Es común que los críticos de un mercado libre utilicen, como evidencia de su postura, los desastres, abusos y errores que han cometido diversos agentes no estatales. Nos hablan de desfalcos, robos masivos, y engaños a consumidores.
Esta evidencia no solo muestra que quiénes la utilizan creen en una imposible acción milagrosa —omnipotente y omnisapiente— del Estado, sino que, por arte de magia, borran más de la mitad de la película.
Un nuevo ejemplo será usado, a propósito del escándalo de la red social Facebook. Hace algunos días se descubrió que los datos de millones de usuarios de ésta fueron filtrados a una empresa de estrategia política. Lo grave es que, al parecer, Facebook sabía de esa filtración. Incluso, pudo haberla vendido.
Ya me imagino los argumentos: “¿Sí ve? Si el Estado tuviera mayor injerencia, esto no estaría sucediendo.” “Esto demuestra que debe haber un mayor control a ese tipo de empresas, todopoderosas”. “¿No que el mercado es superior al Estado? Mire lo que pasa cuando hay tanta libertad”. En fin…
Sin embargo, estos futuros argumentos abordan superficialmente lo que muestra la evidencia. Para comenzar, no puede ser más falso que esto no sucedería si el Estado pudiera controlar a esta empresa o a cualquier otra. Todos nos enteramos con la publicación del video escondido de un periodista británico.
Ningún funcionario de ningún Estado, a pesar de la genialidad, inteligencia absoluta y superior, y afán altruista que parecen atribuirles los entusiastas de la acción estatal, anticipó lo que estaba sucediendo. Pero tranquilos los defensores del Estado: esto no se debe a la maldad de esos funcionarios, sino a que son seres humanos… como cualquier otro.
Las prácticas oportunistas, la asimetría en la información, la falta de transparencia, el engaño y la trampa no resultan de la falta de supervisión estatal, sino que son reflejo de la complejidad en la interacción humana y, así no nos guste, en el proceso de prueba-error en la construcción de organizaciones sociales.
De igual manera, si aceptáramos que el Estado controlase para evitar ese tipo de acciones, no es automático que sí lo haría. Entre más control tengan los funcionarios es más fácil que se abran mecanismos de corrupción o de amiguismos entre los supervisadores y los supervisados.
Pero, como señalé antes, el entusiasmo estatista ignora lo realmente importante del cuento.
Luego de conocerse la noticia, por lo menos tres hechos se sucedieron. Primero, Estados Unidos y Reino Unido abrieron investigaciones en contra de Facebook. Segundo, la empresa sufrió grandes pérdidas en bolsa. Tercero, los usuarios iniciaron una campaña para borrar la aplicación de Facebook.
Esto nos muestra que es falso que las empresas sean todopoderosas, por más ricas y grandes. De un lado, una empresa que hasta hace poco valía más de 500 mil millones de dólares no pudo hacer nada para frenar el escándalo y sus pérdidas en reputación e, incluso, posiblemente, en multas y otro tipo de sanciones. Del otro, la empresa está a merced de sus usuarios quiénes, a su vez, dirigen a los inversionistas.
Así, el supuesto poder queda en manos de otros. Más si la empresa es grande y rica.
Pero, además, las reacciones muestran la efectividad de los diversos mecanismos de corrección. Los Estados hacen lo posible: inician investigaciones. Seguro, esas investigaciones se tomarán meses sino es que años. Mientras tanto, el mercado ya, justa o injustamente, está sancionando a la empresa. Fue en cuestión de horas.
Como si fuera poco, no sabemos en el transcurso de las investigaciones, debido a la riqueza de los dueños de la empresa, a cuántos funcionarios comprarán, sobornarán y así retrasarán o imposibilitarán la finalización del proceso. No obstante, ni a los usuarios ni a los inversionistas se los puede sobornar ni comprar. Estas personas son implacables en sus juicios.
De igual manera, está la “emocionalidad” con la que se trata el asunto. Durante el proceso, el Estado tendrá que sopesar qué tanto afecta la multa a la empresa, cuál es la mejor sanción y demás consideraciones para no afectar de manera grave a la sociedad. La idea del “too big to fail” (muy grande para caer) es, tal vez, el paradigma de esta idea. Desde la perspectiva del Estado, se repara en el impacto que la caída de una gran empresa tiene para el crecimiento económico, para los empleados y demás.
Del lado de los usuarios e inversionistas, estas consideraciones son irrelevantes. La gente deja de invertir en —o de usar— una aplicación (cualquier producto o servicio) si ya no le sirve igual que antes. Dentro de esa utilidad, debido a los cambios en las preferencias y en las lógicas del mercado, ya el precio no es lo único que se tiene en cuenta, sino cosas como el respeto a la privacidad y el mantenimiento de la información, por ejemplo.
Los inversionistas y usuarios saben que, si esta empresa se quiebra, vendrá otra, seguramente mejor.
Así las cosas, es cierto que en el mercado puede haber excesos, abusos, errores, fraudes. Lo que sea. Pero la parte de la película que se pierden los que se apresuran a depositar su confianza en que eso se soluciona con la acción benigna del Estado es que es el mismo mercado, en sus mismas prácticas, el que más rápido y más efectivamente corrige esos excesos, abusos, errores, fraudes y demás.