La política puede ser la vía para crear sociedades libres. No obstante, las ideas son más importantes. Las creencias compartidas tienen implicaciones en las decisiones y acciones, tanto individuales como colectivas.
Las ideas pueden ser una condición necesaria para el cambio político por varias razones. Primero, según cuáles sean las ideas compartidas socialmente, las mayorías determinan quién es el mejor candidato para representarlas; un candidato contrario a esas ideas no tiene posibilidades.
Segundo, los candidatos pueden no incluir en sus propuestas reformas que sean contrarias a las ideas compartidas, porque ni las tienen en cuenta, por mero cálculo político o porque creen, como los demás, que esas reformas son indeseables.
Tercero, porque en caso de adelantar esas reformas, pueden quedarse en el papel sin aplicación real. El mejor ejemplo de esto último podría ser la (falsa) liberalización de los años 1990 en América Latina.
En sociedades en las que las ideas de la libertad son rechazadas se configuran políticas y prácticas sociales (esto es, instituciones) que impiden cualquier iniciativa privada o que la permiten de manera superficial. En este último caso, se obtienen las ventajas mínimas de una sociedad libre (utilitarismo) o se respetan ciertos derechos mínimos por cuestiones morales.
Colombia está en esta categoría: la libertad en muy pocas ocasiones ha sido el principio rector de la sociedad colombiana. Pero tampoco se ha eliminado del todo. No obstante, el equilibrio es frágil y puede haber evidencia que se esté rompiendo en desmedro de la libertad. A continuación, dos ejemplos.
La semana pasada visitaron el país tres economistas abiertamente anti-liberales: Thomas Piketty, Joseph Stiglitz y Ha-Joon Chang. Vinieron a presentar sus tesis, respetables, aunque equivocadas.
Las posturas de Piketty han sido fuertemente controvertidas acá, acá, acá, acá, acá, acá, acá, acá, y acá, por solo citar algunos ejemplos.
Sin embargo, en Colombia los invitaron para hacer pasar sus posiciones —por más respetables y académicas que sean— como verdades absolutas. No hubo debate. Siguen sacando los medios, académicos y políticos, “lecciones” de lo que ellos dijeron.
Cómo osar cuestionar lo que vienen a decir si desde hace mucho se dan como irrefutables tres ideas que requerirían, por lo menos, demostración. Primero, que la desigualdad es un problema. Segundo, que ésta ha empeorado. Tercero, que la razón de su existencia —y de su agravamiento— es el capitalismo.
Traen personajes que dicen lo que las mayorías quieren escuchar y lo disfrazan de verdad porque los invitados han vendido muchos libros
No se tiene en cuenta que la desigualdad es natural, por lo que no se puede evitar; que si ha empeorado o no depende de la medición que se establezca, y esa medición es prácticamente imposible; que el capitalismo ha beneficiado en inmensa medida el desarrollo mundial, incluso de los que no son capitalistas; que se debe distinguir entre la desigualdad generada por el sistema económico capitalista y la generada por los privilegios asignados por el Estado y el capitalismo de amigotes; que lo importante es reducir la pobreza, fenómeno diferente a la desigualdad.
Pero no. Traen personajes que dicen lo que las mayorías quieren escuchar y lo disfrazan de verdad porque los invitados han vendido muchos libros. Por esa vía, Stephen King o Paulo Coelho serían los hombres más inteligentes del mundo, poseedores de toda verdad.
Como las ideas-Piketty/Coelho son mayoritarias, permean hasta las creencias de los estudiantes. Hace días tuve un debate con estudiantes de último semestre de administración de empresas y me sorprendió su visión sobre las empresas y su papel en la sociedad.
Según ellos, las empresas no generan ningún bienestar a menos que inviertan en “responsabilidad social empresarial”. Consideran que el Estado es el único capaz de mejorar la situación de los trabajadores. Los empresarios no lo hacen debido al “afán de lucro”. Por el lucro dañan el medio ambiente y maltratan a los trabajadores.
[adrotate group=”7″]Por lo anterior, son mejores moralmente las organizaciones no gubernamentales, que no tienen afán de lucro. Ellas sí se preocupan por los “verdaderos” problemas y, además, sus miembros no tienen pretensión de enriquecerse.
Piensan los próximos administradores que para manejar una empresa es mejor aplicar una lógica “social” y no una “económica”.
Ante semejantes posiciones, el debate no es posible. Cualquier interpelación es recibida con la misma pasión con la que se defienden las creencias religiosas.
Pero cómo exigirles debatir si, a su alrededor, ven cómo las ideas mayoritarias son las únicas escuchadas y no cuestionadas. Se trae a Piketty, Stiglitz y Chang, no para cuestionar, sino para consolidar prejuicios. Se preparan los futuros gerentes y/o empresarios para creer que su labor es inferior moralmente y dañina socialmente.
El cambio comienza por las ideas. Pero es urgente comenzar.