Hace pocos días, una revista colombiana publicó una artículo en el que se conmemoraban los 200 años del nacimiento de Karl Marx. He visto películas y otras “celebraciones” en el mismo sentido.
No es fácil comprender por qué este pensador del siglo XIX genere semejantes reacciones aún el mundo. No es fácil comprenderlo porque, si es por sus ideas, su principal aporte, la trilogía titulada El Capital, fue desmentido muy pronto, con una simplicidad magistral y sin necesidad de las cientos de páginas de verborrea críptica que nos dejó el “gran pensador”.
Tampoco es fácil comprenderlo porque su falta de originalidad, las implicaciones peligrosas de sus ideas y hasta su personalidad poco virtuosa también han sido ampliamente documentadas. Mucho menos es fácil comprenderlo porque sus ideas han llevado a desastres humanitarios, pobreza, totalitarismos y muerte en todos y cada uno de las sociedades en las que se ha intentado.
Claro está que poco sirven las demostraciones. Ante los sólidos argumentos económicos y lógicos que demuestran la invalidez de la doctrina del trabajo como fuente del valor, sus más fervientes seguidores (que no se comportan sino como pertenecientes a un culto religioso, como muy bien demostró Joseph Schumpeter) dirán que nadie, solo ellos, entendieron lo que “el Maestro” quiso decir. Así como las escrituras.
Ante las críticas que, desde la filosofía, hizo Karl Popper contraponen que el materialismo histórico y el dialéctico son la demostración de la existencia de una tendencia determinada de la historia y que eso solo lo descubrió el “gran genio”.
Cuando se mencionan los desastres prácticos que la implementación de sus equivocadas ideas generó en la Unión Soviética, China maoísta, Vietnam, Camboya, Corea del Norte y hasta la Venezuela de hoy, ni se sonrojan un poco al responder que esos son meros desviacionismos. Que las ideas marxistas nunca han sido aplicadas.
No se cuestionan si, tal vez, el que solo haya desviacionismo demuestra que las ideas como están planteadas son imposibles de ser implementadas y que, por lo tanto, el mero intento generará ineluctablemente los mismos resultados ya conocidos.
Sorprende, sin embargo, que no sean solo los fieles seguidores del autor los que piensen así, sino como demuestran las conmemoraciones, es una tendencia general. Resulta aceptable y hasta positivo, una anécdota para muchos, cómo se celebran los 200 años del nacimiento de Marx, pero seguramente habría indignación, por decir lo menos, si se hiciera lo mismo con pensadores mucho más contundentes y trascendentales como Friedrich Hayek, quien ha sido condenado a un rechazo de grandes sectores de la sociedad, comenzando por muchos intelectuales.
Una cosa es clara: celebración y aceptación, incluso disfrute, de las sociedades actuales del nacimiento de un autor como Karl Marx da al traste con la teoría de la conspiración de muchos de sus admiradores, según la cual las ideas “neoliberales” (como les gusta llamarlas, para que suene dramático) son las predominantes.
El marxismo, en mayor o menos medida, explica gran parte de la forma como se comprende, se actúa, se piensa y se ve el mundo en su complejidad. Existen variantes sociológicas, políticas, internacionales, económicas y hasta culturales imbuidas de marxismo que son aceptadas como verdades absolutas…y por lo tanto son guía de la acción y decisión.
Puede ser que tanta admiración y resistencia a los argumentos contrarios se deba a que el ser humano considera como más admirable e inteligente a quién no entienda. Los textos de Marx, como lo señalé antes, son crípticos, muy complejos de comprender. Así, pudo esconder sus propias contradicciones y hacerlas pasar como ideas muy avanzadas.
Parece ser que el uso del lenguaje sencillo es considerado como menos erudito. Nos gusta volver las cosas más complejas de lo que son porque así creemos que somos más intelectuales o científicos, tal como demostró recientemente Nassim Nicholas Taleb.
También puede ser que la vigencia de sus ideas se deba a que los seres humanos preferimos pensar que los resultados que no nos gusten no sean responsabilidad de nosotros mismos, sino que preferimos externalizar culpas. Otros países, la estructura o la dinámica conflictiva de la historia son los culpables.
No podemos hacer nada. Por otro lado, puede ser que prefiramos sentirnos, ante lo que no nos gusta, protegidos por un ente que, como el Estado, tenga la posibilidad de imponer su fuerza para obtener todo lo que buscamos. Nos gusta pensar que las cosas se solucionan, siempre, con buenas intenciones y decisiones centralizadas, organizadas y planeadas.
Puede ser que seamos incapaces de comprender la complejidad del mundo y por ello creamos que la empatía que sentimos por los que menos tienen o por los que sufren (un impulso positivo) justifica el otorgamiento de cada vez más poder al Estado (un resultado peligroso) cuyo objetivo se convierte en hacer que ahora sufran los que antes no sufrían, más si ese sufrimiento implica la desaparición física de todos los que consideramos indeseables o culpables de los fenómenos que nos desagradan (una emoción indeseable).
Muchas otras pueden ser las razones. Como dice la revista reseñada el principio de este escrito, no solo la gente está celebrando el natalicio de quién consideran un gran pensador, sino que muchos están planteando que sus ideas están vigentes y son necesarias en la actualidad. Si esto es cierto, qué peligro.