Una de las preocupaciones de los interlocutores cuando uno defiende la no intervención del Estado en la economía consiste en cuestionar qué pasaría con el “poder” de las empresas ya establecidas y, a su vez, con los nacientes competidores sin tal intervención. Todo se reduce a que se cree que la intervención del Estado se da, supuestamente, para ayudar a los más “débiles” para que puedan competir con los más “fuertes”.
Aunque la preocupación es válida, está construida sobre varias confusiones, algunas verdades a medias y muchas mentiras.
Una de las confusiones consiste en la razón por la cual una empresa es “fuerte” o tiene “poder”. Como señaló, en sus diversos escritos, Ludwig von Mises, una empresa está subordinada a las preferencias de los consumidores. Estos usan sus votos (es decir, su dinero) para elegir la opción que mejor satisface sus deseos o necesidad y a mejor precio (o según las mejores condiciones que, en un momento dado, y según sus condiciones, valore más el consumidor). Así, una empresa exitosa es las que más “votos” recauda en el mercado.
Pero este proceso no es comprendido las mayoría de las veces. Se considera que las empresas son exitosas, según el grado de contactos que tengan sus dueños con el poder político. Acá una primera verdad a medias: pueden existir casos en los que esto suceda. Eso es lo que llamamos capitalismo de amigotes (crony capitalism). En este, el éxito empresarial depende de los privilegios y concesiones otorgados estatalmente.
No obstante, esta media verdad plantea un fuerte desafío al argumento que defiende la intervención estatal. Si el problema del “poder” empresarial es un resultado de la acción estatal, no es claro cómo esa misma acción pueda reducirlo.
Como resultado de esa primera confusión, se llega a aceptar, como válida, una premisa que es, a todas luces, falsa. Esta consiste en creer que una empresa exitosa va a serlo por siempre de manera inercial. Pareciera que se considera que los consumidores no tienen ningún poder de decisión: compren o no compren, la empresa que una vez fue exitosa, lo será por siempre.
Pero esto es completamente falso. La actividad empresarial consistente en la apuesta constante que hacen los empresarios para anticiparse a los cambios en las preferencias de los consumidores, nunca cesa. Como una anticipación correcta es la fuente del éxito en un periodo dado, también una equivocada se convertirá en pérdidas en otro. En el mercado, no en el capitalismo de amigotes, nada está garantizado, fuera de la apuesta constante y la eterna incertidumbre.
En la observación que hacen algunos individuos, defensores del argumento prointervención, existen dos evidencias que los llevan a aferrarse a su idea. De un lado, puede ser cierto que muchas empresas solo han crecido desde hace décadas y hoy tienen presencia en diversos países. Esto los lleva a pensar que están presenciando algún tipo de inercia del capital. Sin embargo, esa misma observación ratifica la posición contraria: esas empresas tienen éxito constante porque satisfacen constantemente las preferencias de las mayorías.
Del otro, algunos citarán los casos de las empresas que crecen y se mantienen al amparo de las protecciones estatales y de los contratos con el sector estatal. Pero esto, una vez más, se basa en una confusión entre la acción empresarial en un mercado libre y en uno con intervención estatal. Lejos de un argumento en favor de esta última, es un fuerte desafío.
Si se comprende la actividad empresarial y uno de sus posibles resultados, el éxito, en su verdadera dimensión, se hace evidente la ambigüedad, vacuidad y/o inutilidad de conceptos como “poder” empresarial, empresas “fuertes” o “débiles”. Las empresas ni tienen poder ni son fuertes o débiles. Simplemente, sus dueños y dirigentes se anticipan correcta o incorrectamente a los cambios en el mercado.
En otro caso, no estamos hablando de poder, debilidad o fortaleza, sino de la dependencia de algunas unidades empresariales del papel del Estado para sobrevivir y prosperar. Es decir, intervención en su máxima expresión.
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Precisamente lo que acabo de mencionar se hace evidente en los desarrollos que podemos observar constantemente en el mercado. Los sectores en los que se ha justificado la intervención del Estado son aquéllos que tienden a mantener unas empresas que no están interesadas en los procesos de mercado, sino en financiar campañas políticas o en hacer labores de cabildeo. De lo contrario, la preocupación está en anticiparse correctamente al mercado. Algunas son incapaces de hacerlo y perecen en el proceso, sin importar su pasado.
Justificar la intervención no solo es impedir el cambio y la innovación, sino perpetuar el éxito de algunos a costa del de los demás. Para garantizar oportunidades para todos, solo hay una opción: el mercado. Lo demás es retórica.