacían. Sin embargo, en las últimas tres semanas, no se observó justificación alguna para que se continúen reduciendo la tasa e igual se la disminuyó. Y aquí puede haber un riesgo que atente contra la política monetaria, ya que si el Banco Central está recibiendo presiones políticas para reducir la tasa con el objetivo de que vuelva a crecer la actividad, se entra en aguas peligrosas.
No es sólo cuestión de reducir la tasa de referencia para que las inversiones lleguen. Aún falta profundizar el saneamiento institucional y reducir el déficit fiscal (tanto gasto público como presión tributaria) para que las inversiones comiencen a ver con buenos ojos a la Argentina y esto último no se ha realizado. Así, el riesgo que se corre es que la baja de la tasa de interés no genere un repunte de la actividad y que además se atente contra la reducción de la inflación que iba por buen camino. No es un escenario descabellado, no debemos olvidar que en los últimos años el kirchnerismo tuvo tasa de interés real negativa y, aun así, no logró repuntar el crecimiento y Argentina ya acumula cinco años de estanflación.
En cuanto al ámbito fiscal, el gobierno deja mucho que desear. La meta de este año busca que el déficit primario sea del 4,8 % del PIB y aún no está garantizado que se cumpla dicha meta. Sin embargo, podría cumplirse por el hecho de que gastos correspondientes al 2016 se pateen al 2017, con lo que se compromete la meta del 2017. Así, se complica cumplir con la meta del próximo año del 4,2 % del PIB que ya había sido revisada porque en primer lugar era de 3,3% del PIB.
Como si esto fuera poco, el próximo año es electoral con lo que la tentación de acelerar aún más el gasto público para ganar las elecciones no es menor. El problema se agrava, porque el elevado gasto público es la principal variable que genera el resto de los problemas económicos del país. ¿Volverán las presiones para que el Banco Central financie al Tesoro Nacional? ¿Se incrementará aún más el financiamiento vía deuda interna? El punto es, que ni el saneamiento institucional ni una acertada política monetaria tendrán un efecto positivo si no se soluciona el déficit fiscal. Y es este casualmente el punto en que más deuda se encuentra el gobierno, ante un escenario de elecciones para el próximo año.
Por último, en lo relacionado a la actividad económica, el segundo semestre no muestra las buenas señales que esperaba el gobierno. La economía aún no repunta. Lo que sí se observa, es una desaceleración en los indicadores de actividad e industria.
Es de esperar que el próximo año se observe un crecimiento en la economía. Aunque para ser más certeros, sería un rebote más que crecimiento genuino. Principalmente, la actividad crecerá por la aplicación de la obra pública del gobierno. Además, el sector agrícola impulsará la economía el año entrante.
Por otro lado, la reparación histórica de jubilados tendrá su impacto en el consumo. Y, por último, si eventualmente repunta la economía brasilera, favorecerá la industria automotriz de Argentina. No obstante, el nivel de actividad del país aún continúa afectado a los ciclos políticos. En Argentina, en los últimos años, se crece en los años electorales (impares) y se cae en los años no electorales (pares).
El año que viene es electoral, y seguramente se observe un rebote. Pero las expectativas no son muy buenas para 2018/19. Argentina aún no logra mostrar las condiciones necesarias para lograr un crecimiento que sea sostenido en el tiempo. Tampoco lo logrará si no se compromete en serio a cambiar la política fiscal. En conclusión, si bien se observaron algunas cuestiones institucionales importantes y una política monetaria bastante bien encaminada, deja un sabor a poco por la mala política fiscal.
Para que Argentina vuelva a crecer sostenidamente deberá reducir el déficit fiscal. De lo contrario, seguirá atado al ciclo político creciendo en los años electorales y cayendo en los no electorales. El éxito de este gobierno, consiste en romper con este ciclo. Sólo el crecimiento sostenido llevará a una reducción de la pobreza de manera sostenida.