A principios de la década de los 90, la Organización de Naciones Unidas (ONU) fue vista de manera muy positiva. Algunos llegaron, incluso, a verlo como un incipiente gobierno global. Otros, en consecuencia, propusieron la creación de un impuesto global para mantenerla.
No obstante, los hechos demostraron lo equivocado de estas visiones. No solo los fracasos en los casos de Ruanda o de Srebrenica, sino también los excesos de algunos casos azules en República Democrática del Congo o los escándalos de corrupción del programa “Petróleo por Alimentos” redujeron las visiones positivas. Además, afectaron de manera grave la percepción que existía sobre su poder en el ámbito internacional.
En la actualidad, se podría afirmar que la ONU está siendo lo que siempre debió ser: un espacio de encuentro entre naciones en el que se facilite la comunicación directa entre líderes y se resuelvan, de manera política, conflictos menores. Hoy, la ONU ya no centra la atención de los medios, ni nadie propone algo como que se convierta en un gobierno mundial.
Frente a esta realidad, los Secretarios Generales más recientes, incluido el actual, Ban Ki-moon, han buscado recuperar en algo el papel que antes tuvo la organización. Sin embargo, la forma como lo han hecho es equivocada, por decir lo menos.
Un ejemplo de esto fue la sesión del Consejo de Seguridad del pasado 6 de agosto, que fue convertida en un “muro de lamentos” por los invitados que se convocaron. El objetivo de la mencionada sesión era reconocer la importancia de las organizaciones regionales en el mantenimiento de la paz y de la seguridad internacionales.
No obstante, en primer lugar, es interesante anotar que no hubo representación de las organizaciones de América del Norte, Europa o Asia. Es posible que esto se deba a que, por un lado, estas regiones no quisieron ser representadas o a que, por el otro, la ONU quiera darle voz a las regiones más afectadas por conflictos, América Latina y África.
Pero darle una voz a estas regiones no implica, necesariamente, banalizar la discusión o permitir que ésta se convierta en algo no serio o, peor aún, en la demostración de profundas paradojas y contradicciones del ámbito internacional.
Comienzo por lo primero. La larga sesión de ese martes se convirtió en un “muro de lamentos” por dos razones. Primero porque, como ya es tradición cuando los reunidos son los países del denominado “sur”, todos los discursos están encaminados a denunciar los supuestos abusos de los que son objeto – o de los que han sido objeto en el pasado, incluso lejano – y en culpabilizar a los países ricos, en particular a Estados Unidos, por todos los males del mundo o por la pobreza. En esta ocasión, por ejemplo, la presidenta de Argentina denunció la figura del derecho de veto. Los representantes de Ecuador, Venezuela y Brasil denunciaron la política espionaje internacional adelantada por los Estados Unidos.
Segundo, porque los convocados, así como la organización misma tenían un objetivo común: ganar algo de visibilidad. La ONU debido a que, como mencioné más arriba, ya no suena en ningún lado. Estos países porque su intención es resaltar sus “logros” en el ámbito internacional, ya que sus fracasos en el doméstico son evidentes. De esta manera, la sesión se llevó a cabo con un afán de hacer una lista de reivindicaciones y, en ningún momento, con el de abordar el tema propuesto.
Lo anterior, además, evidenció las paradojas y contradicciones del ámbito internacional. El representante cubano, por ejemplo, afirmó defender el derecho internacional y la Carta de Naciones Unidas. Sin embargo, además de las violaciones a los derechos humanos, es muy reciente el oscuro caso del buque norcoreano – país que es una amenaza a la seguridad global – con armamento, así sea en desuso, que partió de Cuba.
La presidenta Kirchner habló de soberanía de los estados, mientras afirmaba su decisión de desconocer la voluntad de las mayorías en las Malvinas sobre seguir perteneciendo al Reino Unido (asunto que también presenta una amenaza a la seguridad internacional).
Por su parte, los representantes de Ecuador y de Venezuela denunciaron los sistemas de vigilancia global, mientras censuran a la prensa en el ámbito doméstico, persiguen a la oposición y crean sociedades militaristas.
¿Resultado de la sesión? Como no podría ser diferente, la conclusión fue la necesidad de incrementar los recursos por parte de la ONU para futuras fuerzas de mantenimiento de paz en alianza con las organizaciones regionales. Es decir, que los países desarrollados sigan dando los recursos, mientras que los ejemplos de paz, democracia y tolerancia, como la CELAC o UNASUR dilapidan los recursos en sus fallidos modelos económicos.
Si la ONU pretende volver a tener la visibilidad de otras épocas, podría fortalecerse en la única función que puede – y que debe – cumplir: servir como punto de encuentro político entre líderes del mundo. Pero mientras siga dándole voz a personajes como los que la tuvieron en la sesión mencionada, no solo no recuperará su estatus del pasado, sino que será vista como un escenario poco serio y que premia la contradicción, la comisión de errores y el incumplimiento de los principios que estuvieron en la base de su creación.