
El kirchnerismo y sus seguidores en Argentina son una máquina de repetir contradicciones.
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Algunos ejemplos:
- Al tiempo que el kirchnerista advierte de los desastres que genera la importación de bienes fabricados en el extranjero, pide regulaciones para aumentar la competencia en el mercado interno.
- Al tiempo que detesta el consumismo de la sociedad, aplaude de pie todos los esfuerzos keynesianos por estimularlo vía gasto público y emisión monetaria.
- Al tiempo que se queja por el precio del kilo de carne, ignora que durante su gobierno éste se multiplicó nada menos que por 19.
En la actualidad, una de las contradicciones de las que está haciendo gala es la de la deuda y el déficit. En este sentido, critican el endeudamiento del gobierno, pero sin reconocer que dicha deuda proviene de una sola fuente: el desequilibrio de las cuentas públicas.
Recientemente, la expresidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner (CFK), ofreció una entrevista a un canal de TV simpatizante de las políticas de su gobierno. En ella, se despachó largamente contra el nivel de endeudamiento de Macri, sugiriendo que “estamos endeudados en 97.000 millones de dólares” y que “tiene que haber una ley de revisión y auditoría de adónde fue esa plata”.
Antes que nada, algunas precisiones: la deuda pública argentina no es de USD 97.000 millones, ni creció en ese monto. En realidad, cerró 2016 en un nivel de USD 288.400 millones, USD 34.500 millones más que en el año en que CFK dejó la presidencia, o en alrededor de 53 % del PIB.
Claramente, no es un número para alegrarse, mucho menos cuando se trata del incremento más fuerte de la deuda en dólares desde el año 2003.
Sin embargo: ¿desde qué lugar critican la exmandataria, sus exfuncionarios y los militantes?
Como en cualquier familia o empresa, si existe una deuda es porque los ingresos no son compatibles con los gastos. En este sentido, el origen del problema debe buscarse en quienes generaron ese desequilibrio en primer lugar. ¿Quién fue? Paradójicamente, el gobierno de la señora.
En el año 2004, cuando Néstor Kirchner transitaba su primer año como presidente, las cuentas públicas tenían un superávit de casi 4 % del PIB. Sin embargo, la política de incesante incremento del gasto público fue deteriorando ese superávit. En 2009 apareció el primer déficit y de ahí en más este resultado negativo fue siempre creciendo. Casualmente, durante todo este período quien gobernó fue Cristina Fernández, que ahora se queja de las inevitables consecuencias de su despilfarro.
Es que una cosa debería quedar clara: si criticamos la deuda, tenemos que criticar su origen, que es el déficit. Y si criticamos el déficit, entonces lo que hay que pedir para solucionarlo es una baja del gasto público. Si no se hace esto, estamos frente a una persona incoherente, deshonesta intelectualmente, o bien frente al deseo de imponer tasas impositivas confiscatorias.
Piénsese que el gasto público en Argentina asciende a casi el 50 % del PIB. Subir la recaudación para tapar el agujero fiscal implicaría que por cada USD 100 producidos en un año, USD 50 tendrían que ir a parar al estado. Es decir, para curar la enfermedad del déficit, estaríamos matando al paciente.
Claro que la responsabilidad por este enorme desequilibrio fiscal no es solo del kirchnerismo. El gobierno anterior dejó el déficit más grande de los últimos 25 años, cierto. Pero el gobierno actual no se movió lo suficientemente rápido como para reducirlo con fuerza. Además, el gasto público no solo no bajó, sino que creció en términos del PIB en 2016.
La deuda y el déficit son un problema para la economía y el gobierno debería tomar nota de esta situación. Sin embargo, las voces de quienes crearon esta bomba no deberían ser escuchadas.
A la larga, lo único que quieren es volver al insostenible y empobrecedor sistema de déficit con emisión monetaria, inflación y controles de precios, que casi nos llevan a un nuevo colapso económico y social.