Es natural la tendencia del ser humano a categorizar, a clasificar en grupos algunos elementos que se nos hacen semejantes con el fin de comprender y simplificar procesos de pensamiento. Esto también se hace con los seres humanos pero, en este caso, la tendencia debe tener un límite, ético si se quiere, que responda al reconocimiento del individuo.
Sin este límite, aplicada a los demás seres humanos, la categorización genera por lo menos tres fenómenos. Primero, se simplifica la naturaleza humana que es multidimensional. Se deja de ser un ser humano por ser negro, blanco, indígena, comunista, “neoliberal”, mujer, musulmán, judío e inclusive homosexual.
Segundo, se hacen procesos de “desindividualización”. No es que tal persona negra sea tal cosa o tal otra sino que los “negros” se comportan de X o Y manera, así como los blancos, indígenas, comunistas, “neoliberales”, mujeres, musulmanes, homosexuales o judíos.
Tercero, como resultado de lo anterior, fácilmente se llega al fenómeno más grave: a la deshumanización. La persona homosexual, por ejemplo, al haber sido simplificada, es definida sólo por amar o sentir atracción por personas de su mismo sexo. Como esto puede ser rechazado debido a creencias religiosas, culturales o políticas, estos individuos se convierten de manera muy sencilla en “pecadores”, o como ha sucedido en la antesala de las peores atrocidades en la historia, en “cucarachas”, “insectos”, “culebras”, “amenazas”, o “conspiradores”.
Así es fácil exterminarlos, a ellos, o a cualquiera de los individuos señalados como parte de cualquiera de las otras categorías.
Esto, lamentablemente, no sólo es un proceso facilitado por los victimarios, sino la mayoría de las veces, como lo mostró Hannah Arendt para el caso de los judíos, por las mismas víctimas.
Al prosperar la visión de grupos, también resulta natural la tendencia colectivista. Ahora es a los Estados a los que se les exige reconocer la existencia de grupos, no de individuos, y de favorecerlos o de afectarlos de manera colectiva.
La discusión se convirtió en una lucha por el poder y, por lo tanto, en un juego de suma cero. Si se aprueban los matrimonios de parejas del mismo sexo (es decir, si al Estado le da la gana reconocer los derechos que las personas tienen por ser personas), aquellos que rechazan los comportamientos homosexuales, consideran que están siendo amenazados.
Y cuando, como resultado de la supremacía de la agrupación resulta en lo que debe resultar, matanzas, violencia contra grupos específicos, aniquilación o lo que sea, la respuesta es, generalmente, exigirle al Estado que nos quite más derechos: a grupos específicos o de manera general.
No sorprende, entonces, que después de una matanza tan salvaje como la acontecida en una discoteca en la ciudad de Orlando, Estados Unidos, la discusión se haya dado desde el punto de vista de categorías: musulmanes contra homosexuales. Y su solución, para muchos, sea sólo una: la mayor regulación de las armas.
Los homosexuales son considerados pervertidos o pecadores por muchos y así justifican que sean asesinados o perseguidos en muchos países del mundo. Olvidan que, además de homosexuales, son muchas cosas más: trabajadores, soñadores, buena gente, mala gente, envidiosos, generosos o lo que sea. Olvidan que son individuos.
Los musulmanes son considerados terroristas, locos y, así, facilito, justifican su persecución, su estigmatización e incluso, como ya se está planteando, su rechazo en diferentes partes del mundo. Olvidan que los musulmanes, también, más que practicantes de una religión, son individuos. Son diferentes entre sí y que las versiones extremistas no son sino la instrumentalización con fines políticos de la agrupación en categorías “enemigas”.
Las armas se consideran como las causantes de las matanzas. Así, facilito, se diluye la responsabilidad: la culpa es de la “sociedad” y no del asesino.
Se exige que el Estado les quite la posibilidad a los individuos de tener armas: que sólo las tengan los mismos policías y militares que asesinan y torturan, por ejemplo, tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo. Que sean comandados por algunas de las versiones estatistas que, al parecer, llegarán al poder en ese país. Que sólo tengan armas los policías que fueron incapaces de evitar que sucediera lo que sucedió en Orlando.
Utilizamos categorías pero estamos olvidando, de manera muy peligrosa, que en el caso de los seres humanos, existen muchas dimensiones que no pueden ignorarse. Por esto mismo, pensar que la solución a los problemas actuales es un mayor control por parte del Estado, no sólo es inútil sino que, además, profundiza los problemas y, además, no es ético.
Las matanzas de los meses recientes en casi todas las regiones del mundo deberían llevarnos a reconocer al individuo, no a ignorarlo. Hacerlo nos está costando mucho.