En mi pasada columna, propuse que asumiéramos que los resultados de la encuesta entre universitarios sí refleja una diferencia entre el nivel de educación y las preferencias políticas de izquierda.
Si esto fuera así, ¿qué podría decirse de este resultado?
Algunos podrían asumir que esto refleja la importancia de la educación y cómo entre más se accede a ella, los individuos tienden a apoyar opciones “progresistas”, más preocupadas por la igualdad y el bienestar de todos, que sus contrarias.
Pero esta conclusión también es muy apresurada. En los resultados de la encuesta acá debatida se observa rápidamente que la opción de izquierda radical, encarnada por Gustavo Petro, es la preferida por los estudiantes de universidades estatales; no por los de privadas. ¿Esto quiere decir que los de las primeras son más educados, saben más, o más inteligentes que los segundos? ¿O serán otras las razones de esta diferencia?
En el mismo sentido, ¿no podría pensarse que predomina en los resultados en “efecto edad” y no un “efecto educación”? Es ampliamente compartida la idea según la cual las ideas de izquierda, más radicales, pueden encontrarse en personas más jóvenes.
No obstante tantas preguntas, en la presentación de los resultados se ha asumido que la educación hace que se prefieran mejores candidatos. Al fin y al cabo, esa la visión republicana de la democracia: supuestamente ésta funciona mejor entre más educados sean los ciudadanos.
Sin embargo, asumir esto es asumir también, ya sea que quiénes contestaron la encuesta, conocen los programas de los candidatos y que, algo más importante, han reflexionado sobre las implicaciones de las propuestas. Sobre lo primero no tenemos ninguna prueba: ¿en realidad los estudiantes, por ser universitarios, tienden a leer de manera más detallada y comparativa las propuestas de gobierno de los candidatos? ¿No tienen ellos preferencias ya establecidas?
Del lado de los segundo, la cosa es mucho más compleja. Puede ser que un candidato no proponga que, en caso de ser elegido, todos seremos millonarios, saludables, felices y nos amaremos unos a otros. La propuesta puede ser muy atractiva, pero, ¿es viable? ¿Es deseable? ¿Cómo se puede alcanzar?
Si asumimos que los más educados prefieren opciones de izquierda, radical y populista, puede ser una señal de preocupación, de alarma, sobre lo que está promoviendo la educación porque ante una aproximación así sea superficial a cualquiera de las tres preguntas planteadas, las propuestas maximalistas de igualdad material, de redistribución del ingreso, de centralización de las decisiones económicas plantean más dudas que esperanzas.
En consecuencia, si la educación lleva a que las personas prefieran ese tipo de opciones puede reflejar que los más educados tienden a caer en varios problemas: una visión autoritaria del poder, una valoración irresponsable del corto frente al largo plazo, una creencia que los intereses generales son iguales a los de algunos grupos sociales.
Alguna vez conversando con una persona que no tuvo la oportunidad de asistir a la universidad y con pocos años de educación básica, me explicó que, si bien, lo que le ofrecía la izquierda populista de Petro podría ser bueno para él y su familia por algún tiempo, a la larga esto podría ser peor: ¿qué pasaría con los dueños de la empresa que le pagan el sueldo? ¿Quién tendría que pagar por todo lo que “el Estado” le iba a dar? ¿No tendría que resignarse a lo mínimo siendo que él trabaja por mejorar su situación presente?
No sé pero para mí semejante reflexión es responsable, de largo plazo, interesada por el bienestar de todos, viable…
Sorprendería, entonces, que no sean los más educados los que hagan ese tipo de análisis. ¿Será que tenemos una educación llena de conocimiento inútil, como lo definió Jean-François Revel?
Esta podría ser parte de la brecha entre los educados y el resto. Más, si se tiene en cuenta que el solo hecho de plantearla implica una demostración de arrogancia. Pareciera ser que los más educados, solo por serlo tienen la razón. Conocen la verdad.
Esto sería una fracaso absoluto de la educación: entre más se conoce, entre más se aprende, más humildad tendría que tenerse, más cuidado con lo que se asume como verdad, más valoración de lo que no sabemos formalmente, más atención al conocimiento que puede estar en cada uno de los semejantes.
La educación no es – ¿solo? – aprender términos que nos distingan de los demás ni adquirir técnicas con las que otros no están familiarizados. La educación no tendría que crear un “sector privilegiado”. La educación tendría que, en el marco de la humildad y el reconocimiento de la falibilidad, permitirnos analizar situaciones complejas y buscar, siempre, respuestas intermedias, incrementales. Más si éstas serán tomadas de manera colectiva por la regla de la mayoría.
Tal vez por el afán de controlar nuestro entorno, de comprenderlo y manipularlo a nuestro beneficio, se perdió la aceptación de que nunca podremos controlarlo todo, ni saberlo todo, ni anticiparlo todo. Tal vez consideramos que, como el estado de nuestro conocimiento y de nuestras técnicas ha avanzado en la historia, ya lo sabemos todo: pero esa es una equivocación, que solo lleva a la jerarquización, a la pérdida de innovación y a la tiranía de los educados, ante una de cuyas expresiones nos alertó William Easterly.
¿Los más educados quieren una opción de izquierda en Colombia? Eso no habla mal del “resto” de la población, sino de los más educados que, tal vez, ni tan educados estarán.