EnglishUn nuevo arrebato del presidente venezolano, Nicolás Maduro, está generando una crisis fronteriza y humanitaria con Colombia. La semana pasada, se presentó un enfrentamiento entre las fuerzas militares venezolanas y unos supuestos grupos de contrabandistas, supuestamente colombianos. Como resultado de la escaramuza, resultaron heridos tres militares venezolanos.
Lo que era una simple situación de seguridad en el país del socialismo del siglo XXI, se escaló con rapidez. Maduro tomó decisiones crecientemente desproporcionadas: anunció el cierre absoluto de la frontera por 72 horas (hoy ya es indefinido), comenzó a expulsar a los colombianos que viven en la zona, ordenó marcar sus casas con signos externos, inició una política de destrucción de las casas ya desocupadas, les quitaron sus pertenencias a los expulsados, entre otras.
La justificación para los excesos ha sido la que siempre dan los sátrapas venezolanos: todos los problemas de ese país se encuentran en el paramilitarismo colombiano, no en adoptar el socialismo del siglo XXI.
También, como es costumbre, ante la situación, la opinión pública en Colombia se dividió. Algunos consideran que la reacción de Maduro se encuentra en la incapacidad del Gobierno colombiano de perseguir y controlar a los contrabandistas.
Otros, como el alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, y otros representantes de la izquierda populista colombiana, creen que la justificación de Maduro es suficiente para cometer los abusos. Al otro lado del espectro, el insultado expresidente, y hoy senador, Álvaro Uribe Vélez, reaccionó acudiendo a la zona de frontera y criticando la dictadura.
Mientras tanto, el Gobierno colombiano, de manera tardía, toma una sola decisión: emitir un tibio comunicado en el que asume una posición radical, pero en mantener su política de no molestar a las autoridades venezolanas.
En esta coyuntura, al calor de los hechos, se dejan de lado los factores que nos permiten comprender por qué el Gobierno venezolano hace lo que hace. No se trata de si Nicolás Maduro es racional o irracional, si las medidas son improvisadas, si son una cortina de humo para las próximas elecciones o lo que sea. Como ya habíamos señalado hace más de un año en este espacio, las actuaciones del régimen venezolano responden a dos hechos.
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Por un lado, la xenofobia, la persecución, la creación de chivos expiatorios, el desprecio por la propiedad privada y la vida son características típicas de un régimen totalitario. De esta manera, no se puede reducir la discusión a si la causa es coyuntural, o si se debe a las elecciones de diciembre. En tanto el socialismo del siglo XXI siga en el poder en Venezuela, podemos esperar este tipo de decisiones y, seguramente, cada vez más graves.
Este tipo de acciones se agravan cuando estos regímenes se sienten amenazados
Por otro lado, de hecho, este tipo de acciones se agravan cuando estos regímenes se sienten amenazados. Eso es precisamente la situación que atraviesa actualmente el Gobierno venezolano. La grave crisis económica, la pérdida de apoyo en la población, las elecciones que se avecinan son todos factores que permiten esperar que los abusos no solo sigan, sino que tiendan a ser más violentos.
Cuando en Colombia se entienda la naturaleza del totalitarismo venezolano, se podrá profundizar en el debate sobre las decisiones que ese Gobierno toma. Precisamente la falta de comprensión del régimen llevó a que el Gobierno de Juan Manuel Santos, de manera ingenua y equivocada, adoptara una política de complacencia.
Es importante señalar que lo anterior no quiere decir que la culpa de lo que está pasando sea del actual Gobierno colombiano. Al contrario, cualquiera hubiera sido la política bilateral desde Colombia, los dictadores venezolanos hubieran creado crisis para avanzar en la consolidación de su régimen.
No obstante, la actitud complaciente del Gobierno Santos ha permitido, por un lado, que la dictadura, antes de Chávez y ahora de Maduro, se sienta con autorización implícita para adelantar, sin ninguna crítica, sus abusos en contra de los colombianos.
Esta actitud del Gobierno colombiano ha abierto la posibilidad para que muchos colombianos se sientan desprotegidos por su Gobierno y depositen sus expectativas de cambio en opciones que seguramente no son las mejores
Por otra parte, esta actitud ha abierto la posibilidad para que muchos colombianos se sientan desprotegidos por su Gobierno y depositen sus expectativas de cambio en opciones que seguramente no son las mejores.
Este es el último elemento en el que habría que profundizar. Uno puede criticar el comunicado de la Cancillería colombiana por tibio, pero también habría que preguntarse: ¿qué puede hacer el Gobierno ante la situación actual? ¿Romper relaciones? ¿Enviar tropas a la frontera? ¿Insultar a Maduro? ¿Declarar la guerra?
Cualquiera de esta opciones no solucionan el problema. Al contrario, podrían agravarlo. Es más, alguna de esas opciones le daría munición al totalitarismo venezolano para justificar sus abusos.
Lo importante hoy es la crisis humanitaria que se avecina. En eso es lo que se debe concentrar el debate en Colombia. La relación con Venezuela será una causa perdida hasta que el régimen caiga, como siempre caen, aquellos que solo violan la libertad; que desprecian al ser humano.