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Además de la muerte de Fidel Castro, dictador comunista que condujo los destinos de Cuba por casi 60 años, el fin de semana pasado se festejó en muchos países del mundo el “Black Friday” o “Viernes Negro”.
El Viernes Negro es una celebración originaria de los Estados Unidos, que sigue al día de acción de gracias, y que se considera como el primer día de la temporada de compras de navidad. Para festejar y estimular sus ventas, los vendedores ofrecen fuertes descuentos y promociones varias.
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Como muchas tradiciones norteamericanas, este viernes de compras se ha extendido a otras partes del mundo, y Sudamérica no es la excepción. Argentina, y también Chile, tienen su propia celebración, con descuentos en shoppings y supermercados.
Ahora el dato que llamó la atención este fin de semana fue la importante cantidad de argentinos que cruzaron la frontera con el país vecino en busca de buenas oportunidades para sus compras de navidad.
Según Jorgelina do Rosario, del diario Infobae, ceca de 30.000 argentinos cruzaron la frontera para adquirir, principalmente, productos electrónicos e indumentaria.
El fenómeno no es nuevo. Durante el fin de semana largo del 15 de octubre, la cola en la frontera argentino-chilena llegó a los 15 kilómetros, y en agosto se estimaba que 1,5 millones de argentinos habían cruzado la cordillera para hacer shopping en el país vecino.
El motivo principal del éxodo de argentinos a Chile es que allí los precios son significativamente más baratos que en nuestro país. Según un informe publicado en la pantalla de Canal 13, una notebook puede conseguirse en Chile 49 % más barata que en Argentina, mientras que en indumentaria los descuentos llegan a superar el 60 %.
Lo que reflejan estos datos son las consecuencias del proteccionismo sobre los consumidores nacionales. Gracias a las barreras arancelarias y las “licencias no automáticas de importación”, los productos argentinos se venden el mercado local con poca competencia, por lo que los precios son mucho más altos que en otros países.
En este contexto, es lógico que los que pueden hacerlo viajen al país vecino para ahorrar en sus compras.
Sin embargo, esto refleja la cara más oscura del proteccionismo comercial: el efecto contra los más pobres de la sociedad.
Al imponer aranceles a la importación con el objetivo de proteger a los productores locales, los precios son más altos de lo que podrían ser.
Debemos aclarar que estos precios no se explican por los costos de producción, como la logística o los impuestos. En realidad, el proceso es inverso. Dado que las trabas generan menor nivel de competencia, los precios suben y se pueden pagar costos más altos. La relación es del precio al costo, no del costo al precio.
Con precios más altos, quienes tienen dinero para hacer un viaje lo “invertirán” en cruzar la cordillera y adquirir productos más baratos.
Pero esto deja como resultado que los principales perjudicados del proteccionismo son los que menos ingresos tienen. Aquellos que en Argentina no cuentan con el dinero suficiente para viajar al extranjero permanecen presos de los productores locales. Así, deben pagar entre 2 y 5 veces más por la indumentaria y la electrónica que quisieran consumir. Un ataque fulminante contra el poder de compra de sus ingresos.
Los gobiernos suelen imponer barreras proteccionistas para defender “el trabajo nacional”, con la esperanza de que ese trabajo redunde en un beneficio para los que menos tienen. Sin embargo, los resultados de esas políticas son exactamente inversos. Al condenarlos a pagar más por los productos que consumen, empeoran su situación económica y les impiden salir de la pobreza.
La pobreza se supera cuando los ingresos crecen en términos reales. Y tanto la teoría económica como la evidencia empírica demuestran que la apertura al comercio es una forma efectiva para conseguirlo.
Frente a esta realidad, el gobierno nacional debería reflexionar y abandonar viejas recetas. Seguir reduciendo aranceles y trabas para importar (como lo hicieron con las notebooks) es el camino a seguir. Esperemos que sigan abriendo fronteras, más allá de lo que digan los abogados del ultra-intervencionismo.