EnglishLa semana pasada Venezuela fue elegida, por una abrumadora mayoría de países, para ocupar una silla en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas (ONU) en calidad de miembro no permanente.
No es que este nombramiento sea algo realmente importante. Colombia ha tenido la misma calidad en diversas ocasiones y los beneficios no han sido perceptibles en ninguna dimensión. Ahora bien, es evidente que el Consejo de Seguridad no es muy efectivo en resolver ninguno de los problemas internacionales, como lo demuestra la persistencia de la crisis en Siria y la incontrolable y creciente amenaza del Estado Islámico (ISIS), además de muchos otros hechos históricos.
Así, no es que el nombramiento de Venezuela en el Consejo de Seguridad de la ONU sea algo determinante para Venezuela, pero sí es revelador en dos sentidos.
Por un lado, demuestra el tipo de organización en la que Naciones Unidas se ha convertido. No solo en algunas de sus agencias se concibe el estatismo como un fin en sí mismo —por ejemplo en lo que a desarrollo se refiere. También en esta organización, supuestamente interesada por la paz y la seguridad mundial, parece reconocerse a los regímenes que, como el venezolano, encarnan el desprecio por los únicos principios que pueden mantener la paz en el mundo: la interdependencia que solo genera el libre comercio, la superación de los odios por nacionalidad, la no intervención en los asuntos domésticos de otros Estados, entre otros.
Al no tener ningún éxito para mostrar en el plano doméstico, sino solo vergüenzas y errores, Maduro trata de exaltar los reconocimientos internacionales.
Por el otro, el nombramiento le sirve a los líderes del régimen venezolano. El presidente Nicolás Maduro, con su acostumbrada demagogia, presentó el nombramiento como un respaldo del resto del mundo a su régimen. Y en el fondo, tiene razón. Los países que votaron por Venezuela en realidad votaron por un Gobierno que persigue y encarcela a la oposición, que cercena casi todas las libertades individuales y que quebró la economía de su propio país.
Nicolás Maduro se comporta como se puede esperar de ese tipo de dictadores. Al no tener ningún éxito para mostrar en el plano doméstico, sino solo vergüenzas y errores, trata de exaltar los reconocimientos internacionales, igual que el régimen cubano.
No obstante, esa exaltación lo que debe es generar rechazo, ya que demuestra cómo tantos Gobiernos alrededor del mundo, de manera indolente, legitiman los excesos, las atrocidades que adelantan algunos líderes en sus propios países. Más que rechazo, esto debería generar preocupación. ¿Tantos líderes en el mundo aprueban los excesos del régimen venezolano? ¿Tantos líderes lo ven con buenos ojos? ¡Esta debe ser una señal de alarma para la libertad en el mundo!
Del lado de Venezuela, como decía, es simplemente una forma para que los líderes del Gobierno se sientan más tranquilos por el desastre que han causado en el país —desastre que también la semana pasada tuvo otra demostración.
El pasado 15 de octubre partió de Argelia un buque, cargado con petróleo, con destino a Venezuela. Esta se convertiría en la primera importación de un recurso del que Venezuela tiene las mayores reservas del mundo, pero cuya producción ha disminuido de manera sistemática desde la llegada al poder del socialismo del siglo XXI.
Mientras ellos viven de logros simbólicos, los ciudadanos pierden todas sus libertades.
No nos equivoquemos. El comercio internacional, cualesquiera sean los actores involucrados o los bienes intercambiados, es una buena noticia en cualquier parte, en cualquier momento. No obstante, este caso en particular demuestra la gravedad de las decisiones adoptadas por el régimen venezolano.
Han sido tantos los errores cometidos, tan alto el saqueo a la empresa estatal Petróleos de Venezuela (PDVSA) que en la actualidad el país se ve obligado a importar un recurso, el único bien, en el cual era autosuficiente. El mismo recurso que le permitió al Estado gastar a manos llenas en programas cuyos beneficios no son claros, despilfarrar en políticas cuya única intención ha sido la de instaurar un régimen casi totalitario y, como es de costumbre cuando las dos anteriores se presentan, enriquecer, a través de la corrupción, a unos pocos.
La cosa se agrava cuando se tiene en cuenta la caída en los precios del menor volumen de petróleo que produce el país, como consecuencia del incremento en los flujos internacionales de comercio de este bien. De esta manera, el Gobierno venezolano se verá afectado en su habilidad despilfarradora en los años por venir. Incluso, se podría pensar en la posibilidad de la declaratoria de un default.
Pero nada de esto le importará al sátrapa Nicolás Maduro y a su círculo cercano. Al fin y al cabo, tienen reconocimientos en Naciones Unidas y por parte del actual secretario general de la inútil –y peligrosa– UNASUR. Mientras ellos viven de logros simbólicos, los ciudadanos pierden todas sus libertades y, en el proceso, hasta lo más mínimo que necesitan para tener una vida decente.
Miseria y pobreza generalizadas conviven con inservibles logros internacionales. Igual que en Cuba.