EnglishCréase o no, Argentina tiene un importante paralelismo con los Estados Unidos. En el gran país del norte, uno de los candidatos más excéntricos y disparatados de la historia política de ese país pide a gritos que se frene el ingreso de importaciones de México y China, con el argumento de que esto “le roba el trabajo a los Norteamericanos”.
Si bien el establishment políticamente correcto de nuestro país dice rechazar a Trump, en la práctica, está totalmente de acuerdo con su planteo.
Recientemente, el Diputado Sergio Massa y su equipo de economistas divulgaron un proyecto de ley que implicaba frenar importaciones por 120 días. Por supuesto, muchas organizaciones empresarias se sumaron al pedido.
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La preocupación no es solo de los opositores o de algunos empresarios agremiados, sino que también la comparte el gobierno. Hace un mes, el “neoliberal” Secretario de Comercio, Miguel Braun, aseveró que “no va a haber una apertura indiscriminada de las importaciones”, algo que también afirmó Mauricio Macri, aduciendo que había que “cuidar el empleo”.
El problema con todos estos argumentos es que son tan viejos, como desacertados.
Fue a fines del siglo XVIII, nada menos, que Adam Smith comenzó a refutar las falacias de los mercantilistas y a defender el libre comercio.
Para el mercantilismo, la fuente de la riqueza era la acumulación nacional de oro y plata. En este marco, y dado que los metales preciosos eran la moneda corriente de la época, se buscaba estimular las exportaciones y restringir las importaciones. De esta forma, la positiva “balanza comercial”, generaría ingresos de metales al país.
Para Smith, sin embargo, la riqueza no dependía de la cantidad de oro y plata que un país pudiera tener, sino más bien de los bienes y servicios que ese dinero pudiera comprar. En definitiva, lo que beneficia a las personas es la satisfacción de sus necesidades, y éstas se satisfacen consumiendo bienes y servicios.
Una segunda advertencia de Smith contra los mercantilistas era que el cese de las importaciones difícilmente podría generar mayor crecimiento económico.
En su obra magna, La Riqueza de las Naciones, el pensador escocés afirmó:
“La industria general de una sociedad no puede exceder aquello que el capital de la sociedad puede emplear (…) Ninguna regulación comercial puede incrementar la industria de ninguna sociedad más allá de lo que su capital puede mantener. Solo puede desviar una parte de éste hacia una dirección distinta a la que habría tomado; y no está para nada claro que esta dirección artificial sea más ventajosa para la sociedad que aquélla que habría tomado por sí mismo.”
El mensaje es claro: cuando una industria prolifera gracias a una protección, no crece el conjunto de la economía, sino que simplemente toma una dirección diferente a la que habría tomado sin intervención.
Imaginemos una sociedad conformada por cinco personas, dos de las cuales producen sillas y tres de las cuales fabrican mesas. Si el gobierno decide imponer una barrera a la importación de sillas, los precios de las sillas (producto de la menor competencia extranjera) se elevarán. Esto hará que haya un mayor incentivo a producir sillas localmente. Finalmente, lo que sucederá es que los que antes producían mesas pasarán a fabricar sillas, habiendo un crecimiento de la producción de sillas pero una caída en la fabricación de mesas.
Obviamente, esto no es crecimiento económico, sino un simple cambio en la estructura de la producción.
Otra cuestión destacada por Smith es que las protecciones arancelarias dan lugar a monopolios que terminan operando en perjuicio de los consumidores.
“Al restringir, ya sea por altos aranceles o por la absoluta prohibición, la importación de tales bienes de países extranjeros, el monopolio del mercado local queda más o menos asegurado para la industria doméstica empleada en producirlos. De aquí que la prohibición para importar ganado en pie o sal de países extranjeros le asegure a los ganaderos de Gran Bretaña el monopolio del mercado local de carnes (…) Muchos otros tipos de manufacturas han obtenido, de la misma forma en Gran Bretaña, de manera parcial o total, un monopolio en contra de sus compatriotas.”
Reemplace “ganado en pie” por indumentaria, y entenderá por qué la ropa es tan cara en Argentina.
A la hora de exigir el establecimiento de barreras arancelarias o el cese de las compras externas, suele ignorarse que la alternativa es una producción más ineficiente o menos preparada para servir al cliente que la que vendría de afuera.
Adam Smith también notó esto y sugirió que las naciones se comportaran de igual forma que lo haría una familia:
“Lo prudente en la conducta de una familia no puede ser insensato en un reino. Si un país extranjero puede proveernos con un producto de forma más económica de lo que podemos hacerlo nosotros, entonces mejor que lo compremos con algo de la producción de nuestra industria empleada en una forma ventajosa.”
En los primeros 8 meses del año, las importaciones medidas en dólares cayeron 7,6%. Sin embargo, en rubros como bienes de consumo y vehículos automotores han crecido más de 20% en cantidades. Ahora esto no debería ser visto como un problema, sino como una buena noticia.
Después de todo, Adam Smith refutó al mercantilismo hace ya 240 años, y fue entonces cuando el mundo comenzó a crecer a tasas elevadas y la pobreza y el hambre comenzaron a reducirse drásticamente.
Si quiere crecer de manera sostenible, Argentina debe recuperar a Adam Smith y, sin dudas, dejar de ondear las banderas que elevan sujetos tan impresentables como Donald Trump.