EnglishHace algunos días, el ministro de Hacienda y Crédito Público (¡qué tal el nombre del cargo!), Mauricio Cárdenas, anunció que el presupuesto de 2016 va a ser austero, debido al impacto que ha tenido la caída en los precios del petróleo en los ingresos del Gobierno de Colombia,.
Aunque la declaración es bienvenida, aún queda por ver qué tan austero realmente será. Las cuentas nacionales son extremadamente oscuras, confusas. Esto se debe a la cantidad de asuntos que los estados atienden en la actualidad, y a decisiones deliberadas de los burócratas y políticos para confundir al ciudadano y evitar que exista un verdadero control de los gastos del Gobierno.
Un ejemplo de lo anterior lo constituyen los gastos en propaganda. Al Gobierno de Juan Manuel Santos le ha ido mal en la percepción de los ciudadanos. La evaluación que hacen de la gestión del presidente y de su Gobierno ha caído encuesta tras encuesta. Esto debe ser un duro golpe al gigante ego del presidente, que él oculta con un insistente optimismo.
Tal vez por esa razón, el Gobierno ha decidido utilizar una nueva estrategia: inundar la televisión y el radio con comerciales en los que se presentan los avances hechos. Por avances, claro está, se entiende los gastos en los que el Gobierno ha incurrido.
Los comerciales van de la reiteración de promesas, muestra de proyectos de infraestructura, al más abyecto paternalismo. En este último caso, según la narrativa del comercial, el Gobierno le ha cambiado la vida a miles de ciudadanos.
En últimas, lo que se refleja es cómo los políticos ven a los ciudadanos: en lugar de estar al servicio de ellos, los ven como incapaces, como seres pasivos que solo pueden esperar la ayuda, la caridad, por voluntad del altruismo o la grandeza del gobernante de turno. ¡Nada más arrogante y lejos de la realidad!
Pero más allá de la narrativa, no sabemos cuánto se está gastando el Gobierno en este ejercicio de recuperación del ego herido del presidente, de sus funcionarios y de los burócratas que los acompañan en la labor, es decir, en el gasto de los recursos de los ciudadanos. En la ley de presupuesto de 2015, no aparece el rubro.
Al ingresar a la página de la Presidencia, se accede, por un hipervínculo —al mejor estilo de Orwell— llamado “transparencia y acceso a información pública”. Pero antes, hay que aguantar otro video autocomplaciente por parte de los funcionarios, que busca convencernos de que el Presidente y su círculo cercano no solo son seres superiores, sino inmensamente generosos y altruistas, como si quisieran decir que sin ellos cada colombiano no podría mejorar su situación individual.
Allí, se puede ingresar a la ejecución presupuestal de esta agencia, mes a mes. Para hacer el cuento corto, el resultado es: desde enero de 2015, el rubro que se denomina “publicidad y propaganda” aparece con apropiaciones y, por lo tanto, ejecuciones de $0 pesos. ¿Cuál es la transparencia?
La inexistencia de recursos ejecutados para propaganda puede deberse a que los comerciales se pagaron desde antes, o a que ellos no interpretan hacer comerciales de televisión y de radio como publicidad y propaganda, pero así se complica el poder rastrear el uso de los recursos, porque, en aras de la transparencia, los ciudadanos no podemos saber lo que significan los comerciales en la cabeza de quiénes hacen el presupuesto.
Así las cosas, la ejecución de una actividad evidente —la propaganda— de una agencia estatal —el Departamento Presidencial—, no se ve respaldada con recursos evidentes, explícitos, claros, transparentes en las cuentas nacionales. ¿Cómo rastrear para saber qué tan austero será el presupuesto de 2016?
Nos dirán que bajaron X o Y cuentas, pero, ¿cómo saber si en realidad bajaron? Podríamos comenzar por incrementar la transparencia.
Es más, una mayor transparencia podría impactar positivamente, no solo las cuentas nacionales, sino lo que busca la excesiva propaganda del Gobierno. Los ciudadanos seguramente mejorarían su percepción hacia un Gobierno que hiciera lo que tiene que hacer, de manera clara. Los ciudadanos valorarían un Gobierno que dejara de gastar los recursos que ellos mismos producen, en tratar de convencerlos sobre avances que ellos no ven que; más grave, que no necesitan.
Seguramente, los ciudadanos reconocerían la gestión de un gobernante si estuviera encaminada a reducir los obstáculos para ellos mismos se labren su destino, según sus prioridades, en lugar de tratarlos como incapaces.
Fuera del desperdicio de recursos, resulta sorprendente que un Gobierno destine tanto esfuerzo, dinero y recurso humano —aunque las cifras exactas nunca las conozcamos— en fortalecer el ego del Presidente de turno. Resulta sorprendente que una buena gestión, en la mente de los gobernantes, solo se refleje en cuánto de nuestro dinero se gastan en obras, proyectos y planes que nunca podremos medir si realmente funcionan.