Si bien Cristina Fernández de Kirchner cree que su gestión es merecedora del Premio Nobel de Economía, lo cierto es que viendo el estado de situación luego del fin del mandato kirchnerista es difícil pensar que pueda alcanzar tan honorífico galardón.
Al dejar el poder en diciembre del año pasado, la economía argentina tenía cerca de 30% de inflación, estancamiento, una situación de pobreza que alcanzaba a un tercio de la población y un cepo cambiario que, al tiempo que deterioraba nuestra competitividad, no lograba contener la caída de las reservas internacionales.
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Por si esto fuera poco, la cantidad de desequilibrios que dejó dieron lugar al ajuste que el nuevo gobierno decidió emprender a regañadientes. Esto también la hace responsable de la crisis económica de hoy. En pocas palabras, sin populismo no hay ajuste, y dado que el gobierno de Cristina Fernández fue marcadamente populista, es claro que la responsabilidad por la situación actual recae casi íntegramente en su gestión.
Ahora bien, cuando se observa el desastre económico que el kirchnerismo dejó, sus defensores suelen argumentar que todo lo hecho fue con el noble objetivo de “industrializar” el país. En su visión, la política pública debe promover el desarrollo industrial, de manera que las fábricas proliferen y luego contraten a mayor personal, generando aumentos de salarios y mejores condiciones de vida.
Si en el proceso se genera inflación, se incurre en impagables déficits, o se controla el tipo de cambio y se priva a los consumidores de adquirir productos importados con barreras proteccionistas, eso no es un problema, ya que todo se hace para promover la sagrada “industria nacional”.
Ahora bien, incluso tomando esto como válido, lo cierto es que la política industrializadora del kirchnerismo ha sido un rotundo fracaso. Cuando uno mira la evolución de la industria como porcentaje del PBI desde el año 2004, lo que se observa es un lento pero firme retroceso.
Lo mismo sucede con el empleo en el sector. En el año 2004, la ocupación en las industrias manufactureras de Argentina representaba el 22% del total, mientras que a fines de 2015 sólo representó el 19,6%.
Ahora bien, aún cuando el gobierno anterior no logró industrializar el país como quiso, eso no debe ser visto como un verdadero problema. Si la industria manufacturera pierde representación dentro del PBI, eso quiere decir que hay otros sectores que están tomando su lugar.
En los Estados Unidos, por ejemplo, la industria manufacturera representaba el 25,4% del PBI en 1947. Sin embargo, a fines del año pasado, ese índice se había desplomado, llegando al pequeño 12,1%. La desindustrialización norteamericana, sin embargo, no estuvo acompañada de un masivo desempleo ni de una caída del nivel de vida. De hecho, el PBI per cápita se multiplicó por 4 durante el mismo período, y también creció la esperanza de vida al nacer, pasando de 66,6 a 79,1 años.
Es que el valor que dejó de agregar la industria a la producción nacional, comenzaron a aportarlo los servicios. Excluyendo la participación del gobierno, el sector de servicios (donde se encuentran el comercio mayorista y minorista, las finanzas, la educación y el arte, entre otros) pasó de representar el 49,5% de la producción, a representar el 70,4% en 2015.
El gobierno anterior creía que era rol del estado controlar la economía para que la industria crezca. Si bien ni siquiera alcanzó este objetivo cuando se mira la relación entre la industria y el PBI, lo cierto es que el enfoque es equivocado.
Para alcanzar el desarrollo, se necesita el crecimiento de todos los sectores, independientemente de cuál crezca más y cuál crezca menos. Pero eso no se logra con estímulos a la demanda agregada, controles de precio y proteccionismo. Por el contrario, se logra con reglas claras que defiendan los derechos de propiedad y con un gobierno limitado, que se ocupe de equilibrar sus cuentas fiscales para dar certidumbre hacia el futuro.
El gobierno de Macri lleva solo 8 meses en el poder, por lo que es apresurado juzgarlo de manera definitiva. Ahora una cosa es cierta: en la medida que se aleje de las políticas practicadas hasta hoy, la economía argentina crecerá de manera sostenible. Pero si se apega al cuento industrialista y persiste en el intervencionismo fiscal y regulatorio, entonces estaremos condenados a volver a cometer los mismos errores del pasado.