EnglishEl pasado 7 de agosto, el presidente Juan Manuel Santos tomó posesión de su segundo mandato presidencial. Aunque no se puede afirmar que durante éste vaya a dar un giro absoluto hacia el típico estatismo y populismo progresista latinoamericanos, sus objetivos últimos como mandatario esbozan tendencias en ese sentido.
En su discurso de posesión, Santos anunció que sus prioridades serán la educación, la equidad y la paz, objetivos loables. Sin embargo, detrás de ellos está el interés que el presidente ha mostrado desde su llegada al poder de pasar a la historia como un gran mandatario, el cual le ha llevado a hacer malabares para atraer a diversas fuerzas políticas y tratar de quedar bien con todas ellas.
Al ser imposible satisfacer a todas las tendencias, desde el primer mandato optó por acercarse más a las ideas y propuestas del progresismo populista colombiano. Con esto cosechó el apoyo adicional para ganar la presidencia por segunda vez, abriendo la puerta para que este sector político tenga la posibilidad de presionar más al Gobierno por la implementación de sus planteamientos programáticos.
El Gobierno colombiano hasta la fecha ha sido respetuoso de una tendencia hacia una mayor libertad económica. La política de liberalización comercial, el respeto a los derechos de propiedad privada y el retiro del Estado de la actividad económica, así como la intención de privatizar la empresa ISAGEN lo demuestra.
En su segundo Gobierno, la priorización de la agenda progresista puede poner en peligro esa tendencia. Por ejemplo, el proceso de paz con la guerrilla marxista-leninista FARC lo alejó del sector conservador representado por el expresidente Álvaro Uribe, y lo acercó a líderes tradicionales del populismo del otro extremo, como Piedad Córdoba o Clara López.
Ahora bien, el presidente también planteó la urgencia de mejorar la calidad y la cobertura de la educación. Si bien este tema es de relevancia para el país, la verdad es que la alternativa planteada en su discurso inaugural olvida el impacto positivo que una mayor competencia genera en este sector y prefiere apegarse al tradicional enfoque del Estado como garante y proveedor de la educación.
En consecuencia, lo que se ha visto es que el presidente está cada vez más rodeado de lo peor del populismo estatista de América Latina. Sorprendió que en el acto de posesión, detrás de Santos, estuviera Ernesto Samper, actual secretario general de UNASUR y expresidente de Colombia (1994 – 1998). Samper es recordado en Colombia no sólo por su pésimo Gobierno, sino también por haber llegado a la presidencia del país a través de la ayuda de los recursos del Cártel de Cali. Además, el hecho de haber sido nombrado en UNASUR revela su consentimiento a los peores regímenes estatistas del continente, como Venezuela.
Comenzando por el presidente ecuatoriano Rafael Correa, a la posesión asistieron representantes de todos los gobiernos estatistas de América Latina. Es cierto que también asistió el presidente mexicano y delegaciones de muchos otros países del mundo, pero Santos parece tener un afán por abordar sus prioridades con la anuencia del populismo colombiano y latinoamericano.
Esto no sería más que anecdótico si esa cercanía no le generara presiones por mayores concesiones al proyecto intervencionista del Estado y, en últimas, comprometer lo avanzado en términos de apertura económica y de preservación de las libertades individuales.
Con lo anterior no se quiere decir que el progresismo populista haya tomado al Gobierno colombiano. Sin embargo, es una demostración de lo lejos que estamos en el país de consolidar una senda de libertad que sea estable y que persista en el tiempo.