Al abordar ciertos temas, cargados de pasiones, es necesario comenzar haciendo aclaraciones. Esto es importante porque, de no hacerlo, lo que se busca transmitir se ignora y lo único que trasciende es lo que cada bando quiere entender según sus pasiones.
La primera aclaración: lo que diré no es para defender a Donald Trump. Tengo una visión negativa de este personaje. No me gusta. Hasta sus gestos me molestan.
Pero lo que menos importa es mi percepción sobre su personalidad. También tengo que decir que me parece, no solo que será un mal presidente, sino que es una amenaza a la tradición de libertad – que viene en una tendencia descendente desde hace décadas.
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Mal presidente porque muchas de sus decisiones, equivocaciones, improvisaciones y reacciones parten de supuestos equivocados. Ahí está el caso de culpar al resto del mundo de los empleos perdidos en Estados Unidos.
Una amenaza a la libertad porque la mayoría de sus visiones harán que el gobierno federal adquiera más funciones y, en consecuencia, éste tendrá un crecimiento exponencial. Además, porque esto restringirá necesariamente muchas de las libertades individuales y económicas que hoy aún persisten. Como si fuera poco, su forma de entender la política y el funcionamiento del Estado llevará a que se incrementen los problemas de corrupción, nepotismo, corporativismo, privilegios y demás fenómenos indeseables, propios de gobiernos no desarrollados.
Pienso que Trump será un desastre. Así, como a él le gusta decir de los demás.
La segunda aclaración es que no defiendo una posición negacionista del cambio climático ni tampoco soy un temeroso de la hecatombe ambiental. Creo que es una posición tonta tanto lo uno como lo otro. En ambos casos, a menos que usted sea un estudioso del tema, la posición no puede basarse sino en percepciones de oídas. En lo que usted quiera creer. En pasión.
Prefiero la posición de alguien como Nassim Nicholas Taleb quien, con humildad ante su desconocimiento del tema, lo aborda desde un punto de vista del riesgo. No sabemos si es tan grave el fenómeno como lo pintan. Pero lo que sí sabemos es que lo que estamos arriesgando es mucho: el planeta. En consecuencia, es mejor adoptar una posición prudente y anticiparse ante un eventual desastre.
Ahora bien, ¿qué significa exactamente anticiparse? Eso no lo contesta claramente Taleb pero un buen punto de partida puede ser la evaluación de las hasta ahora consideradas mejores herramientas para hacerlo: los acuerdos internacionales.
La semana pasada, Donald Trump anunció el retiro de Estados Unidos del acuerdo de París. Indignación y rechazo han sido la respuesta. No importa si el retiro es inmediato o si significará el fin del acuerdo y su fracaso.
De hecho, estas reacciones deberían ser resultado de antes haber reflexionado sobre, por lo menos, dos aspectos. ¿Es realmente el acuerdo la única forma de abordar el problema? ¿Es la mejor forma? Es claro que, para las dos cuestiones, la respuesta no es clara. Pueden existir muchas otras formas de atacar el problema y, además, éstas pueden ser muchos más efectivas.
De hecho, la respuesta depende de dos elementos que aún no se han demostrado. De un lado, la relación entre el acuerdo y la solución del problema. Si el acuerdo no necesariamente frenará el problema no puede ser considerado como la mejor forma de abordarlo. Muchos menos, la única. Del otro, la creencia según la cual son los gobernantes los que tienen mejores posibilidades de hacer algo por solucionar el asunto. Es indiscutible que Trump es un ejemplo al contrario: los gobernantes no son ni la mejor ni la única forma de resolver los posibles problemas relacionados con el cambio climático.
¿Por qué la indignación? Debemos reconocer que la preocupación por el tema ambiental parece ser secundario. Revisando los comentarios que se hicieron ante el anuncio del – nefasto y desagradable – Trump parece ser que lo que preocupa son dos cosas. Primero, que Estados Unidos está perdiendo poder. Esto podría ser cierto y hasta triste para algunos pero en ningún caso tiene relación directa con lo que debería ser importante en este caso particular: la situación del clima en el mundo.
El segundo aspecto que se hace evidente ante las preocupaciones es que Estados Unidos ya no aportará recursos (algo que, además, no es del todo claro) al fondo para adaptación al cambio climático. Es decir: ¿la preocupación se reduce al dinero? Esa sí que es la demostración de una insensible frivolidad.
Mientras hay tanta indignación por los activistas del planeta y los gobernantes políticamente correctos, miles de empresas invierten en tecnología no contaminante y millones de personas más deciden actuar, alterando sus comportamientos, para volverlos más responsables con el medio ambiente.
De hecho, ante el anuncio de Trump, empresas, organizaciones y hasta gobiernos locales en Estados Unidos han afirmado que seguirán adelantando esfuerzos para contribuir con la mitigación del cambio climático.
Las cosas pueden funcionar – incluso mejor – sin necesidad de los gobernantes de turno, sus intereses personales, su ambición por el poder y las presiones de las que son objeto.
Por otro lado, la indignación por indignación, la rasgadura de vestiduras y la culpa a Trump por lo que pueda pasar con el cambio climático no es una forma de actuar frente al cambio climático. Al contrario, es irresponsable y facilista.