EnglishTal como Ludwig Von Mises demostró en su famoso texto Acción Humana, en la dimensión económica se pueden esperar ciertos resultados de la implementación de ciertas decisiones o acciones previas. Es posible que los resultados no se presenten en todos los casos, o que su magnitud varíe de caso en caso, pero eso depende de las circunstancias específicas y no por ello se rebate el principio que opera. El conjunto de esos principios y su comprensión conforma lo que Mises denominó praxeología.
Uno de los fenómenos que mejor ejemplifica lo anterior es el del proteccionismo. El proteccionismo no genera ningún beneficio para la sociedad que lo aplica: Al contrario, estimula la generación de resultados negativos que tienen diferentes magnitudes y expresiones, según la sociedad que se analice y sus circunstancias específicas.
En América Latina, existen casos extremos, como los de Venezuela, país en el que la excesiva intervención del Estado en la economía y el proteccionismo, así como la violación de los derechos de propiedad, entre otros, han llevado a la configuración de un caso muy cercano al totalitarismo. No solo hay un rígido control de la economía (y por lo tanto, la extirpación de la iniciativa privada), sino que también hay persecución a la oposición política y un creciente intento por controlar las vidas de los ciudadanos.
Hay otros casos. La semana pasada, Nicaragua anunció su decisión de permitir la libre importación de maíz debido a los altos precios de este y otros bienes, que a su vez resultan de la escasez que ha generado el actual gobierno de Daniel Ortega a través de las decisiones previas de cerrar el comercio exterior. Muy cercano, en estilo e ideología, al totalitarismo de Venezuela.
Lo sorprendente es que ante semejantes ejemplos regionales y la disponibilidad del conocimiento teórico sobre los efectos de cerrarse al comercio exterior, un país como Colombia no decida abrirse de manera definitiva, sino que siga permitiéndose que sean los poderosos intereses de unas pocas élites las que decidan la política comercial.
La semana anterior se presentaron en Colombia dos noticias que, sobre este tema, dejaron una sensación de tímido optimismo (o pesimismo, según como se quiera ver). Por un lado, como una muy buena noticia, se aprobó el tratado a través del cual el país ingresa a la Alianza del Pacífico. Por el otro, el mismo Congreso decidió hundir el tratado de libre comercio con Corea del Sur, supuestamente para que se hagan más estudios sobre sus impactos y conveniencia.
No solo es sorprendente que el TLC con Corea no se haya firmado, sino que esto se haga en la misma semana en la que se publicaron los resultados trimestrales de crecimiento económico. El crecimiento de Colombia en este periodo fue de 6,4%, lo que ubica al crecimiento del país como el segundo más elevado del mundo.
Existen dos hechos que llaman a la prudencia en cuanto a la postividad de esta noticia. Primero, este es un dato atípico, que no es probable que se repita ni que se perpetúe en el tiempo, como afirmó el ministro de hacienda colombiano, Mauricio Cárdenas. Segundo, porque entre los sectores que impulsaron el crecimiento está el de la construcción, y esto puede deberse al peligroso estímulo artificial generado por el gobierno al subsidiar las tasas de interés para la adquisición de vivienda y la construcción directa de hogares.
A pesar de estos nubarrones, la verdad es que dos sectores, el agrícola y el industrial, mostraron crecimiento. Todo a pesar de la existencia de tratados de libre comercio con Estados Unidos, Canadá, Chile o la Unión Europea que, para los críticos de siempre, acabarían precisamente con esos dos sectores. Estos resultados deberían quitarle legitimidad a los temores generalizados hacia a los tratados de libre comercio.
Pero además del ejemplo regional, del conocimiento y de las circunstancias específicas del caso colombiano, resulta ya no sorprendente, sino indignante, que el aplazamiento se haya decidido para atender los temores de sectores privilegiados. Como ejemplo está el del señor Carlos Mattos, uno de los hombres más ricos del país, que celebró, en radio nacional, el hundimiento del TLC con Corea por considerarlo como una amenaza para sus intereses. Así, sin esconderlo. Abiertamente habló de sus intereses y de cómo un eventual TLC con ese país podría afectarlo.
Colombia está cambiando poco a poco. Pero es necesario que la sociedad, los intelectuales y el gobierno reconozcan, de una vez por todas, que las buenas noticias se deben no a la acción deliberada del mandatario de turno o de sus ministros, sino a la implementación gradual, tímida, que se ha hecho de políticas de liberalización económica (tanto en el ámbito doméstico, como el sector externo). Falta mucho todavía. No es la hora de ceder a los temores, ni mucho menos a los intereses de unos pocos a expensas de las mayorías.