Se está hablando de una profunda crisis de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), uno de los más recientes intentos –entre muchos, todos fracasados– de integración en América Latina. Comienzan los lamentos y los llamados al rescate.
Nos dicen que es importante mantener esta organización porque así se mantiene el espacio de integración y de encuentro de todos los países suramericanos. Lo primero es falso: no se ha avanzado, gracias a la Unasur, en la reducción de las fronteras nacionales entre los países de la región.
Las trabas comerciales, de inversión y demás se mantienen de manera general o solo han cedido entre algunos países, como resultado de procesos paralelos de acuerdos comerciales. Sobre lo segundo, no es necesario contar con una organización regional (más muchas otras) para tener esos espacios de encuentro.
De igual manera, nos dicen que la organización fue importante en ciertas situaciones de crisis en algunos países. Por algunos países, se refieren a Venezuela. Por importante, se refieren a que la organización sirvió de apoyo internacional a la consolidación – y consecuente endurecimiento – de la dictadura venezolana.
De igual manera, la CELAC, otro espacio de supuesta concertación regional, le ha servido al régimen cubano para darse una vitrina internacional. Mientras la organización ha existido, no se ha fortalecido la democracia en la región. Si bien, esto no es causado por la acción de la Unasur, sí sucedió con su complicidad.
Como si fuera poco, nos quieren hacer creer que, como en el marco de la Unasur, se han dado avances hacia una mayor movilidad entre fronteras, esto justifica la existencia de esta organización. Sin embargo, esto puede ser un caso de sesgo de disponibilidad.
Es posible que haya sido como iniciativa, incluso, de la Unasur que se han dado ciertos avances, pero eso no quiere decir que no se puedan haber dado por otros medios o en otros escenarios. Es más, no se puede afirmar que esos procesos no avanzarían en ausencia de esa organización.
Culpan a los nuevos gobiernos, opuestos al Socialismo del Siglo XXI, por la actual crisis de la Unasur. Puede ser cierto. Pero eso no demuestra sino su debilidad: si hubiera sido útil en algún sentido, importante por alguna razón real, la existencia de esta organización, no tendría por qué tener móviles ideológicos.
Los procesos que se intentaron el pasado de adelantar procesos de integración comercial –la única realmente efectiva– como Mercosur y la CAN se mantuvieron por años, sin importar las ideologías de los gobernantes, porque generaban beneficios visibles. Perdieron relevancia y están prácticamente muertas es, precisamente, porque se decidió abandonar la integración comercial, por una supuestamente superior (es decir, inútil) como lo es la política.
Los defensores de la organización no reconocen que el problema de la organización es la organización misma. Su origen fue claramente ideológico, impulsado por el entusiasmo de los gobiernos de izquierda en Brasil, bajo Lula da Silva, y en Venezuela, bajo Hugo Chávez. Como suele suceder, no se creó porque fuera necesaria ni para impulsar una agenda positiva, sino para mostrar supuestos logros en la política exterior de esos gobiernos que querían convertirse en referentes anti-estadounidenses. Era un trofeo para esos gobiernos, ni más ni menos.
Precisamente por ello, sus objetivos nunca fueron claros. No hay, sino que ver la página de objetivos, en la que se enumeran tan solo (!) veintiuno de ellos, y que cubren todos los temas, dimensiones y asuntos pensables. Una organización internacional sin claridad ni énfasis definidos no puede funcionar.
Apuntarle a todo es lograr nada. En el mismo sentido, antes se luchó por la creación de un Consejo de Seguridad y Defensa Suramericano. Es claro que esta iniciativa fracasó y lo hizo por la misma razón: su única razón de ser, en palabras de los líderes políticos de entonces, era hacerle oposición al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y, así darle, una supuesta mayor autonomía a la región.
Léase, serviría para que Chávez y Lula se creyeran líderes de países poderosos, así fuera solo en el plano regional. Intentaron demostrarlo cuando hicieron todo lo posible para que un acuerdo entre Colombia y Estados Unidos (que pasó a la posteridad, equivocadamente, como de las 7 bases militares de Estados Unidos en Colombia) fue llevado a ese escenario multilateral, violando todos los principios de autodeterminación, no intervención y soberanía, instituciones básicas de nuestro entorno internacional actual.
El fracaso de la organización es evidente, también, en los secretarios – figura administrativa – que han elegido históricamente. Dos ejemplos: Néstor Kirchner, corrupto y autoritario expresidente argentino, cuya gestión inició la grave situación económica que aún se vive en ese país; y, Ernesto Samper, expresidente colombiano, oscuro personaje, marginal en el escenario político nacional, cuyo gobierno solo se recuerda por el escándalo de financiación del Cartel de Cali a la campaña de Samper. En ambos casos, su gestión se limitó al caso venezolano y a justificar el autoritarismo (eso sí, de izquierda) es toda la región.
Los defensores de la Unasur lo hacen porque seguramente tienen una visión estatista, limitada, del entorno internacional. Creen que la integración política no solo es mejor sino posible (¡semejante engaño!) que la comercial; creen que lo importante son “logros” como la dignidad nacional y la autonomía en toma de decisiones (cualquier cosa que eso sea).
Creen que son necesarios los espacios en los que los líderes regionales puedan encontrarse, darse golpecitos en la espalda, encontrar complicidad en sus excesos, torpezas y equivocaciones, y luego devolverse a sus países a seguir cometiendo los mismos errores que mantienen a sus sociedades en situación de pobreza. Defienden las organizaciones por la organización; se entusiasman con la burocracia. No les importa la pertinencia de lo que se crea, sino son entusiastas de la existencia.