
EnglishTres empresas colombianas pidieron autorización al Ministerio del Trabajo de Colombia. O no. En respuesta a la declaración –con tono de denuncia– del ministro, Luis Eduardo Garzón, las tres compañías lo desmintieron.
Mientras el tema se convierte en un debate sobre quién está diciendo la verdad, la sola sospecha de que tal situación se presente debería analizarse. Esto sería una demostración más de que el periodo de las vacas gordas terminó. Los precios de las materias primas caen y Estados Unidos está finalizando su absurda política de flexibilización cuantitativa, lo que traerá un peso más devaluado. Como resultado, persistirán las presiones inflacionarias que deberán ser enfrentadas con tasas de interés más altas. Así, aunque no una depresión o una recesión, se puede esperar un frenazo de las tasas de crecimiento a los que nos acostumbramos en los años recientes.
Pero fueron tasas de crecimiento artificiales. No se creó ni acumuló riqueza durante esos años. Todos caímos en la ilusión del crecimiento porque así lo decían las cifras, afectadas por las distorsiones internas y externas (como el dólar o precios de las materias primas).
Una de las expresiones de esa ilusión son las tasas de interés artificialmente bajas. Son artificiales porque no resultan de la interacción entre los agentes del mercado, sino de la decisión de los “expertos” del Banco de la República. Son artificialmente bajas porque, según los datos de este último, las tasas de colocación consolidadas –las tasas efectivas anuales promedio a las que las entidades financieras prestan– tuvieron una caída importante desde 1998. Si se compara el mes de junio de cada año, en 1998 las tasas estaban es un increíble 50,49% (nada rara la depresión del año siguiente que perduró hasta principios de los años 2000). En 2001, las tasas se ubicaron en un 21,54%. Desde 2009, para el mismo mes, las tasas no han superado el 12% y en junio de 2015 se encontraron en 10,98%.
Con unas tasas de adquisición de crédito tan atractivas es muy posible que algunos proyectos que no hubieran sido viables con tasas de interés de mercado, no intervenidas, se hubieran vuelto atractivos. Por ello, muy posiblemente las empresas invirtieron en esos proyectos. Pero la ilusión termina cuando terminan las condiciones que permiten el mantenimiento de esas tasas artificialmente bajas. En consecuencia, las empresas deben culminar esos proyectos o podrían desaparecer. Por eso se genera desempleo.
La riqueza no la crean las ilusiones, ni las cifras ni las distorsiones. La crean los individuos; en particular los empresarios
Pero la observación anterior es obvia; lo que falta por analizarse es lo grave de la noticia mencionada. Las empresas piden autorización al Gobierno para hacer despidos masivos. ¿Cómo es posible que se hable de libre empresa si los empresarios no pueden tomar ese tipo de decisiones?
Lo peor es que ni los empresarios cuestionan esta forma de hacer las cosas. Por eso, lo que buscan es desmentir lo dicho por el ministro pero ni piensan en plantear por qué, en primer lugar, deben solicitar tal autorización.
Los Gobiernos, ni sus burócratas ni sus ministros, pueden conocer las condiciones particulares de las compañías. Por ello, no pueden saber si se justifica o no una situación de despidos masivos. No necesariamente esas decisiones se toman en una situación de crisis –efectiva o inminente– sino que pueden tener en cuenta planes futuros que son decisión de los empresarios y de sus ejecutores, los gerentes. Menos lo puede saber un ministro que, como Garzón, nunca trabajó, sino que se dedicó, primero, a liderar sindicatos; y luego, a vivir del Estado.
[adrotate group=”7″]Pero en el fondo de este tipo de regulaciones se encuentran dos ideas casi nunca cuestionadas, pero completamente equivocadas. La primera es que hay una contradicción natural (así, con lenguaje marxista) entre los empresarios y los trabajadores. Por ello, supuestamente, el gobierno debe proteger a los segundos. Pero esto implicaría que las empresas despiden por razones no económicas, sino por un determinismo metafísico (así, como piensan los marxistas). Los empresarios despiden exclusivamente para “hacerle el daño” a los empleados, sin importar el impacto en su negocio. ¿Alguien puede creer semejante tontería?
No se piensa que la supuesta protección por parte del Gobierno lo que genera son incentivos para que los empresarios se resistan a crear más empleos –y, por lo tanto, a crecer– porque luego no pueden despedir, por ejemplo, cuando la situación cambie o cuando se encuentren en crisis.
La segunda consiste en creer que la riqueza creada, y por extensión, las empresas, son de todos, y no de los empresarios. Pero eso es falso. No existe algo como una propiedad colectiva que se extienda a los límites de la sociedad. Las empresas no son de “los colombianos”. Las empresas contribuyen a la sociedad solo por existir, pero la propiedad es de sus creadores.
Luego nos preguntamos por qué la prosperidad solo es artificial. No se puede crear riqueza cuando hasta para despedir empleados se requiere del permiso de funcionarios. La riqueza no la crean las ilusiones, ni las cifras ni las distorsiones, como estamos viendo hoy. La riqueza la crean los individuos; en particular, los empresarios.