EnglishLa semana pasada, tres expresidentes latinoamericanos viajaron a Venezuela para, entre otras, reunirse con el líder detenido, Leopoldo López. A la mejor usanza de cualquier dictadura, se les impidió realizar el encuentro. La reacción del presidente Nicolás Maduro, como ya es costumbre, fue la de insultar a los visitantes. Los acusó incluso de aliados de narcotraficantes así como de apoyos de un supuesto intento golpista.
La obsesión que tienen los líderes venezolanos con un eventual golpe de estado se debe, entre otras, a que ellos formaron parte de uno en el pasado. De igual manera, como le escuché afirmar al expresidente colombiano en entrevista de una cadena radial, Nicolás Maduro se equivoca de acusación. No ha sido Andrés Pastrana ni ninguno de sus acompañantes, los cercanos a cartel de la droga alguno, sino al contrario, lo es uno de los aliados externos más cercanos del actual gobierno de Venezuela, el expresidente colombiano Ernesto Samper, actual secretario general de la equivocada, vergonzosa y dañina Unión de Naciones Suramericanas, UNASUR.
No obstante, la coherencia, la transparencia, la honestidad y la rigurosidad no son características de los regímenes con tendencias autoritarias y los del Socialismo del Siglo XXI, comenzando por Venezuela, no son la excepción. Pero más allá de la intención clara de engañar al público doméstico e internacional a través del uso del lenguaje, la naciente pataleta de Nicolás Maduro tiene tres explicaciones.
La primera es la desesperada situación económica por la que atraviesa Venezuela. Como Maduro y sus “secuaces” no pueden – o no quieren – reconocer (o hasta de pronto ni se han dado cuenta) que la profunda crisis es resultado de sus decisiones políticas, la mejor opción es externalizar las culpas. Ya lo han hecho con los Estados Unidos, con el contrabando hacia Colombia y, siempre que tengan la oportunidad, encontrarán una nueva fuente de culpa, incluso para desviar la atención sobre los verdaderos problemas. En esta ocasión, les tocó a los expresidente visitantes.
La verdad es que el régimen caerá, en el corto o mediano plazo, por las luchas de poder al interior del mismo Socialismo del Siglo XXI
Pero no hay que olvidar que el problema está en el modelo, como señalé antes, así como en la escasez de ideas, como demostró el esperado – y decepcionante – discurso del presidente Nicolás Maduro para hacerle frente a la situación de escasez, de inflación y, en general, de deterioro acelerado de los indicadores económicos del país.
La segunda explicación, relacionada con la anterior, incluso que podría entenderse como resultado de ella, es la de la inestabilidad del régimen. La situación económica, la torpeza de las decisiones de la dirigencia y la creciente insatisfacción social han llevado a una situación de parálisis en el país.
Pero se equivocan los observadores que creen en los aullidos desesperados y paranoicos de Maduro y sus “secuaces”. Es difícil que el régimen caiga – porque caerá algún día – como resultado de un golpe de Estado orquestado por la débil y aún no unificada oposición. También es difícil que caiga como resultado de la acción decidida de un difuso movimiento social que – muy lamentable – aún cree que las políticas del Socialismo del Siglo XXI tienen buenas intenciones, pero que no han sido bien ejecutadas.
La verdad es que el régimen caerá, en el corto o mediano plazo, por las luchas de poder al interior del mismo Socialismo del Siglo XXI. Ahí está Diosdado Cabello, ahora señalado, éste sí, como narcotraficante, seguramente y en este mismo momento está buscando la forma de ejecutar el traspaso de poder. Posteriormente, en algún punto de la historia, como ha sucedido tantas veces, el régimen caerá por su incapacidad para obtener tan solo uno de los supuestos objetivos que busca. Pero, para eso, hay que esperar. No hay sino que ver el caso de Cuba: un régimen decadente, del cual no queda sino la cáscara, y aún se mantiene a punta de más promesas futuras, siempre futuras.
Maduro tiene que mostrarse como un líder fuerte, capaz de enfrentar y resolver la creciente crisis y el profundo malestar
La tercera explicación tiene que ver, precisamente, con las luchas internas por el poder del régimen socialista venezolano. Nicolás Maduro tiene que mostrarse como un líder fuerte, capaz de enfrentar –y de resolver – la creciente crisis y el profundo malestar. Como no puede – porque no quiere o no sabe – hacerlo a través de reformas económicas adecuadas, debe hacerlo interviniendo en otras dimensiones.
Una de ellas es el uso más recurrente de la fuerza en contra de la misma población a la que debería proteger. La otra, a través de la creación, de la fabricación, de inexistentes – pero efectivas – crisis diplomáticas con los países vecinos. Ahí está el caso de Colombia. Ante el maltrato a un expresidente, la cancillería de ese país, de manera tardía y tímida, publicó un comunicado que indignó – ¡vaya sorpresa! – a los líderes venezolanos. Una nueva crisis diplomática se está gestando. Ahora verá Juan Manuel Santos que con esos regímenes, las palabras amables y las promesas de cambio no funcionan.