EnglishEs fácil encontrar una relación causal entre falta de libertad y subdesarrollo. Ésta puede explicar gran parte de los fracasos económicos en América Latina, África y algunos países de Asia. Siguiendo esta idea, se puede comprender – aunque no justificar – que muchas de las sociedades que no crean riqueza adopten modelos económicos y sociales cerrados, caracterizados por el estatismo y la pérdida de autonomía individual. Estos modelos son implementados por representantes políticos que, en muchos casos, han sido elegidos democráticamente.
Lo que es más difícil de comprender, es por qué las sociedades que lograron con mucho esfuerzo la consolidación de los ideales liberales, en algún punto, decidan retroceder en ese logro.
Digo esfuerzo porque, en general, la limitación del Estado y la ampliación de la esfera de autonomía individual no han sido resultado de iniciativas de quienes detentan el poder, sino que surgen luego de décadas, o incluso siglos, de presión y lucha social. La separación entre Estado e Iglesia, el reconocimiento de los derechos de propiedad o la fundación de los Estados Unidos son ejemplos de ello.
Digo que muchos procesos históricos, incluidos los mencionados, consolidaron los ideales liberales que, entre muchos otros beneficios, permitieron que los individuos que conformaran estas sociedades disfrutaran de éxito económico. Los Estados Unidos y una gran parte de Europa Occidental son un buen ejemplo de ello.
Digo, también, que en algún punto estas sociedades deciden retroceder en su camino. Hace ya tiempo que Europa decidió apostar por un pesado Estado de Bienestar, así como a la regulación de un número creciente de asuntos que otrora pertenecían al ámbito privado, tanto en lo social como en lo económico. De igual forma, aparentemente la sociedad estadounidense decidió tomar la senda estatista, en un primer momento con el fin de garantizar su seguridad. Sin embargo, en los últimos años, desde la llegada al poder de Barack Obama, pareciera seguir el (¿mal?) ejemplo del caso europeo.
En las últimas semanas, los resultados de dos elecciones se han convertido en paradigmas de esta tendencia. Por un lado, la ciudad de Nueva York eligió como mandatario a Bill de Blasio, un demócrata que, sin exagerar, podemos caracterizar como un populista de izquierda que coqueteó con el sandinismo nicaragüense. Por el otro, el pasado domingo, 17 de noviembre, los chilenos le dieron la victoria, en primera vuelta, a la candidata socialista, Michelle Bachelet, quien, entre otras cosas, ha radicalizado su discurso y sus propuestas más hacia la izquierda.
Decía que ambos casos son paradigmáticos. El de Nueva York porque esta ciudad representa el éxito de la cultura occidental y, por lo tanto, de la libertad en la consolidación del éxito económico. El de Chile, porque es el único país latinoamericano que comparte solamente el espacio geográfico con sus vecinos ya que a través de políticas liberales logró establecer las bases del despegue hacia el desarrollo.
Todos los casos mencionados demuestran una renuncia, gradual pero creciente, a los valores y prácticas que les permitieron a esas sociedades resolver el problema de creación de riqueza. De igual manera, todos estos ejemplos, como afirmé, no pueden explicarse de manera sencilla. ¿Cuál es la razón que explica esa renuncia? ¿Los individuos de sociedades libres pueden “cansarse” de esa libertad? ¿Por qué llegan a rechazarla?
Aunque no se pueda afirmar de manera determinante, la experiencia muestra que ésta parece ser una tendencia en la mayoría de sociedades: a mayor riqueza, los individuos parecieran preferir otorgarle un mayor papel al Estado en el manejo de sus destinos y de los de los demás.
Lo anterior se puede deber a dos razones. Primero, a la presentación y discusión de opciones. En la mayoría de casos, las plataformas políticas anti-liberales llegan al poder porque proponen objetivos que, aunque deseables, solo se conciben como resultado de la acción estatal. Tal vez el mejor ejemplo sea el de la educación: podría asegurar que todos estamos de acuerdo con que la educación debe ser para todos. El punto es que existen muchas opciones para alcanzar este objetivo. Sin embargo, éstas no se discuten. La conclusión casi automática, es que es el Estado el único que puede hacerlo.
La segunda razón es optimista, aunque su expresión no lo sea. Las sociedades que cuentan con riqueza pueden demostrar que el ser humano sí tiene una tendencia a cooperar con los demás y a sentir simpatía por aquéllos que no disfrutan del bienestar. Sin embargo, de nuevo como un problema de opciones, asumen que el único que puede canalizar la solidaridad es el Estado.
Aunque existen otras razones, las mencionadas pueden abrir lugar a la esperanza: es necesario profundizar en las discusiones de alternativas políticas apelando no solo a la razón, sino también a las emociones. La conclusión obvia será que una mayor libertad, así como en el ámbito económico, también garantiza el éxito en cooperación y solidaridad.