José es un empresario argentino. Su oficina está ubicada en la ciudad de Posadas, provincia de Misiones. Desde el octavo piso del edificio puede observar, todas las mañanas, la cola de autos que están ansiosos por cruzar el límite con Paraguay.
El puente internacional San Roque González de Santa Cruz, que une la capital de Misiones con Encarnación, Paraguay, presenta un panorama similar todos los días. Miles de personas lo cruzan en busca de mercadería barata, que luego ingresan a Argentina para consumir o revender.
Algo similar sucede en la frontera con Chile. De acuerdo con medios locales y vecinos, durante los fines de semana largos, las filas de automóviles ocupan kilómetros de distancia. En 2016, las compras minoristas de argentinos en Chile sumaron USD $830 millones.
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Al ver esta situación, muchos economistas y analistas apuntan directamente al tipo de cambio. Un peso excesivamente apreciado estaría dotando a los argentinos de un enorme poder de compra en los países vecinos, lo que complica la competitividad de la economía local. Si todas las compras se hacen en el extranjero, entonces la producción local no podrá sobrevivir.
En este contexto, la solución de la problemática pasaría por modificar el precio del dólar. Algunos incluso arriesgar a dar números concretos, como AR $22 por dólar o hasta AR $26. Son las famosas “devaluaciones competitivas”.
En relación a este problema, recientemente fue consultado Federico Sturzenegger, presidente del Banco Central de la República Argentina. Dado el diagnóstico, parecería que la solución de la competitividad argentina recae sobre él. No obstante, su respuesta fue clara: el “efecto Chile” (sic.), no se debe al dólar barato, sino a otras cuestiones, como el proteccionismo.
Stuzenegger tiene razón. Argentina es un país mucho más proteccionista que sus vecinos Chile y Paraguay. De acuerdo a las estadísticas de la Organización Mundial de Comercio (OMC), el arancel promedio de Argentina es 13,6 %, contra un 10,05 % en Paraguay y un 5,9 % en Chile.
Sin embargo, no todo es tarifas en este mundo. La Fundación Heritage de los Estados Unidos lleva un ránking de libertad comercial, donde incluye no solo las barreras aduaneras (como los aranceles), sino otras barreras no arancelarias. En ese ránking, mientras Chile ocupa el puesto 47 y Paraguay ocupa el 102, Argentina se ubica en un cómodo puesto 148, sobre un total de 183 países analizados. Somos un país cerrado al comercio.
Otro punto a tener en consideración son los impuestos. La carga fiscal en Argentina es considerablemente mayor que la que soportan consumidores y productores en Chile y Paraguay.
En Argentina, el gasto público es 47 %, mientras que la presión fiscal es 40 %. Por el contrario, en Chile la presión tributaria asciende al 23 % del PBI, mientras que en Paraguay es un punto superior, 24 %.
Eso no es todo, en Paraguay se paga un IVA de 10 %, y el impuesto a las ganancias de las empresas también tiene una tasa de 10 %. En Chile las tasas son superiores, 24 % en concepto de ganancias y 19 % en concepto de IVA.
No obstante, en ambos casos se trata de tasas impositivas más bajas que las de Argentina. Al este de Chile, las empresas tributan 35 % por ganancias y todos pagamos 21 % de IVA. Esto encarece la vida en el país. A mayores impuestos, más difícil se hace producir, menor es la oferta y mayores son los precios.
Una vez considerado estos factores estructurales, podemos mirar lo que pasa con el tipo de cambio. Si vemos la dinámica de la relación peso argentino/guaraní o peso argentino/peso chileno, vamos a observar algo parecido a lo que sucede con el dólar. El tipo de cambio ha subido un poco en el último año (alrededor de 7 % en estos casos), pero muy por debajo de la inflación.
Esto encarece los precios internos medidos en moneda extranjera, y agiganta el poder de compra internacional de los que reciben ingresos en pesos. Sin embargo, se trata de una cuestión transitoria. En algún momento, o baja la inflación o sube el tipo de cambio, de manera de ajustar esta situación.
Lo que no cambia, sin embargo, es lo estructural. Y es ahí donde debería hacerse foco. Si seguimos teniendo un estado impagable y una economía “protegida” por los aranceles, difícilmente podremos ser competitivos internacionalmente.
Más bien por el contrario, seguiremos condenados a la decadencia que padecemos hace varias décadas.