EnglishEsta semana, el gobierno socialista de Nicolás Maduro avanzó un paso más hacia la consolidación del régimen totalitario que mencioné en mi columna de la semana pasada. Ya no solo se trata de intervenir en la economía, sino de considerarla un campo de batalla en la que el Estado lucha con la policía o los militares contra de los supuestos abusos cometidos por los empresarios y comerciantes.
Esta situación ha generado muchas críticas. Pero no obstante la decisión de Maduro sea una caricatura – como todo en su gobierno – de las tendencias totalitarias, la mayoría de las sociedades actuales presionan para que sus gobiernos tomen decisiones similares.
Claro está, un presidente que impulse a la población a tomarse por la fuerza una cadena de tiendas aduciendo que los precios a los que ésta vende son “injustos”, no parece sino un hecho de ficción. Por esto es que las críticas y la ridiculización de las posiciones de Maduro no se han hecho esperar.
Sin embargo, existen muchos otros ejemplos en los que las sociedades exigen a sus gobiernos que adopten políticas como las anteriores. ¿No se ha escuchado en la mayoría de países del mundo la necesidad de intervenir los precios de los medicamentos? ¿No se presiona por el control de precios al dinero, esto es, la tasa de interés? ¿No se considera necesario y normal el control de precios de la gasolina? Lo mismo nos podríamos preguntar en el caso de los bienes de la canasta básica de consumo.
Así, lo que está sucediendo en Venezuela es una caricatura de lo que podría suceder en cualquier lugar del mundo, si las personas siguen cayendo en dos errores al participar en el mercado como consumidores. Por un lado, si se sigue considerando que el valor de los bienes, fuente del precio, es resultado de los costos de producción y no un atributo subjetivo. Por el otro, si se sigue pensando en el mercado, no como un conjunto de relaciones de beneficio para todos los participantes, sino como un escenario de rivalidad entre los agentes del mercado (e.g., los empresarios ganan a costa de los consumidores).
Los autores de la Escuela Austriaca, como Carl Menger (Principios de Economía Política, 1871), a diferencia de los autores clásicos (e.g., Adam Smith y David Ricardo), demostraron el carácter subjetivo del valor y la existencia de un beneficio para todos los agentes en el mercado. No obstante, sus demostraciones han sido ignoradas por la ciencia económica y ni siquiera son conocidas por la mayoría de los académicos.
A partir de estos errores de concepción básicos, se exige la intervención del Estado pues los consumidores consideran que los precios no son justos. En algunos casos, como en Venezuela, la llegada al poder de personajes cuya única obsesión es tener poder se encuentra con esas exigencias populares y actúa en consecuencia.
Es por todo lo anterior que la decisión de Maduro resulta tan caricaturesca: es una demostración, al absurdo, de los problemas que se generan cuando existe una sociedad que, a partir del desconocimiento, exige mayor intervención, y de un Estado que decide cumplir esas expectativas sin ningún tipo de limitación.
Como el gobierno venezolano ha tenido el tiempo suficiente para intervenir en todos los sectores, ha generado escasez e inflación. Frente a la escasez, el Estado considera que debe obligar a los productores a producir. Si esto no funciona, se expropia. Frente a la inflación, se deben controlar los precios. Si no funciona, se expropia. Ambas situaciones están teniendo lugar en Venezuela.
Así, se extingue poco a poco el sector privado y todo se va convirtiendo en “público”. Es decir, en estatal, o en propiedad del líder del momento, de su familia y de sus amigos. Pero, además, a pesar de todo lo que ha perdido la sociedad, ninguno de estos problemas que eran inexistentes cuando el mercado funcionaba de manera relativamente libre (como en Venezuela) se ha solucionado.
En consecuencia, la Venezuela de hoy, más que objeto de críticas o de burlas, debe convertirse en un caso de estudio, en un ejemplo para demostrar, por un lado, que los errores más pequeños de concepción pueden tener los peores efectos en la organización social. Por el otro, como ejemplo de por qué no podemos dejar de estar vigilantes en la defensa de la libertad como valor supremo.
El control de precios de la gasolina, de los medicamentos o de los bienes de la canasta familiar puede parecer una gran idea en el corto plazo. Incluso, puede parecer una cuestión de humanidad. No obstante, ceder en estos aspectos, abre la posibilidad a excesos que no solo no cumplen los objetivos inicialmente planteados, sino que generan muchos otros problemas cuyo único resultado es la pérdida de libertad, sin generar ninguna otra ganancia para la sociedad. Esto es lo que prueba la actual caricatura venezolana.