La semana pasada se anunció que en el presupuesto de Colombia para 2018 se reducirá lo destinado al deporte.
En pocas horas, las redes sociales y los medios de comunicación tradicionales estaban plagados de mensajes de indignación y reproche ante semejante decisión del gobierno. No me encontré con ninguna que apoyara la decisión. Algo que sorprende: desde hace ya tiempo sabemos el deterioro de los indicadores económicos y que una de las fuentes de ese deterioro es, sin lugar a dudas, el impacto del incremento sostenido del gasto público y, como una de sus manifestaciones, de la deuda externa.
En consecuencia, uno esperaría que cualquier noticia de reducción del gasto generara un apoyo masivo. Pero no. Parece ser, más bien, que aparentamos estar de acuerdo en la necesidad de ser más austeros pero que, cuando se intenta, nos arrepentimos. Es más, uno esperaría que la gente se sorprendiera, se indignara, al saber que el Estado está metido en tanta cosa que hasta el deporte tiene un rubro específico.
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Lo más grave no es la falta de disposición real por permitir que, así sea tímidamente, el Estado sea limitado, sino los engaños mentales que se hacen para argumentar esa posición. A continuación algunos de ellos.
- La eterna discusión de qué es lo más importante.
Algunos estaban indignados por la reducción al rubro de deporte debido a que en tiempos recientes éste le ha dado varios triunfos al país. Muchos afirmaban que el deporte es esencial para la paz, la cohesión social y hasta el desarrollo.
Otros, en respuesta, consideraron que la reducción al rubro de ciencia es algo más preocupante. ¿No es acaso la innovación y la investigación una de las fuentes de desarrollo? Además, es “mejor” ser científico que deportista.
Como es evidente, ninguna de las posiciones tiene la razón. Ni el deporte es prioritario ni lo es la ciencia cuando de desarrollo, paz y demás objetivos sociales se trata. El punto está en dos elementos: primero, que vía gasto público se genera una dependencia tal que los sectores en lugar de ser complementarios y de cumplir cada uno con su función, se convierten en cazadores de recursos. Y ello lleva a la rivalidad, al juego de suma cero. Segundo, esto hace que se busquen recetas específicas, uni-causadas, para fenómenos tan complejos.
- La falacia emocional.
¡Cómo es de indolente el gobierno con los pobres deportistas! ¡Tantas alegrías que nos dan! ¿No se merecen una retribución por tanto trabajo y tanto sacrificio?
Claro que sí. El punto es quién es el responsable de tal retribución. Los deportistas nos dan alegría porque es muy difícil que acabemos con esas pasiones primarias, gregarias, producto de las cuales necesitamos ser parte de un colectivo. Como resultado, nos apropiamos de victorias ajenas y nos molestamos por sus derrotas. Ante esto no hay nada qué hacer.
Pero de allí a plantear que, por ello, los deportistas merezcan un tratamiento diferente al del resto de ciudadanos, la cosa deja de ser tan comprensible. Ya creemos que los militares son héroes, que los políticos son altruistas. Ahora, que a los deportistas hay que agradecerles. Si seguimos así, todas y cada una de las actividades a las que cualquier ciudadano se dedique tendrán que recibir un agradecimiento especial, materializado en un supuesto derecho a gozar de rentas de los recursos colectivos. ¡Todos viviendo a costa de todos!
- La falacia blanco/negro
¡Si reducen los recursos nos quedaremos sin victorias y sin deportistas! Esto es asumir dos cosas: primero, que es vía gasto público la única manera de promover el deporte y de financiar los entrenamientos y demás necesidades de los deportistas. Segundo, que el gasto pasado generó los resultados positivos de hoy.
¿No pueden las empresas privadas asumir parte de ese gasto? De hecho, ¿no lo hacen ya? Porque acá parece que hay, como no es raro, falta de información: las empresas privadas patrocinan a los deportistas y, al parecer, los recursos del presupuesto van a financiar tanto la burocracia como la construcción de espacios deportivos (muchos de ellos, perdidos en el pozo de la corrupción).
Lo segundo es, además, caer en la falacia de causa falsa. Puede que haya correlación entre incremento del gasto en deportes y unos mejores resultados pero nadie ha demostrado causalidad. Y esa hay que demostrarla. No es suficiente con intuirla o desearla.
- La falacia del espantapájaros (strawman).
En alguna parte, se esgrimió una crítica basada no solo en falacias sino en puras especulaciones. Una reconocida política afirmó que de no ser por la corrupción o por los salarios de los congresistas, el gasto en deporte se podría mantener.
Acá se representa falsamente la discusión para hacer más fácil de atacar la reducción en el gasto. Es cierto: si no hubiera corrupción, seguramente se podría gastar en otras cosas. Pero eso no es igual a decir que en el momento en el que se reduzca la corrupción, gastaremos más en deporte. Eso depende de las prioridades del momento y de otras variables. El mismo ejercicio podría hacerse con el tema de los salarios.
Es más. Lo que uno esperaría es que si se reducen los salarios de los congresistas y la corrupción, los ciudadanos tuviésemos una carga menor vía impuestos y no que se mantuviera el gasto. Ese es el peligro siempre: cuando los políticos ven recursos sobrantes, nunca piensan en devolverlos a la gente, sino en cómo gastarlos.
- El problema de la transparencia.
¿En realidad se redujo el presupuesto? El gobierno nacional afirma que no es así. De un lado, los recursos al deporte no han hecho sino crecer durante los últimos 8 años. Del otro, la reducción de 2016 a 2017 se debe, supuestamente, a que este año se hicieron inversiones en infraestructura que en 2018 no se tendrán que hacer. Así, los otros recursos se mantendrán.
Frente a esto, es poco lo que podemos decir, en particular, por la falta de transparencia tanto en la proyección como en la ejecución del gasto.
Mientras todos estos errores de lógica se plantean, seguramente vendrán más indignaciones (por la reducción en salud, en educación, en jóvenes, en zonas rurales, etc.) y, al final, el gobierno seguirá gastando lo mismo – o más – y los colombianos que no reciben ninguna ayuda ni pertenecen a ninguno de esos grupos prioritarios seguirán viendo cómo trabajan para darle su dinero el Estado. Pero eso sí, seguirán creyendo en héroes que no existen y justificarán que con sus recursos esos grupos de héroes sean privilegiados.